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CAPÍTULO 7

(Donde el Apóstol recibe la visita de Lo Que Vendrá y de Su Destino Catódico)(1)

Viene del Capítulo Anterior

Horas después, estaba el Apóstol dedicado a la tarea de comer nísperos. De pronto, sintió pasos que se acercaban. Bajó del árbol y saltó la tapia, creyendo que era el dueño de la casa, con tan mala suerte que se torció un pie al caer. Pero entonces oyó una voz que le dijo: "no temas, Apóstol, soy el futuro locuaz que te visita". Y entonces el Apóstol se levantó (no sin esfuerzo), caminó hacia la plaza más cercana y comenzó a anunciar el mañana irrevocable. Y dijo lo siguiente:

Vendrán falsos profetas de la Tierra de Ismael, y las multitudes los seguirán, pero esos profetas se perderán en la neblina, y clamarán por la ayuda de los sacerdotes de Mammon. Éstos erigirán un altar convertible al Baal de Chicago, Moloch, y las multitudes sacrificarán en él sus empleos para poder comprar una licuadora en cuotas. Y esos profetas y sacerdotes les harán construir un Cavallo de oro, y un puente de plata, y una nariz de platino, y una mano en la lata; mas el Señor los perderá a todos, haciéndoles vagar cuarenta años en el desierto.

Y dicho esto el Apóstol notó que la plaza estaba vacía, y que nadie lo había escuchado, pues eran las cuatro y cuarto de la madrugada de un jueves. Volvió el Apóstol al caño en el cual planeaba dormir, y allí se dio cuenta de que la profecía que había formulado le recordaba acontecimientos que ya habían sucedido. Y entonces fue que formuló el proverbio:

Cuidado cuando el futuro te visita para confiarte sus secretos: puede llegar tarde.

Y entonces recordó a varios renombrados oráculos, algunos de ellos sacerdotes de Moloch, que practicaban las artes de la adivinación y presumían de su frecuente comercio con el futuro. Pero el porvenir siempre hacía gala de su escasa puntualidad, y entonces les hacía denunciar a los falsos profetas de la Tierra de Ismael después de haber sido sus sacerdotes y de haber presidido sus sacrificios a Mammon. 

"Futuro era el de antes", se dijo. En la mañana del día siguiente, el Apóstol estaba orinando vigorosamente contra una pared de un baldío, cubierta por pintadas a favor de la fórmula Balbín - De la Rúa, cuando se vio rodeado por varios desconocidos que voceaban su agrado por haberlo encontrado. Sin darle tiempo ni siquiera a derramar las últimas gotas de orina en paz, lo condujeron a un vehículo utilitario donde lo esperaban Déborah Dora, la conductora del trajecito sastre, y la impactante adolescente rubia de formas turgentes que conociera en la puerta de un local de una afamada casa de expendio de comida rápida, y que era la capitana de las porristas del programa. Déborah Dora estaba visiblemente conmovida por ver al Apóstol. Cuando dejó de bostezar, ella dijo:

- ¿Dónde te metiste, querido? Todos querían apalearte. Millones de personas quieren matarte. Hay quien dice que sos el Enemigo Público Número Uno. Armaste un escándalo increíble. ¡O sea, un éxito impresionante! Tuvimos, oí bien, cuarenta puntos de rating. ¿Entendiste? ¡Cuarenta puntos de rating! ¡Cuarenta puntos de rating!

Dicho esto, el Apóstol fue subido al vehículo utilitario y conducido a Un Conocido Hotel de la Zona de Retiro, donde se le ofreció firmar un contrato de exclusividad con el canal de TV de Palermo Chico. El Apóstol meditó profundamente las consecuencias que ello tendría, para la difusión de la Verdadera Fe. Meditó y meditó y meditó, y tras cuatro segundos de meditación, contestó que aceptaba la oferta.

 Y tras decir esto, el Apóstol pidió que lo dejaran solo en su habitación por cuarenta días y cuarenta noches de bacanal, para templar su ánimo en la soledad de los placeres.

(Continúa)

(1) El lector puede saltear la lectura de este capítulo, a los efectos de un mayor disfrute de la obra.

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