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* * * * * * * * * * * * PERO ¿QUIÉNES SOMOS LOS QUE HACEMOS CINE BRAILLE? * * * * * * * * * * * * |
Con ustedes, uno de los clásicos de este rincón de Internet: crónicas de películas vistas en mis vacaciones de verano. Hay tres de ese inglés loco y de obra despareja llamado Alex Cox: la notable Repo Man, Three businessmen y El patrullero, filmada en México. Pero también están las más recientes Trumbo, de Jay Roach, e Invasión Zombie, de Sang-ho Yeon, y el clásico M el vampiro negro, de Fritz Lang. ¿Dónde vas a encontrar esta variedad si no es acá, fiera?
Repo Man tiene todos los elementos como para ser una película de las que uno se enamora. Un Chevrolet Malibu del '64 con el cadáver radiactivo de un ET en el baúl, Hombres de Negro, Harry Dean Stanton como un adicto que vive de recuperar automóviles cuyos dueños son tímidos para pagarlos, chicos punks con padres ex hippies seguidores de un telepredicador deshonesto y con trabajos basura: todo ello una perfecta excusa para retratar la vida en los barrios pobres de un Los Ángeles ochentoso indistinguible de Berazategui. ¿Cómo no amarla? Hay además claras referencias a la notable Kiss me deadly de Robert Aldrich, un policía cuyo hobby es tejer (sic) como el personaje del recordado Ignacio Quirós en una vieja telenovela de Arnaldo André, y una banda de sonido genial, de Iggy Pop y Black Flag a un brillante cover de Pablo Picasso de Modern Lovers por Burning Sensations. Cox, un inglés de izquierda fan del punk (es el director de Sid and Nancy) se permite a la pasada, en una película pochoclera destinada a adolescentes norteamericanos, colar carteles de reuniones de solidaridad con Cuba, referirse a los desaparecidos en Sudamérica, o hacerle decir al protagonista Otto (perfecto y jovencísimo Emilio Estévez) lo que parece una declaración de principios: "maldita gente normal, los odio". Ay Dios, lo que es decir Billy Wilder: lo que el cine argentino tiene para aprender aún...
Invasión Zombie (Busanhaeng) fue la sensación de fines del año pasado: ¡una película coreana sobre un tren expreso plagado de zombies, y que llena cines en Argentina! Hay que aclarar que el subgénero hace rato que entró en su madurez, y le está pasando lo que a la ciencia ficción desde hace medio siglo: artistas inteligentes y sensibles adoptan sus premisas para trascenderlas, para iluminar las zonas oscuras de la condición humana o de la etapa actual del capitalismo. Al director Sang-ho Yeon no le interesa sólo asustar y entretener, que ya sería digno de nuestro agradecimiento porque no es una meta modesta, sino explorar las relaciones entre padres e hijos, o destacar que la codicia y la insolidaridad no garpan: son la mordida de la muerte, literalmente. Una catástrofe que lleva a los personajes a su límite, aquel en que se revela quiénes son en realidad: un cine mucho más serio que el que pueden presuponer los admiradores de emboles prestigiosos.
Three Businessmen es una película extraña, no del todo lograda, en la que Alex Cox sigue a dos hombres de negocios que salen de su hotel en Liverpool buscando un lugar donde cenar, y mientras tanto discurren sobre temas varios de interés variable. Cuando se bajan de un tren y aparecen en Rotterdam, o un rato después en lo que creen el barrio chino de la ciudad de los Beatles y resulta ser Hong Kong, el espectador empieza a sospechar que este itinerario lisérgico esconde una intención alegórica. La sospecha se convierte en certeza cuando, luego de que un taxista chino los deje en un pueblo en medio de unas sierras yermas en las que se habla castellano, encuentran a un tercer hombre, un comerciante afroamericano tan extraviado como ellos, y el periplo del trío de personajes apellidados King, Reyes y LeRoy culmina en una situación que no conviene referir pero el lector atento intuirá. Exterminating Angel se llama la compañía productora de Cox: ángel exterminador, nombre que remite a Luis Buñuel, cuya influencia en este filme es notoria.
M, El vampiro negro, un clásico del cine de los años finales del expresionismo alemán, puede resultar algo lenta y de estructura laxa a los ojos del espectador de 2017, harto más complejo que el de 1931. Pero el uso del fuera de campo, la banda sonora, la iluminación y la fotografía, valen por una clase de Fritz Lang. La historia involucra a un asesino pedófilo, uno de los seres más repugnantes que se pueden concebir, en la Alemania de los años inmediatamente previos al ascenso del nazismo al poder. El terror a los crímenes de este asesino serial conmociona a la sociedad de un modo que hoy podemos definir como usual: caza de brujas, ataques de turbas a los inocentes sospechosos de costumbre, cuestionamiento a un Estado culpable de que "nunca hay un policía cuando se necesita" (textual de un personaje). Hay algunos pasos de comedia, una pintura realista de unos barrios pobres alemanes del todo similares a nuestros porteños conventillos de la época, y una extraña simbiosis entre el Estado y el crimen organizado: el pavor que causa el asesino estropea los negocios de, como cantara inmortalmente Edmundo Rivero, "los ases del choreo". De allí que los criminales alemanes tengan tanto interés como la Justicia en resolver el misterio. Tres ideas que sugieren los minutos finales de la película: la primera, Lang deja la defensa de la justicia por mano propia a cargo de criminales, toda una toma de posición de su parte. La segunda, como dice la madre de una de las víctimas: nada le devolverá a su hija, ni un juicio con todas las garantías de la ley, claro, pero tampoco un ajusticiamiento a manos de una turba. La tercera, fuera de campo también: no olvidemos que un año y meses después del estreno de esta película, Adolf Hitler fue investido como canciller de Alemania.
El patrullero pertenece al un tanto pretenciosamente llamado "período mexicano" de la carrera de Alex Cox. Sospecho que Pablo Trapero la debe haber visto antes de filmar El bonaerense. Cox sigue a un joven e idealista policía de carreteras, Pedro (Roberto Sosa) en un México corrupto y mísero como una pesadilla: el descenso a los infiernos no termina de ser tal porque el resto de buen corazón del protagonista lo salva siempre que está a punto de hundirse. El ritmo es algo cansino al comienzo, la estructura parece demasiado episódica, pero en la última media hora todos los cabos sueltos se anudan para llegar a un final ¿abierto? Si uno aprendió a conocer a Pedro, puede intuir qué decidirá acerca de su futuro.
Trumbo es un filme de Jay Roach acerca de uno de los más grandes guionistas de Hollywood de los años de oro, Dalton Trumbo, que cometió el error de tener simpatías marxistas en una época en que en Estados Unidos se encarcelaba o se impedía trabajar a los partidarios del comunismo en nombre de, ejem, la libertad. Trumbo, el guionista de clásicos inmortales como Espartaco o La princesa que quería vivir, pasa unos meses en la cárcel, pero lo peor llega después, cuando nadie acepta sus guiones y se ve obligado a trabajar para estudios de tercer orden o entregar trabajos a nombre de amigos. La vida familiar se resquebraja, pierde amistades de toda la vida, pero a la vuelta de los años llega su victoria, de la mano de un par de estrellas que desafían las listas negras y merecen un reconocimiento: Otto Capitán Frío Preminger y Kirk Douglas.
Hasta aquí todos detalles que pintan a la película como muy cercana a la verdad histórica... salvo que la verdad histórica es un diablo que, en el cine, siempre mete la cola. Trumbo parece en el filme un liberal a la norteamericana, algo así como un progre nuestro, celoso guardián de la libertad de expresión y las garantías constitucionales. Pero Trumbo no era liberal: era comunista, en los años en que serlo era reverenciar a un genocida como Stalin, cuya idea de la libertad de expresión y las garantías constitucionales haría parecer a los celosos anticomunistas norteamericanos como unos aficionados. Esa dolorosa disonancia no está explorada en la película: la de varias generaciones de brillantes y desgarrados intelectuales occidentales, ardientes defensores de las mejores tradiciones democráticas y republicanas de su cultura, incapaces de asumir que el principal adalid mundial de su causa es un matarife a escala diabólica, y sus sucesores, unos burócratas corruptos. ¿Callarse para no darle argumentos al enemigo mortal, denunciar al criminal al precio de demoler la credibilidad de la causa a la que dedicaron su vida? Como dijo por ahí Albert Camus, el error es consustancial a la política. Bienvenidos a los dolores de la existencia.
Imposible no mencionar también a un elenco de estrellas que se sacan chispas: Bryan Cranston como Trumbo, Diane Lane como su esposa, Helen Mirren como una pérfida Hedda Hopper, Louis C. K., Elle Fanning, John Goodman...
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