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RAPSODIA CATÓDICA
Digresiva serie de apuntes que, a cuento de nada, revisa más de cinco décadas de TV en Argentina. Señor director, disponga usted de las cámaras porque, ya se sabe, el tiempo es tirano en televisión...
LOS CINCUENTA
La primera transmisión oficial de TV en Argentina fue efectuada por el Canal 7 de Buenos Aires (en la imagen su primer logo) el 17 de octubre de 1951, y consistió en un discurso de Evita. Tanto el acontecimiento televisado cuanto la fecha elegida (sexto aniversario del momento fundacional del peronismo) hablan bastante de la época.
A la distancia de tantas décadas, uno podría suponer que el nuevo medio ocupó un lugar importante en el esfuerzo de propaganda del gobierno de Perón. Bien, no fue así: mal podría haberlo sido cuando había muy pocos receptores en Buenos Aires (en el resto del país, ni siquiera había transmisiones aún) y las capacidades técnicas de la época hoy nos hacen esbozar una sonrisa autocomplaciente.
Uno se siente tentado a imaginar algunos anacronismos: por caso, móviles cubriendo en directo el bombardeo de Plaza de Mayo del 16 de junio de 1955. Las imágenes de automóviles destruidos, transportes públicos incendiados, cuerpos despanzurrados, se pudieron ver en noticieros cinematográficos de la época, pero no cuesta mucho imaginar cuánto mayor hubiera sido su efecto si hubieran llegado en directo a cada hogar argentino.
No sería la primera vez que la TV no pudo estar donde debiera haber estado.
LOS SESENTA
Hacia 1960-61 ya había suficientes aparatos receptores como para que la TV fuera negocio, y comenzaron a funcionar tres canales de propiedad privada en Buenos Aires (el 9, el 11 y el 13) y varias señales en el resto del país (Córdoba, Rosario, Mar del Plata, etc.). Los tres nuevos canales porteños le abrieron la puerta de nuestras casas a las tres grandes cadenas históricas de la TV norteamericana: cada una de las señales tenía una estrecha relación respectivamente con la NBC, la ABC y la CBS. Las series comenzaron a invadir la pantalla, y con ellas llegaron las preocupadas críticas tanto a la subliminal propaganda proyanqui como a la deformación del idioma producto de los doblajes portorriqueños. Del resultado del lavado de cerebro resultante de dicha supuesta propaganda dan cuenta los resultados de las elecciones de 1973; de la deformación del idioma, la frecuencia con que en las calles de nuestro país se oyen locuciones como "balacera", "nevera" o "aparcar el carro".
La figura más importante de los años '60 es Nicolás "Pipo" Mancera, el hombre que, para bien o para mal, inventó casi todo en sus "Sábados Circulares". Se cuenta que seguía las transmisiones de la competencia a través de una serie de televisores encendidos, detrás de cámaras, y que en base a lo que veía decidía el orden o la duración de los números de su programa. Mancera no hacía nada más que adaptarse a un hecho que había comenzado en 1961. La respuesta es... Minuto Odol en el aire ¡ya!
La medición del rating.
LOS SETENTA
La traducción catódica de la violencia que asoló al país desde fines de la década anterior dio un nuevo paso con la estatización de los canales privados en 1974, poco menos que a punta de pistola. El golpe militar de 1976 terminó esa tarea, dándole a la TV un matiz netamente orwelliano. Para los anales del ridículo: ¡a Piluso le prohibieron llamarse "Capitán", y a Coquito, vestirse de marinero!
Porque si en los '60 eran la NBC, la ABC y la CBS, en los '70 hubo una nueva Muy Poco Santísima Trinidad repartiéndose los canales como botín de guerra: el 7 y el 9 pasaron a ser los house organs del Ejército, el 13, el de la Armada, y el 11, el de la Fuerza Aérea (1).
Con el Mundial de Fútbol de 1978 llegó el equipamiento necesario para la transmisión en colores (¡sí chicos, aunque les parezca mentira, hubo una época en la que la TV era en blanco y negro!), aunque las transmisiones recién comenzarían en mayo de 1980.
LOS OCHENTA
Como se dijo, la década comenzó con la TV en colores, y un poco después llegó la TV por cable (¡sí chicos, hubo una época en que sólo se podían ver los canales de aire!). El proceso comenzó en Buenos Aires por 1982-83, y a mitad de la década ya había alcanzado a la mayoría de las ciudades más importantes del país. Al comienzo los canales eran muy pocos (los de aire, más dos o tres de películas, más TVE, más algún otro) pero ayudaron a ampliar la oferta y a desprovincializar nuestra mirada, tan sesgada por ese trastorno bipolar que nos hace creernos en un momento los más vivos del mundo y al siguiente los peores.
Con la democracia llegó la apertura, llegaron las (absurdas) críticas a la "patota cultural", llegó el enésimo reparto de los canales (esta vez entre líneas internas del radicalismo gobernante) y llegaron las escandalizadas protestas de los retrógrados de siempre porque, en 1985, al periodista Pepe Eliaschev se le ocurrió hacer una encuesta callejera en la que se preguntaba a la gente si el tamaño del pene era importante para la satisfacción sexual (¡sí, chicos, hubo una época en la que hablar de sexo en TV era una receta segura para meterse en problemas!).
En 1983 se volvió a privatizar Canal 9, que de la mano del zar Alejandro Romay (imagen) durante una década disfrutó en solitario de los beneficios de competir contra languidecientes canales estatales, y en 1989 se anunció que el 11 y el 13 correrían la misma suerte al año siguiente. Después vendrían Aerolíneas Argentinas, ENTel, Gas del Estado, YPF... Comenzaba una nueva era, y no sólo en la TV, pero no nos dimos cuenta a tiempo.
Los argentinos, esos años, estábamos viendo otro canal.
LOS NOVENTA
La privatización del 11 y el 13 abrió el camino a la TV actual. Las vacas sagradas de hoy (Tinelli, Suar, Villarroel, Pergolini, Ávila, Hadad) aparecieron en esta época, o al menos en ella se consolidaron como figuras. Los canales que alguna vez estuvieron relacionados con las grandes cadenas norteamericanas, con nuestras Fuerzas Armadas y con las líneas internas de la UCR, ahora pasaron a estar subordinados a las estrategias (públicas y no tanto) de grandes corporaciones: el 13, a la del Grupo Clarín; el 11, primero a la de Editorial Atlántida y luego a la de Telefónica; el 9 y América TV (el antiguo canal 2 de La Plata) cambiaron de mano más de una vez y se vieron obligados a pelear por las migas que dejaban los dos gigantes.
El cable se expandió notablemente con la aparición de muchos de los canales más populares de hoy (Crónica TV, TN, TyC, Fox Sports, ESPN, Sony, Fox, Discovery, Cartoon Network, MTV, Much Music). La década menemista y su cambalachesco "todo es igual, nada es mejor" se reflejaron vivamente en la TV: es la década del furor de talk-shows que podían debatir tanto las desventuras sentimentales de una modelo como el inolvidable caso Cóppola (¿qué fue de Samantha, de Natalia, de Gerace?). La década que cerraría con los noticieros transmitiendo desde... París (!) durante el Mundial de Francia. Pan y circo. Bueh, migas y circo...
LA DÉCADA PRESENTE
La TV de hoy es obsoleta para buena parte de la generación que ya no se acuerda de cómo era la vida en la Edad Oscura Anterior a Internet. Al menos hasta que llegue la TV digital (todo indica que a fines de este año o en el próximo) la ausencia de interactividad se echa de menos cuando se pasa del monitor de la PC al aparato de TV: no se puede elegir el horario en el que se va a ver un programa, ni repetirlo cuantas veces se desee, ni pasar rápidamente las partes que carecen de interés (2), ni obtener información complementaria (¿quién es el actor que hace de rey? ¿Ese rey es un personaje real o ficticio? ¿En qué equipos jugó antes ese delantero?). E incluso es probable que a aquellos acostumbrados a los videoclips musicales, a You Tube o a los juegos en red, un programa de TV de una hora de duración les resulte algo largo y carente de ritmo.
Pero esto es sólo el comienzo. En pocos años más, unas cuantas tecnologías estarán integradas en un mismo dispositivo (Internet de banda ancha, TV digital, videotelefonía móvil, GPS, banca electrónica, organizador, etc.). E incluso hasta es probable que no leamos los periódicos sino que los escuchemos, a través de un simple programa lector de su página web.
Ya tenemos algunas muestras de cómo será ese mundo: hoy se puede influir en el resultado de esa nada metafísica que es Gran Hermano enviando un mensaje de texto; desde la página web de Clarín se puede ver TN o escuchar el programa radial de Roberto Pettinato; se pueden ver videos creados especialmente para celulares, etc. No podemos saber a qué hora va a comenzar un programa, cierto, pero el progreso tiene sus costos...
TV o no TV, ésa es la cuestión.
NOTAS
(1) Este reparto obedecía a una sorda lucha intestina entre las tres armas, principalmente entre las dos más poderosas: el Ejército y la Armada (que entonces era poco menos que el brazo armado del proyecto político del funesto almirante Emilio Massera). Como harían bien en notar unos cuantos autoritarios de paladar negro que llaman a los programas radiales matinales, los partidos políticos y los sindicatos no son los depositarios exclusivos de las miserias humanas.
(2) Obviamente uno puede grabar un programa y reproducirlo después, pero para eso se requiere un electrodoméstico adicional.