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ATMÓSFERAS
El universo, que otros llaman la galería, se compone de tres corredores de igual extensión, los que, provenientes de otras tantas calles, desembocan en un paseo que circunda a una especie de isla central. La forma del conjunto es la de una letra T.
Gedankenexperiment: experimento mental, al decir de Einstein. ¿Dónde estoy? Revelación: de no ser por el idioma de las personas que conversan a mi alrededor, no podría decir si estoy en Mar del Plata, Copenhague, Tokio o Estambul. Realidad virtual: las galerías comerciales no están en un lugar determinado. Están fuera del mundo.
La cafetería. Un murmullo de decenas de conversaciones simultáneas, de música rigurosamente muy FM; la calle trae su rumor de autos desplazándose sobre el asfalto mojado. Afuera hace frío, y las gotas de lluvia hienden el aire cargado de neón rojo, azul, verde, blanco, amarillo. El aroma y el sabor del café, la sangre de los hombres cansados, al decir de Raymond Chandler; negro, amargo y caliente como el infierno. Pido un café irlandés. La moza es bonita y simpática; tiene los ojos fatigados, tal vez por la iluminación del local, la que haría que una supernova pareciese la luz de una linterna con las pilas descargadas.
La moza, las mozas, las vendedoras. No todas son muy lindas, pero ninguna es fea. Hay bellezas lánguidas, caminando sobre el borde del precipicio de la anorexia, con sus ombligos al aire, como odaliscas de boutique. Pero también hay chicas hermosas, de curvas delineadas con la precisión de un trazo de Leonardo, templos vivientes de Afrodita Calipige, que harían abjurar a los más acérrimos monógamos militantes. Jóvenes esbeltas de las que no sabemos qué es lo que venden, pero sabemos muy bien que podrían comprarnos para siempre con una simple sonrisa. Criaturas deliciosas con el solo defecto de estarnos negadas al común de los mortales. (Pero siempre cabe la posibilidad de una violación de esa ley cósmica).
Los clientes. Algunos son meros paseantes, saliendo a ver lo que les estará vedado poseer mientras tengan que seguir levantando las cuotas de la hipoteca. Otros... el consumismo es una especie de fetichismo.
Los locales. La parafernalia de chupetes de la civilización posindustrial. Consumación o consumo; el ser humano del tercer milenio mira su propio ombligo en un aparato de TV de alta definición y no ve el bosque de vigas que asoma por sus ojos. Viste su mejor camisa de once varas y sale a la pelea diaria, oyendo música que compra en el supermercado. Melodías para diluir y consumir, armonías predigeridas y ritmos de ocasión.
En un paseo de compras uno es consciente de lo rico que podría ser si no necesitara tantos sonajeros.
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