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17 DE OCTUBRE DE 2009: UN ARGENTINO EN EL ESPACIO

“En otra novela de esos años, ‘Partida’ (1952) de Cyril Kornbluth, el artífice del proyecto era un funcionario que se las ingeniaba para desviar secretamente recursos fiscales a un club de aficionados. Estaba obsesionado por la idea de que los Estados Unidos tenían que llegar primero, si no querían verse amenazados con misiles nucleares desde una base lunar. Uno de sus argumentos favoritos era que si los Estados Unidos no lo hacían a tiempo ¡ la Argentina de Perón llegaría primero!”. Pablo Capanna, “Las infinitas lunas de la imaginación”, Revista Ñ, no. 304, sábado 25 de julio de 2009. (La versión original de esta nota fue publicada en Televicio Webzine en noviembre de 2009).

(Viene de aquí)

Ayer, 17 de octubre de 2009, fue uno de los grandes días en la historia de nuestro pueblo. Para encontrar alegrías semejantes, es inevitable remitirse al deporte: a la algarabía desatada tras ganar el Mundial ’78 en casa, o el Mundial `86 en México con aquel gran equipo liderado por Maradona, o el Mundial de 2002 con aquel inolvidable gol de Trezeguet en el último minuto de la final con Brasil. Tal vez, a la generada tras la victoria del Torino SP de Reutemann, Di Palma y el brasileño Emerson Fittipaldi en las 24 Horas de Le Mans de 1977, más por lo que significó para la industria nacional que por los festejos en sí. Fuera de los éxitos deportivos, tal vez sólo la euforia producida por la recuperación de soberanía sobre las Islas Malvinas resulte comparable, aunque haya acuerdo entre los historiadores en que la cesión de soberanía se debió menos a las gestiones de la diplomacia argentina que a una abdicación del fatigado gobierno británico presidido por Harold Wilson: en cambio, el acontecimiento de ayer es un logro puramente nacional. Luego de la desaparecida Unión Soviética, luego de Estados Unidos, luego de China, Argentina es el cuarto país en lograr poner un ser humano en órbita terrestre.

El que ayer también se cumplieran 50 años de la creación de la agencia espacial nacional sirve para subrayar una de las claves del éxito: la continuidad en el esfuerzo. Es cierto que no todos los directores de la Comisión Nacional de Actividades Espaciales tuvieron el empuje y la capacidad del primero, el germanoargentino Kurt Tank, o del actual, el ítaloargentino Conrado Varotto: la designación del almirante Rojas en 1969 sólo se explica por el deseo de premiar su obsecuencia ilimitada hacia Perón y por la presión de una Armada deseosa de reconvertir el proyecto en clave militar. (Hubo que esperar hasta la gestión de Teófilo Tabanera, en 1974, para que se terminaran las obras del Centro Espacial de Falda del Carmen, que el marino recibió iniciadas). A comienzos de los años ’80, coincidiendo con la crisis de la deuda externa latinoamericana, la Comisión estuvo a punto de desaparecer, amenaza que se repitió con la breve furia privatizadora de una década después. Todavía se recuerda la broma que entonces hizo en TV Bernardo Neustadt: “¿para qué queremos ir a la Luna, para poner una unidad básica?” (A Neustadt se le debe uno de los grandes papelones de la gestión de Rojas en la Comisión: siendo Secretario de Prensa y Difusión de la Nación, Neustadt escamoteó durante horas la noticia del fracaso del lanzamiento del primer cohete Tronador, reconociéndola cuando los cables de las agencias norteamericanas no dejaron más remedio). Pero estos momentos amargos fueron superados, los errores fueron capitalizados, y los triunfos siempre se interpretaron como pasos en un camino y no como culminaciones: todo un ejemplo a seguir. (Imagen de la derecha, obra del gran Scuzzo, clic sobre ella para ampliarla. Fuente aquí).

¿El logro es fundamentalmente publicitario? Hay mucho de eso, claro (basta recordar el modo en que soviéticos y norteamericanos competían en los ’60 para entender el grado en el que pesan las relaciones públicas en este campo) pero la verdadera medida del éxito la da la capacidad tecnológica adquirida: gracias al programa espacial, el país cuenta con sistemas propios en materia de comunicaciones, meteorología, alerta de catástrofes, relevamiento del suelo, vigilancia del tráfico aéreo ilegal y del litoral marítimo, y (a partir de 2010) contará con un satélite para usos militares construido en colaboración con Brasil. La tecnología necesaria para colocar a un hombre en órbita tiene infinitas aplicaciones industriales, y ayuda a la producción nacional a encontrar su lugar en los mercados del mundo: por lo pronto, los chips de la cápsula Inti son muy similares a los chips de las netbooks que Fate Electrónica pondrá en el mercado el año próximo. Los estudios aerodinámicos realizados para desarrollar el cohete Tronador III tienen aplicación en las industrias automotriz y aeronáutica. El INVAP está construyendo satélites de comunicaciones para Chile, Venezuela y Argelia. Ése es el verdadero éxito que se alcanzó ayer, más allá del hecho en sí del vuelo orbital: el país entró con paso confiado al siglo XXI. 

¿Y a partir de ahora qué? Para el año del Bicentenario está prevista la participación de un astronauta argentino en la Estación Espacial Internacional, el lanzamiento de un nuevo ARSAT y la firma de acuerdos de cooperación con la Agencia Espacial Europea y los respectivos organismos de India, China, Japón y Brasil. No se prevé un segundo viaje de la cápsula Inti hasta 2012, ya entonces con capacidad para dos astronautas en vez de uno. El horizonte de planeamiento de la CONAE llega hasta el 2030, cuando se espera que una cápsula no tripulada orbite la Luna.

Quizá para ese entonces ya nadie crea necesario preguntarse para qué queremos ir. 

¿(Tal vez) continuará?

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