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ACAPULCO BLUES
I
Una luna como de
marfil viejo colgaba de la noche enjoyada de estrellas. El mar se mecía suavemente;
soplaba una leve brisa tropical. Asomado en el balcón, Rick encendió el enésimo
cigarrillo. Oyó la suave respiración de Ann: ella dormía tranquilamente.
Al guardar la cigarrera
en el bolsillo derecho de la bata, recordó una noche en
De
II
Ann Dillon tenía
el cabello del color del fuego y los ojos del color de la ceniza. (Esta descripción
es harto afectada y no hace justicia al brillo ciertamente vivo de su mirada.
Tal vez sea mejor comenzar de nuevo). Era la clase de mujer por la cual ningún
hombre dudaría en echar su honra a los perros.
Pinceladas: labios
un poco grandes. Pechos algo más que un poco grandes. Curvas delineadas con
la elegancia de un trazo de Leonardo. Un rostro de ángel, de aspecto perversamente
cándido, en un cuerpo diabólicamente perfecto, un descenso del Cielo a los infiernos
en un golpe de vista
A los quince años,
Ann había sido vendida por su padre, un irlandés dueño de un bar de mala muerte,
a un rufián italiano de Savannah, quien se la quedó para sí hasta que un ajuste
de cuentas lo dejó frío. El ejecutor, Chuck Aniello, el jefe de los matones
de Don Angelo Ricci, el dueño de media
Nadie dudaba que
Don Angelo estaba demasiado viejo para lidiar con una mujer así. A los veinte
años, Ann era dueña de su destino. Fue entonces cuando el amor fue
(porque el amor sucede, es).
III
Cuando el amor sucede,
no pide permiso. Rick tenía la piel curtida de derrotas, y parecía haber dejado
el alma a jirones detrás de sí. Su carácter hosco, la expresión siempre seria
de su cara, le hacían decir a Ann que él era su "Bogart con dolor de muelas".
Parecía tener algún año menos de la cincuentena que sus documentos declaraban,
aunque en los últimos meses su cabello había comenzado a encanecer y había perdido
algunas libras de peso. Sus rasgos se habían afilado ligeramente, lo suficiente
como para resaltar el brillo de sus ojos pardos. Era un hombre elegante, un
aristócrata del asfalto, la persona de la que cualquier hombre, de ser mujer,
se enamoraría perdidamente.
Ann apenas sabía
de Rick que había nacido en Brooklyn, en 1904. Que tuvo una juventud tumultuosa,
que había recorrido buena parte del mundo, tal vez como periodista o como agente
de
De los amores de
Rick, Ann sólo sabía que habían sido tantos como el tamaño de su olvido.
IV
Acodado en la barandilla
del balcón, Rick Blaine se dejaba llevar por la lenta fluencia de la noche.
Un peatón pasó silbando un corrido.
"La vida puede
darnos todo cuando ya no tenemos fuerzas para conservarlo", pensó. Apagó
el cigarrillo contra la pared. Comenzaba a sentir frío. Tomó el sobre de papel
gris (que llevaba uno de sus falsos nombres) y lo volvió a esconder cuidadosamente,
tratando de no hacer ruido.
Tampoco esa noche
había tenido valor para releer el diagnóstico del oncólogo.
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