LAS CRUZADAS A TIERRA SANTA - PARTE 1 DE 3
O 33 viñetas sobre las Cruzadas, con especial acento en la vida en los estados que los cristianos europeos crearon y sostuvieron en Tierra Santa durante dos siglos.
1 MÁS CERCA DE CORTÉS Y PIZARRO QUE DE SAN PEDRO Y SAN PABLO
Las Cruzadas fueron una serie de expediciones militares que el Papado convocó en Europa contra los estados islámicos de Egipto, Palestina y Siria, entre los años 1095 y 1272. En algunos casos, fueron los monarcas quienes aceptaron el llamado y viajaron a Tierra Santa con sus ejércitos; en otros, fueron nobles de segundo y tercer orden, o hasta simples particulares.
Algunas
otras campañas militares en España, el sur de Francia y Europa Oriental también
reciben correctamente la denominación de Cruzadas, aunque las que se conocen
más popularmente como tales son las nueve expediciones destinadas al
Mediterráneo Oriental, incluyendo
la Cuarta Cruzada, que fue en realidad un cruento
saqueo de Constantinopla, una ciudad cristiana, si bien no católica. De estas
nueve campañas trata este texto.
Es importante destacar que el aspecto evangelizador de estas incursiones armadas fue nulo: nunca hubo un esfuerzo serio de convertir a los musulmanes o los judíos de Tierra Santa, y las únicas nuevas órdenes de monjes que fueron creadas por efecto de las cruzadas fueron órdenes guerreras. Los estados fundados por los cruzados se encontraron más de una vez combatiendo entre ellos, muchas veces en alianza con los mismos musulmanes que se proponían combatir. Los estados cruzados fueron básicamente crudas empresas coloniales: en ese sentido, son más parecidas a la conquistas de los imperios azteca e inca por Hernán Cortés y Francisco Pizarro que al activo y pacífico proselitismo que un humilde movimiento de carpinteros, pescadores y tejedores judíos emprendió en el Imperio Romano en el primer siglo de nuestra era.
(Imagen de la derecha: mapa de Europa hacia el año 1000. Clic sobre él para ampliarlo. Fuente: aquí).
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LA
CRUZ Y
LA ESPADA
La
historia de cómo ese movimiento palestino pudo llegar a justificar incontables
genocidios es larga y compleja. Para los primeros cristianos, el martirio era
preferible al ejercicio de la violencia, aún en defensa propia. Una primera
crisis se produjo cuando el cristianismo se convirtió en religión oficial de
un Imperio Romano que se sostenía por el ejercicio de la fuerza: el precio del cese de
las persecuciones y el reconocimiento oficial fue la aceptación de la
injusticia. Sólo en contadas situaciones,
la Iglesia censuró el ejercicio de la violencia
oficial: un caso famoso por lo extraordinario es la condena del obispo Ambrosio
de Milán a las masacres de Tesalónica ordenadas por el emperador Teodosio en el año 390 de nuestra era.
Fue
un destacado discípulo y biógrafo de San Ambrosio, San Agustín de Hipona, el primer teólogo cristiano que afirmó que era
posible que un estado cristiano se lanzara a la guerra, siempre que contara con
mandato divino: la llamada Doctrina de
la Guerra Justa. En el
origen de esta innovación está la aceptación de San Agustín de que la belicosidad
es una característica incorregible de la especie humana, y su intención de
encauzarla en un sentido favorable a la causa cristiana, preferentemente la
sumisión de herejes y paganos. (El pasaje bíblico en el que San Agustín
respaldó su interpretación es Lucas, XIV, 23: “anda por los caminos y setos, y
oblígalos a venir, para que se llene mi casa”). Pero la doctrina era muy
difícil de justificar por referencia al máximo mandamiento cristiano de “amarás
a tu prójimo como a ti mismo”, y además era difícil de aplicar. ¿Qué debía
hacer un cristiano si era llamado a participar en una guerra entre dos estados
cristianos, y cada cual la consideraba “justa”? ¿Pecaba un cristiano que se
negara a marchar a una guerra declarada “justa” alegando que su conciencia le
vedaba derramar sangre? En el siglo IX, el Papa León IV dictaminó que quien
muere en defensa de
la Iglesia
recibiría una recompensa celestial, un destino perturbadoramente similar al que el Corán asigna a quienes mueren defendiendo al Islam. Unos años después, Juan VIII afirmó que la muerte en defensa de
la Cruz era asimilable al
martirio.
3 EUROPA EN EL SIGLO XI
Los peores momentos de las invasiones de los sarracenos, los magiares y los normandos habían quedado atrás. Los soberanos más poderosos de Europa Occidental eran el Rey de Inglaterra y el Emperador Romano Germánico; el verdadero poder en una nación relativamente rica como Francia no era ejercido por el Rey sino por sus nominales vasallos como duques y condes; la ciudad de Venecia era una potencia comercial y naval importante; en el sudeste, el Imperio Bizantino luchaba por contener el avance de los sultanes turcos y los califas egipcios. Desde comienzos del siglo se había restablecido una cierta apariencia de normalidad, había vuelto a crecer el comercio internacional, y los avances en el desmonte de los tupidos bosques que todavía entonces cubrían Francia y Alemania habían liberado nuevas tierras para la agricultura y la ganadería en una Europa todavía predominantemente rural. Pero ese bienestar estaba amenazado por el rápido crecimiento de la población. La mortalidad por hambre y enfermedades era elevada incluso en épocas de buenas cosechas: una sequía, una inundación, una plaga, eran catástrofes frecuentes. Los caminos estaban acechados por salteadores; las costas mediterráneas, por barcos piratas sarracenos que atacaban los poblados en busca de esclavos. Y la nobleza era un factor de perturbación adicional.
En
la Edad Media,
los soberanos concedían tierras a los nobles a cambio del deber de acudir a su
llamado en caso de guerra, usualmente aportando un número prefijado de
caballeros montados con sus asistentes, cabalgaduras de recambio, tropas de
infantería y víveres para la campaña. No toda la nobleza era rica, en especial
los hijos que no heredaban tierras, y entonces era frecuente que bandas de
caballeros vivieran de los campesinos, robándoles o explotándolos de modo
brutal.
La combinación de campesinos desposeídos y hambrientos con estas bandas armadas era explosiva. Cuando una muchedumbre se hacía demasiado grande, se volvía imposible de controlar. La riqueza y la corrupción del poder temporal y religioso eran un blanco tentador para la furia de la multitud, lo mismo que cualquier particularidad cultural que hiciera aparecer a un grupo social como extraño: los judíos eran habituales víctimas de masacres, a menudo gracias a rumores disparatados que los aterrorizados dignatarios hacían correr para desviar la ira de la turba.
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ANTECEDENTES INMEDIATOS DE
LA PRIMERA CRUZADA
Las
guerras santas contra los musulmanes empezaron en España a mediados del siglo
XI. Tras el asesinato de Ramiro I de Aragón por un musulmán, el Papa Alejandro
II decretó en 1063 el perdón de los pecados (“indulgencia”) a quienes lucharan
por
la Cruz para
vengar el crimen. Otro pontífice, Gregorio VII, amplió el concepto en 1073,
llamando a armar un ejército internacional para reconquistar la tierra española
en poder de los infieles.
Existía además una vieja tradición por la cual los califas árabes reconocían a los reyes francos el derecho de asignar una escolta armada a los peregrinos europeos que visitaran Jerusalén. (Los califas no reconocían nada parecido a sus vecinos bizantinos, a quienes temían mucho más que a los francos). Entre 1064 y 1066 marcharon juntos a Tierra Santa unos 7 mil peregrinos alemanes, muchos de ellos armados: desde el punto de vista logístico y hasta desde el espiritual, no era algo muy diferente a una Cruzada.
Hacia
1074, el avance de los selyúcidas, un
pueblo turco de religión islámica que ya había conquistado Persia, Mesopotamia, Siria y Asia Menor, alarmó de tal manera al
Imperio Bizantino que se decidió a pedir ayuda al Papa. Los bizantinos eran
cristianos pero no eran católicos, sino que pertenecían a
la Iglesia Ortodoxa Griega: no
sólo no reconocían la autoridad del Papa, sino que consideraban algunas
enseñanzas católicas como heréticas; los católicos no se quedaban atrás, y a
menudo odiaban a los cismáticos griegos tanto como a los musulmanes y los
judíos. Una reiteración del pedido de ayuda en 1095 encontró mejor recepción, porque
el Papa Urbano II especuló con que un eventual apoyo occidental podía ayudar a
reunir a las dos iglesias cristianas.
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LA PRIMERA CRUZADA
El
Papa aprovechó la sesión de clausura del Concilio de Clermont,
en Francia, para llamar a una Cruzada en socorro de los cristianos del este. La
versión del sermón papal que da Guillermo de Malmesbury,
un historiador inglés del siglo siguiente, contiene algunas frases sugestivas:
entre llamados a la fe y al apoyo a los hermanos amenazados por los seguidores
de Mahoma, Urbano habría afirmado que los musulmanes controlaban Asia y África,
mientras que los cristianos sólo Europa, y que “en esta tierra [Europa] apenas
es posible alimentar a los habitantes. Por eso agotáis sus bienes y provocáis
interminables guerras entre vosotros mismos”. El sermón fue aclamado, pero su
efecto en los grandes soberanos de Europa fue nulo: ninguno se adhirió. Entre
los miembros de la nobleza, sólo abrazaron
la Cruz Godofredo de Bouillon y su hermano Balduino de Boulogne, Bohemundo de Tarento y su sobrino Tancredo, el conde Raimundo de Tolouse, el conde Hugo de Vermandois,
el conde Roberto de Flandes y el conde Esteban de Blois.
Pero entre las clases populares de Francia, el sermón fue un tremendo éxito.
Uno
de los predicadores enviados por Urbano para difundir la cruzada, un clérigo
francés llamado Pedro El Ermitaño, reunió una multitud de 40 mil personas,
hombres, mujeres y niños, principalmente campesinos sin tierras, aunque también
había algunos soldados profesionales.
La Cruzada de Pedro partió de Colonia en abril de
1096. Los víveres eran escasos, y miles murieron de hambre, o masacrados por
las tropas húngaras y bizantinas en incidentes baladíes que escalaron a
batallas campales. Cuando los cruzados llegaron a la capital bizantina, Constantinopla,
a fines de julio, eran 30 mil, y enseguida recurrieron al pillaje para
alimentarse. Alarmado, el emperador bizantino Alexis se deshizo de ellos
embarcándolos inmediatamente hacia Anatolia. La
muchedumbre, dividida por los conflictos entre alemanes, franceses e italianos,
tuvo tiempo de saquear las afueras de la ciudad de Nicea antes de que el ejército turco la aniquilara en octubre de 1096: sólo se
respetó la vida de las mujeres, los niños y aquellos que se rindieron. Cuando,
unos días más tarde, un ejército bizantino acudió en su ayuda, sólo encontró
tres mil sobrevivientes, que fueron llevados a Constantinopla.
Mientras tanto, las diferentes columnas de los caballeros cruzados se iban reuniendo en Constantinopla, partiendo de la ciudad en abril de 1097, para gran alivio de Alexis, que estaba harto de los desórdenes causados por la tropa. Los 30 mil cruzados tomaron Nicea en mayo y, tal cual lo pactado, la cedieron al emperador. Luego cruzaron Anatolia hacia el sur, padeciendo las tácticas de tierra arrasada de los turcos y la consecuente falta de aguas y víveres. El 1º. de julio de 1097 derrotaron a los turcos en Dorilea, y se dividieron al penetrar en Siria, ya que Balduino de Boulogne se encaminó hacia el este, hacia las riberas del Éufrates habitadas por armenios cristianos, donde pronto terminó convirtiéndose en gobernante del Condado de Edesa, el primer estado cruzado.
En mayo de 1098, y tras un sitio de ocho meses, los cruzados lograron conquistar la gran ciudad de Antioquia, masacrando cristianamente a la mayoría de sus habitantes, sin importar su religión ni su etnia. Pero apenas entraron a la gran capital, fueron sitiados por un enorme ejército turco, al que derrotaron gracias a la deserción de las tropas del Sultán de Egipto, que prefirió apostar a que cruzados y turcos se debilitaran mutuamente en una lucha prolongada. En agosto, un brote de peste diezmó a los expedicionarios, que seguían sufriendo la escasez de alimentos: cronistas como Alberto de Aquisgrán, Raúl de Caen y Fulquerio de Chartres testimonian que los cruzados recurrieron al canibalismo, llegando a asar niños como si fueran corderos. El horror que esta barbarie despertó en todo Oriente pronto predispuso a los gobernantes musulmanes a responder con pareja crueldad apenas fuese posible.
(Imagen de la derecha: ilustración medieval de la conquista de Jerusalén - clic sobre ella para ampliarla. Fuente: aquí).
Cuando sólo restaban 12 mil cruzados, entre los cuales apenas se contaban 1500 jinetes, la expedición llegó a las afueras de Jerusalén, y decidió tomarla por asalto antes de que llegasen refuerzos de Egipto. El 13 de junio de 1099 fracasó un primer ataque; el segundo, lanzado el 13 de julio, fue exitoso. Las tropas de Godofredo de Bouillon abrieron una brecha en las murallas septentrionales, y la ciudad cayó el día 15. Sus habitantes judíos, que habían tomado partido por los musulmanes tras haber recibido noticias de las atrocidades cometidas por los cruzados, fueron masacrados en la sinagoga. Sólo el Conde Raimundo de Toulouse respetó la vida y la libertad de sus prisioneros musulmanes… bien que a cambio de un cuantioso rescate.
No
se sabe a ciencia cierta si algún habitante de Jerusalén logró sobrevivir en
aquella terrible jornada. La matanza duró casi dos días, y generó horror
incluso en
la Europa
cristiana. Al concluir el baño de sangre, los comandantes cruzados se
dirigieron a la iglesia del Santo Sepulcro en solemne procesión para dar
gracias a Dios y elegir a Godofredo de Bouillon como
cabeza del nuevo Reino de Jerusalén.
6 EL REINO DE JERUSALÉN
Godofredo era un rey valeroso en batalla, pero también una personalidad débil, sumamente torpe en el manejo de la relación con los otros jefes. Murió enseguida, en julio de 1100: su hermano, el conde Balduino de Boulogne, flamante Conde de Edesa, se hizo coronar como sucesor. Balduino pronto consolidó las posiciones cruzadas, y para 1112 ya había conquistado toda la costa excepto Tiro y Ascalón.
Dice Geoffrey Hindley de los dominios de Balduino, en la obra que se cita al pie: “Palestina era étnica y culturalmente diversa, con divisiones religiosas entre cristianos y musulmanes, católicos romanos y ortodoxos, pero también con unas iglesias cristianas primitivas, anteriores a la conquista musulmana. Asimismo, existían distintas tradiciones legales; el reino era simplemente el primero de cuatro estados cristianos que incluían el principado de Antioquia, el condado de Edesa y, desde 1102, el condado de Trípoli. Las ciudades mercantes italianas, sin cuya asistencia marítima probablemente las conquistas costeras no hubieran sido posibles, se habían asegurado plazas residenciales y comerciales con un estatus legal extraterritorial; en el interior, a los campesinos musulmanes se les permitía mantener sus tradiciones. Y, por último, el flamante estado latino albergaba dos nuevas organizaciones de monjes militares, los caballeros templarios y los caballeros hospitalarios, que contaban con un poder cada vez mayor y sólo rendían cuentas ante el Papa pero se habían prometido combatir al lado de los ejércitos del reino. Incluso para un observador del siglo XXI, semejante grado de multiculturalismo resultaría sorprendente”.
7 LOS JUDÍOS Y LOS MUSULMANES EN LOS ESTADOS CRUZADOS
Los súbditos musulmanes y judíos de los reyes cruzados gozaban de autonomía judicial en casos religiosos, que seguían siendo juzgados por sus cadíes y rabinos, mientras que las Cortes de los Sirios, que aplicaban leyes consuetudinarias, se ocupaban de los casos seculares. Los recién llegados de Europa se encontraban con un nivel de tolerancia desusado: si bien los musulmanes y judíos tenían prohibido residir en Jerusalén, al menos tenían permitido visitarla. Para gran sorpresa de los viajeros, los judíos no eran perseguidos ni obligados a usar emblemas distintivos.
El esquema de poder de la sociedad era el típico de un sistema feudal: la propiedad de la tierra quedaba en manos de nobles vasallos, a cambio de la obligación de prestar servicio militar. Afirma el mencionado Hindley que “el señorío de Tiro, por ejemplo, que formaba parte de los dominios reales, debía ceder veintiocho caballeros equipados a la corona”.
Los campesinos de los estados cruzados eran árabes, la mayoría musulmanes y algunos eran cristianos de las confesiones orientales. Estos últimos eran apenas tolerados, pero cuando la situación militar se volcaba en contra de los reyes cruzados, pasaban a ser sospechosos de tener simpatías por los soberanos árabes, y eran tratados como posibles traidores.
También había colonos europeos en la zona de Séforis, Jericó y Belén. Provenían básicamente del sur de Francia, pero también de Italia y hasta de España. Los colonos producían vino y aceite de oliva, y pagaban sus arrendamientos en especie. Desaparecieron como consecuencia de la reconquista liderada por Saladino, a fines del siglo XII.
Hindley esboza una conclusión: “puede decirse que se trataba de una sociedad verdaderamente multicultural, y todo el mundo valoraba positivamente sus consecuencias”.
8 LOS ESTADOS ISLÁMICOS VECINOS
Puede
concebirse al Islam como una versión extrema y muy sencilla del cristianismo
monofisita oriental: no hay posibilidades de confundir a
la Divinidad con sus
enviados Moisés, Jesús o Mahoma, ni doctrinas impenetrables como
la Trinidad. De hecho,
los musulmanes fueron bienvenidos por las iglesias cismáticas orientales, como
la jacobita siria, la maronita y la armenia: eran más tolerantes que los
cristianismos romano o griego. En el siglo XI el Patriarca Jacobita de
Antioquia afirmó: “el Dios de
la
Venganza, el único que es Todopoderoso (…) trajo desde el sur
a los hijos de Ismael para liberarnos de las manos de los romanos”. Los
cristianos (y los judíos) eran tolerados en el Islam a condición de no hacer
proselitismo y de pagar un impuesto especial. Su situación no era difícil por
lo general: nunca pidieron ser “liberados” por sus supuestos hermanos en Cristo
provenientes de Europa. Su situación era tan cómoda que hasta eran la mayoría
de la población en Alejandría y algunas ciudades sirias.
Los fatimíes de Egipto y los turcos de Siria interpretaban el avance franco como
un simple ataque de mercenarios al servicio del Imperio Bizantino, que
pretendían restablecer las fronteras de las décadas previas: no estaban
preparados para lo que sucedió. En los primeros años del Reino de Jerusalén,
prefirieron alcanzar acuerdos con los recién llegados cuando era conveniente,
en vez de luchar para expulsarlos. En 1107, Alepo,
que era musulmana, derrotó, en alianza con
la Antioquia cristiana, a
los ejércitos unidos de la musulmana Mosul y la cristiana Edesa.
Como gesto hacia su aliado cristiano, Ridwan de Alepo llegó incluso a colocar una cruz en el minarete de la
mezquita principal de la ciudad. Afirma Hindley, en
la obra citada, que “esas alianzas interconfesionales eran pruebas de un admirable multiculturalismo basado en el interés propio. Sin
embargo, las mentes más pías de ambos lados se mostraban escandalizadas”.
Los musulmanes tenían en poco a los estados europeos: sus cronistas estaban mucho más interesados en las grandes civilizaciones de Oriente, o en los mongoles. Afirmaba un cronista: “los francos (que Alá los despoje de su poder) no poseen ninguna de las virtudes del hombre excepto el coraje”.
(Continúa aquí)
FUENTES
* “La historia del Cristianismo”. Paul Johnson. Javier Vergara Editor, Buenos Aires 1992. Primera Edición 1988 (primera edición en inglés 1983).
* “Jerusalem in the Crusader Period” (en inglés). David Eisenstadt.
Ingeborg
Rennert
Center for
Jerusalem
Studies,
Bar-Ilan
University. Ramat-Gan,
Israel, marzo de 1997.
* “Las Cruzadas: peregrinaje armado y guerra santa”. Geoffrey Hindley, Ediciones B. S.A., Barcelona 2005. Edición original en inglés 2003.