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QUINTETO

Hace ya unos ochenta años, Sigmund Freud escribió un ensayo llamado “El malestar en la cultura”, citado más de una vez en este sitio. Entre otras ideas clarividentes que el “viejo hechicero vienés” (Borges dixit) expuso en ese librito de pocas páginas, estaba la de que existía un "irremediable antagonismo entre las exigencias pulsionales y las restricciones impuestas por la cultura"; dicho en palabras menos deudoras de la teología freudiana, la civilización consistiría en la subordinación de los deseos individuales a la preservación del orden social.

Me pareció interesante emplear esa idea como eje del análisis de cinco de las películas que vi en estos últimos días. Los filmes son los italianos “Amici miei" / "Amigos míos", su secuela “Amici miei – Atto II” (Mario Monicelli, respectivamente 1975 y 1982) y “Mediterráneo” (Gabriele Salvatores, 1991), el anglonorteamericano “Before the devil knows you’re dead" / "Antes que el diablo sepa que estás muerto” (Sidney Lumet, 2007) y el francés “Persépolis” (Vincent Paronnaud y Marjanne Satrapi, 2007). Luz, cámara, acción…

 

Comienzo con las dos deliciosas comedias a la italiana de Monicelli, que nos presentan a un grupo de amigos florentinos de mediana edad que se llaman a sí mismos “i zingari” (“los zíngaros”, por “gitanos”), aficionados a, como dice uno de ellos, mandarse cada tanto una “zingarada’: una escapada sin metas ni preocupaciones, una evasión improvisada que puede durar un día, dos días o una semana. Una vez nos duró veinte días, complicaciones aparte”. Los amigos son, en primer lugar, el Conde RaffaelloLelloMascetti (impagable Ugo Tognazzi), un noble que se gastó dos fortunas y sobrevive miserablemente con una esposa vencida por la tristeza y una hija discapacitada mental, sin que ello le haga perder ni un ápice de su dignidad… ni su legendaria capacidad para una siempre útil versión toscana de la sanata” porteña de Fidel Pintos. (Esta remisión al inolvidable narigón, así como que las bromas del grupo recuerden enseguida a la “cachada” tan porteña, nos dice algo: no hay películas que pinten mejor al habitante de Buenos Aires que las comedias italianas). En segundo lugar, el periodista Giorgio Perozzi (notable Philippe Noiret), capaz de salir de la redacción de su diario para acostarse con la esposa de un panadero y, sin solución de continuidad, pasar por la panadería del desventurado esposo para pedir “cuernitos recién hechos”… y agregar “envuélvame otra docena para mi mujer”. En tercer lugar, el arquitecto y funcionario municipal Rambaldo Melandri (Gastone Moschin), cuyos irrefrenables ánimos enamoradizos lo llevan desde atreverse a pedirle a un respetado cirujano la mano de su esposa a hacerse bautizar y representar a Cristo en un Vía Crucis para conquistar a una católica devota. (Ambos episodios son de los más graciosos de un par de películas muy graciosas). En cuarto lugar, ni un conde, ni un periodista, ni un arquitecto: como gusta presentarse a sí mismo, el señor “dueño-de-bar Necchi” (Duilio Del Prete en el primer filme, Renzo Montagnani en el segundo), ideólogo de las bromas más escatológicas, y cuyo billar sirve de refugio al grupo. En quinto lugar, un cirujano de prestigio y millonario propietario de una clínica, el doctor Sassaroli (un majestuoso y por ello siempre hilarante Adolfo Celi) capaz de recibir a un arquitecto que viene a pedir la mano de su mujer… y entregársela impertérrito junto con sus dos pequeñas e insoportables hijas, su caricaturesca institutriz alemana y un tremendo perrazo que ocupa una habitación por sí solo y come como un batallón. Y por si esto fuera poco, caerse por la casa del incauto arquitecto (Melandri, claro) y ¡quedarse a cenar, a veces a dormir, y criticar al dueño de casa por ser incapaz de manejar a su mujer y a las niñas!

 

No es lugar aquí para relatar las incontables bromas que cometen estos simpáticos inadaptados sociales, ni cierta delectación en la burla a personajes avaros (el no muy  lúcido jubilado “Ricchi, Nicolò” - Bernard Blier – en la primera obra, el autoparódico usurero Savino Capogreco – Paolo Stoppa – en la segunda) pero sí para apuntar la acusada incorrección política de algunas de ellas: desde el machismo a prueba de balas de las dos películas (que miran con sorna tanto la infidelidad masculina como… la violencia del marido infiel contra la esposa igualmente infiel) hasta la narración en clave humorística de la violación, embarazo y (“abortado”) aborto de la hija discapacitada de Mascetti. La ideología del particular quinteto cabe en dos frases de los peterpanescos y muy pulsionales personajes: en Perozzi pensando “si el imbécil era yo, que tomaba la vida como un juego, o si era él, que se la tomaba como una condena a trabajos forzados. O lo seremos los dos”. En Mascetti afirmando, luego de abandonar a su familia durante un mes por escaparse con una bella contorsionista: “sí, soy un desgraciado, pero no me importa nada. Tengo 55 años. ¿No saben que la vida es una sola? En tres días me mato”.

 

Pasamos ahora a la restante película italiana, “Mediterráneo” (ganadora del Oscar a la Mejor Película Extranjera en 1992). En los primeros instantes de la obra, la voz en off del teniente Raffaele Montini (Claudio Bigagli) nos informa que estamos en junio de 1941, y que su pelotón se dirige a una remota isla griega, Megisti (o Kastelorizo) para desarrollar tareas de observación del paso de embarcaciones y aviones enemigos. Durante esos primeros minutos, el barco que los trasladó a la isla es hundido por un submarino británico y la radio del grupo es destruida en un episodio típico de la más pura commedia alla italiana, con lo que el pelotón queda aislado nada más desembarcado.

 

Los soldados italianos terminan confraternizando con la población local, una vez que ésta descubre con alivio que los invasores no son los temibles alemanes (como dice el pope ortodoxo de la isla – Luigi Montini – “entre dos males, mejor el mal menor”, dado que “italianos, griegos… misma cara, misma raza”). En esa isla paradisíaca, aislados de la locura criminal que está asolando al mundo en esos momentos, los soldados se abandonan a sus deseos más personales: así, mientras el teniente Montini (antes de la guerra profesor de griego, admirador de la cultura helénica y pintor aficionado) acepta una sugerencia del pope y se encarga de restaurar los frescos de la capilla local, el joven y tímido soldado “Faccia di Culo” Farina (Giuseppe Cederna) descubre la poesía clásica y se enamora de la prostituta del poblado, Vassilissa (una verdaderamente bellísima Vanna Barba - juzguen por sí mismos). De esta vida de dulce y vital molicie sólo abjuran los dos personajes que sienten que hay en su vida algo más elevado que el cultivo de los placeres físicos e intelectuales: el soldado y desertor múltiplemente fracasado Corrado Noventa (Claudio Bisio) que desespera por volver a ver a su esposa embarazada, y el histriónico, verboso y fanfarrón sargento Nicola Lorusso (Diego Abatantuono, brillante) que aborrece de permanecer al margen de la lucha por el destino de la patria.

 

Cuando un día, en medio de un partido de fútbol jugado en la playa, hace un aterrizaje forzoso un avión de la Fuerza Aérea italiana, los integrantes del pelotón del teniente Montini se enteran de que ¡ya llevan tres años en la isla! Además, se informan de que la farsesca dictadura fascista de Mussolini ha caído, que el no menos farsesco régimen del rey Víctor Manuel III y el Mariscal Badoglio se ha aliado con sus antiguos enemigos y declarado la guerra al antiguo aliado alemán, y que Italia ahora es presa de la guerra civil, además de teatro de combates entre el Eje y las potencias antifascistas. Dado que el aviador promete avisar a sus nuevos amigos ingleses que envíen un barco desde Creta a rescatar al pelotón, los que disfrutaban de la situación sienten algo parecido al fin de las vacaciones, y Farina se ve impulsado a tomar una decisión con respecto a Vassilissa en los mismos términos de la cita freudiana que encabeza esta nota.

 

La película termina unas dos o tres décadas después de estos acontecimientos, cuando unos ancianos Lorusso, Montini y Farina vuelven a verse las caras en Megisti. El viejo sueño de Lorusso de una Italia renacida, convertida en un gran país, le merece ahora un conjunto de amargas reflexiones. El clima de comedia del filme vira brutalmente, la sensación de derrota que (por muy diferentes razones) aqueja a los tres personajes y los vuelve a unir tras tantos años se transmite al espectador, tanto en clave existencial (toda vida acaba en la derrota definitiva, la muerte) como política (al fin y al cabo, uno de las productoras del filme es propiedad de… Silvio Berlusconi). Ese escéptico derrotismo de comienzos de los ’90 no parece haber remitido en Italia, pero sí en América del Sur durante esta última década de crecimientos a "tasas chinas" e integración de millones de excluidos al circuito económico y la vida social. En ese sentido, parte del discurso del filme parece haber envejecido mal.

 

El veterano director Sidney Lumet dirigió en 2007 Before the devil knows you’re dead” o “Antes que el diablo sepa que estás muerto”, un interesante drama que nos presenta a dos hermanos de clase media alta, Andy (Philip SeymourHoffman) y Hank (Ethan Hawke), abrumados por problemas de dinero de diferente índole: mientras Andy se ve torturado por su adicción a las drogas y apremiado por la posibilidad de que se descubran sus turbios manejos en la empresa para la cual trabaja, Hank (recientemente divorciado, y verdaderamente un tipo de pocas luces) pena para garantizarle una educación adecuada a su hija y para sostener su relación clandestina con la esposa de Andy, Gina (Marisa Tomei, espléndida como siempre). Andy propone a Hank una maniobra desesperada, un sacrificio de los más elementales códigos sociales en el altar de la conveniencia personal: robar a mano armada la joyería de sus padres, un plan que “no puede salir mal”. El resultado del robo es conocido desde el comienzo de la película, por lo que el desafío del director, más que plantear la resolución de una intriga criminal inexistente, es indagar en las motivaciones de los personajes y en retratar cómo cada uno de ellos lidia con su progresiva e imparable caída en el abismo. Para ello se vale de una estructura compleja, que incluye saltos temporales y cambios de puntos de vista, siguiendo un modelo que Hollywood probó varias veces durante la pasada década con resultados inferiores a los esta película (recuérdese, por ejemplo, “Babel”, “Crash” / “Vidas cruzadas” oSyriana”) pero que hace varias décadas sirvió para obras tan logradas como “The asphalt jungle" / "Mientras la ciudad duerme ” de John Huston o “The killing" / "Casta de malditos” de Stanley Kubrick, con las que “Antes que el diablo…” tiene varios puntos de contacto. La cuestión es: ¿entonces debe haber un orden que fije límites para la búsqueda de la satisfacción de las pulsiones?

 

"Persépolis" es un logrado filme animado francés de 2007, dirigido por Vincent Paronnaud y Marjane Satrapi sobre la base de la homónima novela gráfica de esta última. La historia es autobiográfica, y acompaña a una joven iraní, Marjane (con la voz de Chiara Mastroianni) que, en el aeropuerto de París, hace tiempo mientras espera tomar un avión de regreso a Teherán y entonces repasa su vida desde su niñez en el Irán de los últimos meses del reinado del Sha (Emperador) Reza Pahlevi, entre 1978 y 1979. El color vira entonces a blanco y negro, y vemos a Marjane como una niña de unos nueve o diez años, fanática de Bruce Lee y con una vida interior bastante compleja para su edad (sueña que es una profetisa que habla con Dios... y con Karl Marx). Sus padres son miembros de una antigua y rica familia de sangre real, culturalmente occidentalizada, y con simpatías marxistas (¡todo un resumen de las contradicciones que acechaban al país!). A medida que el filme avanza, seguimos el crecimiento de Marjane en paralelo a la evolución política de Irán: la caída de la dictadura del Sha y la liberación de los presos políticos junto a la devoción de los niños iraníes por ABBA o los Bee Gees, los primeros tiempos de la Revolución Islámica, el progresivo sesgo totalitario y reaccionario del régimen junto a la admiración por Michael Jackson o Iron Maiden, un nuevo encarcelamiento de los antiguos opositores de izquierda al Sha, la invasión iraquí de 1980 y la desastrosa guerra que le siguió por casi ocho largos años, la adolescencia en un colegio de Viena, los primeros amores, las desventuras de ser una extraña en la muy liberal Europa, la desventuras de ser una extraña en su propio país al regresar de Europa, la relación con su madre (con la voz de la madre de Chiara Mastroianni, Catherine Deneuve) y su influyente y querible abuela (Danielle Darrieux), la contradicción de sentirse una paria en todos lados y a la vez una privilegiada (porque muy pocos pueden abandonar esa sociedad asfixiante, en especial con las mujeres).

 

Marjane aporta otro elemento que complejiza el juego dialéctico entre las pulsiones vitales y la pertenencia a un orden social: es reveladora la discusión que sostiene con sus amigos austríacos en Viena, a quienes les reprocha "jugar a la rebeldía" del anarquismo punk en una sociedad que da la libertad como sobreentendida, mientras millones de personas en todo el mundo (y en especial en Irán) padecen la imposición de un orden a punta de pistola. O, en términos asimilables a la idea que este artículo pretende desarrollar, cuando la necesidad de salvaguardar un espacio mínimo de libertad vital no nos impulsa a darle la espalda a dicho orden (como en las anteriores películas, ya fuera de un modo inofensivo - como en los tres filmes italianos - como de un modo inmoral - como en "Antes que...") sino que nos obliga a enfrentarlo, aún (y paradójicamente) a riesgo de la propia vida.

 

O, como ya fue dicho hace casi dos mil años, en el seno de una sociedad incorporada a la fuerza en un imperio opresivo, "el que quiera salvar su vida, la perderá" (Mateo, 10:39).

 

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