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CAPÍTULO 19

(Donde el Apóstol Catódico recibe el saludo fluvial del mismísimo Riachuelo) (1)

Viene del Capítulo Anterior

Habiendo notado que el mayúsculo éxito de Su Predicación desde Su Púlpito catódico, metódico y esdrújulo, no se correspondía con el áspero trato que recibía de la gente que encontraba cara a cara, el Apóstol Catódico decidió salir a dar una vuelta y meditar sobre esta dicotomía tan dual.

(_0_) Gráfico que representa la brecha de la fe, que es misión del  Apóstol cerrar

Fue así que salió a caminar sin rumbo, y pronto se encontró cerca de los andurriales donde conociera a Su maestro, el filósofo, eremita y ciruja Heránides Parméclito, Rey Filósofo del Alto Palermo, Príncipe Sabio del Bajo Belgrano y Sátrapa Trascendente del Bajo Vientre

Era una noche clara y agradable de fines de abril. Con suprema unción, el Apóstol se dedicaba a pisar hojas secas cuando sintió a sus espaldas una voz que lo llamaba.

Cuando el Apóstol se dio vuelta, no vio nada. Solamente la ribera del Riachuelo, y al fondo, las luces de Avellaneda, perdiéndose en la explícita noche otoñal. Iba a continuar su marcha cuando volvió a oír que lo llamaban. La voz era extraña, como un murmullo continuo que recordaba al agua corriendo al aire libre.

"Salve, Apóstol" decía la voz. La duda imperó por un largo minuto compuesto de centenares de segundos, hasta que esa voz se identificó. "Soy el mismísimo Riachuelo que te saluda, oh Apóstol".

El Apóstol estuvo a punto de no dar crédito a sus oídos.

Entonces, el Riachuelo decidió salpicarlo ligeramente a la voz de "agua va", y el Apóstol terminó por creer en lo (aparentemente) imposible.

- ¿Qué deseas de mí, oscura corriente fluvial?

- Conozco tus hazañas, oh Apóstol. Quería pedirte un autógrafo.

- ... lo tendrás, Riachuelo, lo tendrás - respondió el Apóstol.

- Percibo en tu voz un matiz de duda, Apóstol.

- Bueno, no es que dude de tus palabras, pero... ¡Caramba, no sé cómo terminar la frase! Es... es lo que sucede con el lenguaje cuando uno se enfrenta a situaciones inefables. Por cierto que las palabras son como las bikinis: muestran mucho pero ocultan lo esencial.

- En verdad debo decirte que justo es que recibas el apelativo de Crisóstomo, esto es, "boca de oro", en el helénico idioma de los griegos. Nadie habla con tanta elocuencia como tú, oh Apóstol.

- ¿Y cómo es la vida de un río en estos días? - dijo el Apóstol, aún confundido, mientras arrojaba uno de sus autógrafos a las mucilaginosas aguas fluviales.

- Ayer, una persona que se quiso suicidar me arrojó a su hermano gemelo por error. Ya no hay respeto, oh Apóstol. ¿Dónde está la sabiduría de un Hermógenes Valdecantos, por no hablar de un Dogomar Arístides Laercio? Ya no hay voces que se eleven como la de Mirtha Flora Delbene. Ya no hay un Nahuel Codomano. No, señor, ahora hay dos. Fue padre y le puso su mismo nombre a su hijo...

Lentamente, el Apóstol Catódico, el Apóstol de las Madres y las Novias, comenzó a caminar alejándose de la ribera. El Riachuelo, mientras tanto, continuaba su amargo soliloquio. Que más que amargo era putrefacto.

Y en cuanto a la pregunta que motivara su peripatética introspección... el Apóstol, tras esta extraña experiencia oral y auditiva, formuló su famoso e inmortal aforismo: "la única realidad es la televisión verdad", y decidió no exponerse a la ignorancia y la ignominia si no es por intermedio de la pantalla chica.

(Continúa)

(1) El lector puede saltear la lectura de este capítulo, a los efectos de un mayor disfrute de la obra.

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