LAS CRUZADAS A TIERRA SANTA - PARTE 3 DE 3
O 33 viñetas sobre las Cruzadas, con especial acento en la vida en los estados que los cristianos europeos crearon y sostuvieron en Tierra Santa durante dos siglos.
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LA TERCERA CRUZADA
El Papa Gregorio VIII proclamó que la caída de Jerusalén era un signo del disgusto divino con el comportamiento de los cristianos europeos. La agitación que suscitó este mensaje hizo que los reyes Enrique II de Inglaterra y Felipe II Augusto de Francia tuvieran que pactar una tregua en la guerra que sostenían, y comprometerse a abrazar la cruz.
Por su parte, el Emperador Romano Germánico, Federico I Barbarroja, partió con su ejército en 1189, cruzando Alemania, Hungría y el Imperio Bizantino. En mayo de 1190, el ejército germánico conquistó Konya, en Anatolia, la capital de los turcos selyúcidas de Rüm. Pero al mes siguiente, el Emperador se ahogó al caer de su caballo mientras cruzaba un río en Cilicia. La mayor parte del ejército retornó a Alemania inmediatamente; las fuerzas que continuaron la cruzada, al mando de uno de los hijos del emperador, Federico, el Duque de Suabia, se vieron diezmadas por un brote de peste bubónica en Antioquia. Pronto los sobrevivientes regresarían también.
(Imagen de la derecha: el Rey Felipe II Augusto de Francia arengando a sus tropas - clic sobre ella para ampliarla. Fuente: aquí).
Mientras tanto, los ejércitos de Felipe Augusto y del sucesor del fallecido Enrique II, su hijo Ricardo I Corazón de León, ya habían partido de Francia, y pasaron el invierno de 1190-1191 en Sicilia. Felipe II se unió a las fuerzas que sitiaban Acre el 20 de mayo; por su parte, Ricardo se vio demorado por sucesivos conflictos con el Rey Tancredo de Sicilia y el gobernante bizantino de Chipre, Isaac Comneno, que resolvió a su manera: conquistando la capital siciliana, Messina; conquistando la isla de Chipre entera. A comienzos de junio se unió en Acre a Felipe II y a Leopoldo, el Duque de Austria. La ciudad cayó el 12 julio, y Ricardo lideró la masacre de sus habitantes, sin perdonar niños, mujeres ni ancianos.
Pronto los ocupantes comenzaron a reñir por la cuestión de la sucesión de la fallecida Reina Sibila de Jerusalén: Felipe II y Leopoldo apoyaron a Conrado de Monferrato, esposo de Isabela, media hermana de Sibila, mientras que Ricardo apoyó a Guido de Lusignan, el viudo de Sibila. Ricardo ganó la pulseada, al precio de reconocer a Conrado como sucesor de Guido y de perder el apoyo de sus dos rivales: Leopoldo embarcó inmediatamente su ejército rumbo a Europa, y Felipe Augusto, que además estaba muy enfermo, sólo dejó en Tierra Santa a 10 mil de sus hombres y retornó también. A pesar de estos contratiempos, Ricardo comenzó su marcha hacia Jerusalén, y en setiembre derrotó a las fuerzas de Saladino en Arsuf, al norte de Jaffa. La guerra siguió hasta el 2 de setiembre de 1192, cuando Ricardo y Saladino pactaron que Jerusalén permanecería bajo control musulmán, pero Saladino garantizaría el acceso a la ciudad de peregrinos y mercaderes cristianos, siempre que viajaran desarmados. Ricardo se volvió a Europa, pero en el camino fue capturado por Leopoldo, a esta altura su enemigo jurado: el cautiverio del rey fuera de Inglaterra tiene un peso importante en la conocida leyenda medieval inglesa de Robin Hood.
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LA CUARTA CRUZADA
En
1198, el Papa Inocencio III predicó una nueva cruzada, con escaso resultado: el
Emperador Romano Germánico Felipe estaba enemistado con el Papado, y los reyes
inglés y francés estaban nuevamente en guerra entre sí. Sólo unos pocos nobles
franceses, alemanes e italianos aceptaron el llamado de la cruz, bajo el
liderazgo de Bonifacio, Marqués de Monferrato. Los
cruzados habían pactado con el Dux de Venecia el
transporte por mar hasta Egipto, el corazón del poder musulmán, pero no tenían
medios para pagarlo: entonces el Dux aceptó extender
el plazo para reunir el dinero necesario, a cambio de que los cruzados
conquistaran en su nombre el puerto adriático de Zara. Una vez cumplido el
propósito, los cruzados seguían sin reunir el dinero: fue entonces que
aceptaron la propuesta del príncipe bizantino Alejo de servirle de ejército
para acceder al trono de Constantinopla, a cambio de que Alejo se hiciera cargo
de pagarle a los venecianos, de que proporcionara un ejército de 10 mil
soldados para la campaña egipcia, y de que retornara a
la Iglesia Ortodoxa a la
obediencia a
la Iglesia
de Roma. Una parte de los cruzados se negó a aceptar un trato que el Papa consideraba denigrante y se retiró; sin
embargo, la mayoría se embarcó rumbo a Constantinopla, a la cual llegaron el 24
de junio de 1203. El 17 de julio lograron abrir una brecha en las murallas; los
ministros imperiales, aterrorizados, pactaron que el emperador Isaac II
compartiría su dignidad con el príncipe Alejo, quien pronto fue coronado como
Alejo IV.
Pero Alejo se vio obligado a establecer nuevos impuestos para honrar su deuda con sus mercenarios, y sus intentos por convencer al clero ortodoxo a aceptar la teología romana encontraron una fuerte oposición. Cuando Alejo fue depuesto y asesinado, los cruzados ocuparon la ciudad en abril de 1204 y la saquearon durante varios días, sin privarse de profanar los templos ortodoxos y despojarlos de todos sus ornamentos de oro y plata. El botín fue dividido entre los cruzados, los venecianos y el nuevo Emperador, el caballero cruzado Balduino de Flandes. La campaña a Egipto fue pronto olvidada.
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LA QUINTA CRUZADA
El Papa Inocencio III proclamó una nueva cruzada en 1213, que contó con la adhesión del Rey Andrés II de Hungría y Croacia. Éste alistó al mayor ejército real de la historia de las cruzadas: una impresionante fuerza de caballería de 12 mil hombres, más 12 mil infantes. La flota veneciana desembarcó al ejército húngaro en Acre a fines de 1217, el cual no pudo conquistar ninguna ciudad importante debido a la falta de catapultas y otras máquinas de sitio. Andrés pasó su tiempo recolectando reliquias sagradas, y cuando enfermó gravemente en febrero de 1218, decidió retornar a Hungría.
Mientras tanto, otro ejército liderado por el Rey de Jerusalén Juan de Brienne, el Conde de Holanda Guillermo I y el Duque de Austria Leopoldo VI atacó el puerto egipcio de Damietta, mientras simultáneamente los turcos selyúcidas del Sultanato de Rüm invadían Siria en apoyo de los cruzados. Damietta cayó en noviembre de 1218, pero los invasores nunca pudieron consolidar su posición y serían exterminados en julio de 1221, cuando intentaron atacar El Cairo. La noticia de que el legado papal en la cruzada, el cardenal leonés Pelayo Galván, había vetado la propuesta del sultán Al-Kamil de entregar a los cruzados Jerusalén a cambio de Damietta, originó en toda Europa un estallido de indignación contra el Papado.
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LA SEXTA CRUZADA
El
Emperador Romano Germánico, Federico II, había prometido liderar
la Quinta Cruzada, pero no había
demostrado mucho interés en cumplir su promesa, debido a que el Papa era su
rival en los delicados asuntos de Italia. Finalmente decidió cumplir con su
voto en 1227, pero tuvo que retornar pronto de Siria debido a un brote de
peste. Volvió a partir en 1228, y halló al sultán Al-Kamil tan agobiado por los conflictos con su hermano Al-Mu'azzam,
gobernador de Siria, que logró arrancarle una tregua de diez años y, lo más
importante, la posesión de Jerusalén. Federico, que además estaba casado con
la Reina Isabela de Jerusalén, fue
pronto coronado como rey consorte, y volvió a Europa en 1229. Estos logros,
alcanzados sin necesidad de derramar sangre, hubieran bastado para hacer de
Federico un Rey Santo, pero su frontal oposición a la intervención del Papado
en los asuntos temporales sólo le garantizaron cuatro excomuniones durante toda su vida, a falta de una.
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LA SÉPTIMA CRUZADA
Cuando los musulmanes reconquistaron Jerusalén en 1244, el Papa Inocencio IV volvió a convocar a una cruzada, a la cual sólo adhirió Luis IX de Francia, El Santo. Mientras el Papa buscaba infructuosamente una alianza con el Gran Jan de los Mongoles para atacar a los árabes desde el este (lo cual ya he descrito aquí) San Luis IX volvía a conquistar Damietta. Pero la crecida del Nilo le obligó a permanecer en la ciudad, y cuando intentó atacar El Cairo, fue derrotado y cayó prisionero el 6 de abril de 1250. Tras pagar un cuantioso rescate, fue liberado al mes siguiente, y se pasaría los siguientes cuatro años en Acre, tratando de recuperar Jerusalén por vía diplomática. Cuando se le acabaron los recursos, retornó a Francia sin lograr su objetivo.
Pocos meses antes de la derrota y captura de San Luis IX, había muerto el sultán As-Salih Ayyub. Lo sucedió su esposa favorita, Shajar al-Durr, de origen turco, que así dio origen a una nueva dinastía, conocida como la de los mamelucos debido a que sus sultanes eran descendientes de soldados turcos esclavos del sultán: el participio pasivo árabe mamluk es traducible como “poseído, tenido en propiedad”.
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LA OCTAVA CRUZADA
Las conquistas palestinas de los sultanes mamelucos entre 1265 y 1268 motivaron a San Luis IX a anunciar una nueva cruzada a Egipto. Pero su hermano Carlos de Anjou, Rey de Sicilia, que deseaba extender sus dominios por el norte de África, lo convenció de la necesidad de conquistar Túnez primero, para contar con una buena base desde la cual lanzar la invasión. El rey francés desembarcó en julio de 1270, pero su ejército fue diezmado por las enfermedades, e incluso el propio San Luis IX moriría el 25 de agosto. El ejército francés fue evacuado a fines de octubre.
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LA NOVENA CRUZADA
No
todos los historiadores coinciden en denominar “Novena Cruzada” a la campaña
del príncipe Eduardo de Inglaterra: algunos la consideran parte de
la Octava, debido a que las
tropas inglesas acudían a Túnez a auxiliar a San Luis IX cuando se enteraron de
su muerte, y entonces decidieron dirigirse a Acre junto con el ejército de Carlos
de Anjou. Los cruzados rompieron el sitio de Trípoli
y sellaron una alianza con los mongoles, que a fines de 1271 invadieron el
norte de Siria, mientras la flota de Hugo III, Rey de Jerusalén y de Chipre, se
aseguraba el dominio del mar. Pero la guerra pronto llegó a un punto muerto,
llevando a firmar una tregua de diez años, diez meses y diez días en mayo de
1272. Eduardo debió retornar a Inglaterra, el restablecido y hostil Imperio
Bizantino representó una nueva amenaza, y los cruzados comenzaron a reñir entre
sí. En 1289, el sultán Qalawun rompió la tregua y
conquistó Trípoli, y en 1291 los
mamelucos se apoderaron de Acre, el último bastión cristiano en Ultramar. Para
ese entonces, el desprestigio de todo el movimiento de las cruzadas era tan
grande que ya no se volvió a convocar ninguna más, al menos a Tierra Santa.
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LA CRUZADA ALEJANDRINA
En 1362, el Rey Pedro I de Chipre, a la vez nominalmente Rey Latino de Armenia y Rey de Jerusalén, comenzó a planear un ataque a Egipto, aunque menos para defender la fe cristiana que para garantizar la seguridad de sus dominios. En octubre de 1365 su ejército, aliado a los venecianos y a los Caballeros de San Juan, saqueó Alejandría durante tres días en forma verdaderamente ecuménica: sus soldados no hicieron distinciones religiosas ni étnicas a la hora de apoderarse de bienes ajenos.
29 “HEMOS REGRESADO”
Tras
la Primera Guerra
Mundial, cesó el dominio del Imperio Otomano sobre Siria, que pasó a ser un
protectorado francés. Se cuenta que cuando el general Henri Gourad entró a Damasco en julio de 1920, tras sofocar un levantamiento independentista
árabe, visitó el mausoleo de Saladino en
la Mezquita de los Omeyas y,
tras darle un puntapié a su sarcófago, dijo: “las Cruzadas han terminado ahora.
¡Despiértate, Saladino, hemos regresado!”
30 EL CINE Y LAS CRUZADAS
Siguiendo
al completo informe de José Manuel Rodríguez García podemos citar, entre los filmes que se ocupan del tema y que no son tantos como
uno creería, los siguientes: “Gerusalemme liberata” (Enrico Guazzoni, 1912), “The Crusades”
(Cecil B. De Mille, 1935), “The Saracen blade” (William Castle,
1954), “King Richard and
the Crusaders”
(David Butler, 1954),
" La Gerusalemme liberata” (Carlo Bragaglia, 1958), “Saladino” (Youssef Chahine, 1963), “Brancaleone alle Crociate” (Mario Monicelli,
1970), “Lionheart” (Franklin J. Schaffner,
1987), “I cavalieri che fecero l'impresa” (Pupi Avati, 2001), “Soldier of God” (David Hogan, 2004), “Kingdom of Heaven” (Ridley Scott, 2005).
(Derecha: trailer de “King Richard and the Crusaders”, de David Butler).
Omito aquí aquellas películas en las que solamente se hace una referencia lateral a las Cruzadas como, digamos, “El séptimo sello” (Ingmar Bergman, 1957) o "Robin Hood: Prince of Thieves" (Kevin Reynolds, 1991).
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LAS CRUZADAS EN
LA
LITERATURA DE LA ÉPOCA
Unos
años después del final de
la
Primera Cruzada, circulaba en el mundo de habla francesa una
canción de gesta, la “Chanson d’Antioche”,
que se inspiraba en la conquista cruzada de Antioquia en 1097. Se decía en
aquella época que el poema original había sido compuesto por un testigo ocular,
Ricardo el Peregrino, un juglar originario del norte de Francia o de Flandes;
la versión más antigua que disponemos se debe a Graindor de Douai, y data de 1180.
Wolfram Von Eschenbach, el autor de “Parsifal”, escribió hacia 1210 el “Willehalm”.
Su tema eran las cruzadas, pero en un tono muy diferente al de la “Canción de
Roldán” (“Chanson de Roland”)
de mediados del siglo XII, que se complacía en la descripción de la masacre de
los infieles. La esposa del héroe es una sarracena conversa, que declara que
los infieles son también hijos de Dios, y exhorta a los demás a oír “el consejo
de una sencilla mujer y rescatad la obra de Dios”. El tono ideológico de la
obra es marcadamente antiagustiniano, y hasta casi pelagianista: todos los seres humanos tienen un alma que
merece ser salvada, y
la
Iglesia tiene la misión universal de acercar a todos los
humanos a Dios. Es notable cómo el clima intelectual algo más tolerante de
Palestina comenzaba a despertar el debate intelectual en Europa.
Entre los trovadores occitanos que compusieron canciones referidas a las Cruzadas durante el siglo XIII están el caballero provenzal Bertran d’Alamanon, el templario Ricaut Bonomel, Guilhem d’Autpol, Raimon Gaucelm de Bezers, Austorc de Segret y Peire Cardenal.
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LAS CRUZADAS EN
LA LITERATURA DE
SIGLOS POSTERIORES
Podemos
citar, entre las obras literarias relacionadas con el tema de este artículo, al
poema épico de Torquato Tasso “Jerusalén liberada”, publicado por primera vez en 1581; al drama “La tragedia
de Zara” de Voltaire (1732); a las novelas “El talismán” (1825) y “Conde
Roberto de París” (1832) de Sir Walter Scott; al
libreto de la ópera de Rossini “El conde Ory”, escrito por Charles-Gaspard Delestre-Poirson y Eugène Scribe (1828); al poema épico
“Los lombardos en
la Primera Cruzada” de Tommasso Grossi (1829); a
la novela “Caballero cruzado” de Ronald Welch (1954);
a la novela “Cruzada de jeans” de Thea Beckman (1973); a las novelas “Del norte a Jerusalén”, “El
caballero templario” y “Regreso al norte” del escritor sueco Jan Guillou (1998-2001). Una lista
más completa (en inglés) puede leerse aquí
33 LA “CRUZADA” DEL ‘36
Si
bien he aclarado al comienzo de este trabajo que sólo pensaba referirme a las
Cruzadas dirigidas contra los musulmanes de Medio Oriente, quisiera destinar
unas líneas a una supuesta Cruzada mucho más moderna, sólo por considerarla una
curiosidad interesante. Se atribuye al obispo de Salamanca Enrique Plá y Deniel, en su carta
pastoral Las dos ciudades, del 1º. de
octubre de 1936, la definición del pronunciamiento del general Francisco Franco
contra
la República Española
como una “cruzada”, idea aprobada posteriormente por el Cardenal Primado de
España y Arzobispo de Toledo Isidro Gomá Tomás.
Entre
los autores que recogen la denominación están Tomás Prieto (en su obra “Héroes
y gestas de
la Cruzada”
de 1942) y Joaquín Arrarás, director de la colección
“Historia de
la Cruzada Española”,
editada entre 1940 y 1944.
FUENTES
* “La historia del Cristianismo”. Paul Johnson. Javier Vergara Editor, Buenos Aires 1992. Primera Edición 1988 (primera edición en inglés 1983).
* “Jerusalem in the Crusader Period” (en inglés). David Eisenstadt.
Ingeborg
Rennert
Center for
Jerusalem
Studies,
Bar-Ilan
University. Ramat-Gan,
Israel, marzo de 1997.
* “Las Cruzadas: peregrinaje armado y guerra santa”. Geoffrey Hindley, Ediciones B. S.A., Barcelona 2005. Edición original en inglés 2003.