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CAPÍTULO 9

(Donde el Apóstol interpreta los sueños del Primer Señor) (1)

Viene del Capítulo Anterior

Una noche el Apóstol Catódico fue despertado, sacado de su habitación a la fuerza y llevado al palacio del Primer Señor. El Amo de Estado había tenido un sueño, y quería que el Apóstol lo interpretase. He aquí el sueño del Primer Señor:

El Primer Señor estaba jugando al truco con el Gran Visir y los sátrapas de dos de las provincias del lejano norte, de donde eran oriundos los cuatro. Habían jugado durante cuarenta manos y no se había cantado ninguna flor. Luego de la partida de sus invitados, el Primer Señor se dirigió a sus aposentos, donde el mayordomo le comunicó que las cuarenta princesas que integraban su harén se hallaban en huelga de libido caída y se negaban a prestar sus favores sexuales.

Muy contrariado, el Primer Señor se encomendó a San Miguel Strogoff Cartero y convocó por nota al Consejo de los Cuarenta Ministros para una reunión urgente. Allí pidió al Ministro de Mano de Obra Esclava que organizara una leva de meretrices en los burdeles cercanos. Se le ordenó al capitán de la guardia que juntara a cuarenta de sus mejores hombres y partiera para reclutar por la fuerza a cuarenta de las mejores prostitutas que pudiera encontrar.

El capitán tardó cuarenta minutos en cumplir con lo ordenado. Las cuarenta prostitutas pertenecían al cabaret Club de Mantis, vecino al gueto de Boedo, donde el Primer Señor, que era partidario del glorioso Huracán, había recluido a cuarenta veces cuarenta veces cuarenta hinchas de San Lorenzo que se habían negado a abjurar de sus creencias.

Cuando el Primer Señor se quitó sus ropas, las cuarenta prostitutas echaron a reír al unísono, una vez que tuvieron la visión del miembro viril del Primer Señor. "Nadie ha hecho tanto con tan poco", se defendió el Amo de Estado.

Preocupado de que trascendiese este fracaso que había tenido en sus sueños, el Primer Señor había convocado a uno de las adivinas más prestigiosas del país, la Bruja Verón. La dama, que se ufanaba de poder leer la mente de cualquier persona, había fracasado en su intento de interpretar el sueño, pese a aducir que la culpa era del Primer Señor porque pensaba con faltas de ortografía.

Luego llamaron a la Burra de Balá, una mula que jugaba de marcador central en el equipo de fútbol del Primer Señor y que una vez, súbitamente dotada del don del habla, había reprendido al principal testaforro del Primer Señor por un pase mal dado en un picado y había profetizado, con acierto, el resultado del partido. La Burra fracasó en su intento de interpretar la tragedia onírica que había vivido el Amo de Estado, y su suerte fue encomendada al Ministro de Falta de Supervisión de Mataderos.

Uno tras otro, fracasaron otros renombrados adivinos, hasta totalizar cuarenta. El Apóstol fue el número cuarenta y uno en el orden de los convocados. Quien en su vida pecadora fuera llamado Pepe se encomendó a Lo Alto y pidió al Primer Señor que le entregase el billete que guardaba en el bolsillo de su pijama. El Apóstol tomó el billete de cuarenta pesos y, ante el asombro de todos, afirmó que era falso y pidió al Gran Visir que lo quemara.

Sin que los presentes pudieran salir de su conmoción, el Apóstol dijo lo que sigue a continuación:

Un gran peligro se cierne sobre el Amo de Estado. Pero como todo riesgo es una oportunidad, el Primer Señor está en condiciones de aumentar su fortuna en forma notable: para ello deberá jugar, en la quiniela oficial, cuarenta pesos al número cuarenta, y firmar un decreto secreto por el cual se ordene al Azar que rige todos los destinos y a su agente en la tierra, el Ministro de Timba, a premiar a los jugadores que hayan elegido tal número.

Así hizo el Primer Señor, y para corroborar la exactitud de la interpretación del Apóstol Catódico, hizo que le trajeran el diario del día siguiente. Y allí, en la portada, se decía que el Primer Señor Alí Babá había festejado, con su gabinete de Cuarenta Ministros, el aumento de su fortuna gracias a un oportuno sueño numérico.

Así, el Primer Señor pudo sentir la paz necesaria como para retornar a su arrolladora capacidad de trabajo habitual, algo que ya demostrara cuando arrollara la Corte Suprema de Justicia, arrollara el Parlamento, arrollara la Constitución y arrollara la alfombra de su palacio después que ingresara el Supremo Regente del Globo.

Por su parte, el Apóstol Catódico fue recompensado con la cesión de un espacio en el canal de televisión oficial, desde el cual proclamaba las Veinte Verdades a Medias de la Verdadera Fe.

(Continúa)

(1) El lector puede saltear la lectura de este capítulo, a los efectos de un mayor disfrute de la obra.

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