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LA GUERRA DEL FIN DEL MUNDO
Mario Vargas Llosa. Seix Barral. Buenos Aires, 1981.

[Predicaba] "cosas que se entendían porque eran oscuramente sabidas desde tiempos inmemoriales y que uno aprendía con la leche que mamaba. Cosas actuales, tangibles, cotidianas, inevitables, como el fin del mundo y el Juicio Final, que podían ocurrir tal vez antes de lo que tardase el poblado en poner derecha la capilla alicaída". (.) "Un silencio seguía a su voz, en el que se oía crepitar las fogatas y el bordoneo de los insectos que las llamas devoraban, mientras los lugareños, conteniendo la respiración, esforzaban de antemano la memoria para recordar el futuro". (Capítulo I, Parte Uno).

"¿Se da cuenta? (.) Canudos no es una historia, sino un árbol de historias", afirma uno de los personajes de esta vieja novela de Mario Vargas Llosa, basada en un acontecimiento histórico: el surgimiento de un particular movimiento milenarista cristiano entre los desclasados del noreste del Brasil, en la última década del siglo XIX, y la escalofriante masacre que las clases dirigentes brasileñas ordenaron perpetrar contra sus veinticinco o treinta mil adherentes, hombres, mujeres, niños y ancianos. La citada frase no sólo se ajusta a la perfección a la estructura coral de la obra, sino también a que la llamada Guerra de Canudos convocó juntos a todos los fantasmas de la historia de América Latina: la aristocracia terrateniente enriquecida con la explotación de un proletariado rural misérrimo y desesperado, el Ejército como reaseguro de la perpetuación de un orden social injusto, la sombra de la intervención de potencias extracontinentales, la corrupción e ineptitud de la clase política, el potencial contestatario y contracultural del cristianismo, la pugna entre los defensores del viejo orden agroexportador y los partidarios del desarrollismo industrialista, la incapacidad de la izquierda para desprenderse de paradigmas inaplicables a las cuestiones latinoamericanas, los medios de comunicación al servicio de las mentiras del poder.

El agente causal de este extraño y olvidado episodio en la historia de Brasil fue un predicador itinerante, el Consejero (Conselheiro), un hombre dotado de un carisma inquietante, que recorría los villorios del desértico interior del Estado de Bahía anunciando el amor dilecto e imperecedero de Dios por aquellos a quienes el mundo despreciaba ("no era accidente que estuviese donde habían venido a congregarse los tullidos, los desgraciados, los anormales, los sufridos del mundo"). Así daba un sentido a esos sufrimientos compartidos por tantos y los convertía en signo de elección divina y, por ello mismo, paradójico motivo de alegría. Como Jesús, como Juan el Bautista, el Consejero cambiaba radicalmente la vida de quienes lo seguían. Tanto las cambiaba que algunos de sus más fieles discípulos fueron antiguos bandidos rurales, arrepentidos de sus fechorías de antaño.

El que un movimiento de analfabetos desposeídos que comenzó impugnando a los "malos pastores", anunciando la inminencia del Fin del Mundo y enarbolando banderas tan reaccionarias como el rechazo al matrimonio civil o al sistema métrico decimal se haya radicalizado progresivamente, hasta terminar denunciando la propiedad privada y el orden político que le sirve de sostén, tiene abundantes antecedentes históricos (lo que permite intuir una relación profunda entre la denuncia de la injusticia social y la de la corrupción del poder religioso): el judaísmo celota del siglo I de nuestra era, la herejía cristiana del montanismo de fines del siglo II, los dulcinitas piamonteses de comienzos del siglo XIV, las revueltas campesinas en la Alemania convulsionada por las tesis de Lutero, la Rebelión Taiping en la China del siglo XIX. En ese sentido, la novela de Vargas Llosa se proyecta hacia el pasado, pero también lo hace hacia el futuro, hacia movimientos populares latinoamericanos como el peronismo, el varguismo o el nacionalismo indigenista de Evo Morales, en los que los aspectos modernizadores suelen coexistir con tintes retrógrados o hasta arcaizantes.  

Durante la primera (y brillante) parte de la novela, Vargas Llosa deja hablar a los hechos, más allá de algún apunte a cargo de un personaje pintoresco, el anarquista y frenólogo escocés Galileo Gall (una alegoría del intelectual europeo tan fascinado por las insurgencias tercermundistas como incapacitado para entenderlas). A partir de la tercera parte decide descansar (a nuestro modo de ver excesivamente) en los perplejos diálogos entre un estrafalario y anónimo corresponsal que estuvo en Canudos y el Barón de Cañabrava, uno de los principales terratenientes del Noreste y una de sus mayores figuras políticas, a quien los acontecimientos han sobrepasado ("yo funcionaba mejor en el viejo sistema, cuando se trataba de conseguir la obediencia de la gente hacia las instituciones, de negociar, de persuadir, de usar la diplomacia y las formas. Lo hacía bastante bien. Eso se acabó, desde luego. Hemos entrado en la hora de la acción, de la audacia, de la violencia, incluso de los crímenes. Ahora se trata de disociar totalmente la política de la moral"). Tras la destrucción de su principal fazenda, la esposa del Barón ha perdido la razón, motivo adicional por el cual el Barón ha renunciado a mantener interés alguno en la política. Un resignado escepticismo prima en esos diálogos; el periodista parece llegar al corolario de las más de 500 páginas de la novela "hablándole afiebrado del amor y del placer: 'Lo más grande que hay en el mundo, Barón, lo único a través de lo cual puede encontrar el hombre cierta felicidad, saber qué es lo que llamar felicidad'". El que esa sea la idea que el autor intenta dejar resonando en el lector, después de relatarnos una atrocidad tras otra cometida por revolucionarios milenaristas o por militares nacionalistas en nombre de sus respectivos conceptos del paraíso en la tierra, el que el paradigma de la racionalidad ante tanto fanatismo sea un aristócrata conservador, el que el único protagonista de la rebelión de Canudos que sale con vida (Antonio Vilanova) sea un personaje con todas las características de un burgués emprendedor, prefigura el giro ideológico que Vargas Llosa daría en los '80, desde una izquierda tópica a un honesto liberalismo que, a diferencia de tantos otros de sus seguidores, no transa ni con la ignominia del colonialismo ni con posiciones simplistas sobre la cuestión palestina. El Vargas Llosa de los '60, todavía admirador de la Revolución Cubana , tal vez hubiera cargado las tintas en el coraje desesperado de los rebeldes o la indignidad de una masacre de desposeídos ordenada por gentes nacidas en cunas de oro; el Vargas Llosa que escribe "La guerra del fin del mundo" puede sentir piedad por los desesperados que siguen al Consejero, pero ya no simpatía por sus ideas o sus métodos.

Si hasta aquí nos hemos ocupado principalmente del sustrato histórico de la novela y de la posición adoptada por el autor, es porque su maestría compele al lector a seguir apasionadamente el discurrir de la narración y poco menos que convierte en invisibles sus artificios narrativos y estilísticos. La novela se divide en cuatro partes, siendo la primera de ellas (repetimos, brillantemente escrita) la más lograda. En ella, Vargas Llosa narra tanto la historia del origen a la Guerra de la Canudos como, saltos temporales mediante, la de los principales líderes de los rebeldes: las dolorosas vidas del Beatito, del Padre Joaquim, del León de Natuba, del antiguo esclavo y espeluznante violador y asesino João Grande, de los feroces cangaceiros (bandidos rurales) João Satán y Pajeú. El único personaje de quien el autor nos vela el conocimiento de su pasado es, convenientemente para los fines del relato, el enigmático Consejero.

Vargas Llosa usa preferentemente un narrador en tercera persona omnisciente y tiempos verbales en pasado, dando paso a la primera persona en el caso de las cartas de Galileo Gall a sus compañeros de Lyon y al presente histórico en algunos episodios de persecución o combate. El narrador en tercera persona omnisciente es un tanto particular: puede contar un episodio desde la perspectiva de un personaje demostrando conocer sus sentimientos profundos y, a las pocas páginas, puede desconocer su nombre y describirlo a partir de sus rasgos, si la perspectiva adoptada es la de un tercer personaje que desconoce al primero. La derrota de la tercera expedición militar contra Canudos, en el final de la parte Tres, está contada a partir de tres puntos de vista diferentes: el de un personaje que la presencia desde el comando de la expedición, el de otro que se ve atrapado entre dos fuegos y el de otro que defiende Canudos. De esta manera, el autor puede hacernos experimentar el terror y, sobre todo, la incertidumbre de los hombres que se juegan la vida en un campo de batalla, a la vez que nos brinda un relato preciso de los acontecimientos por agregación de las tres perspectivas. Por cierto, el lector intuye el desenlace del combate antes de que se lo narre, a partir de una observación de un personaje en el capítulo anterior.

  LECTURAS ADICIONALES

* "Canudos: reflejo de la sociedad brasileña del siglo XIX". Mildred Morales Cruz, Programa de Estudios Iberoamericanos de la Universidad de Puerto Rico en Arecibo.

* "Guerra de Canudos" (artículo de Wikipedia).

* "Guerra de Canudos" (artículo de la versión en portugués de Wikipedia).

* Imágenes de la Guerra.

* "An interview with John Dominic Crossan: 'Paul and Empire'". (Nota muy útil para entender las semejanzas del movimiento de Canudos con el cristianismo de los siglos I a IV de nuestra era). Entrevista de Adam S. Miller a John Dominic Crossan, Journal of Philosophy and Scripture. En inglés).

 

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