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ENCUENTRO EN HESPERIA

¡Es él!

Es él. La misma cara, los mismos ojos inconfundibles, la misma voz, la misma forma de pronunciar las eses. Casi me caigo de espaldas. Y encima me llama.

Sabía en qué me estaba metiendo, más aún cuando me dijeron que había preguntas que no podrían responderme “por mi seguridad”. Me dijeron que en Hesperia siempre había buen clima y que me garantizaban un escondite perfecto, siempre y cuando no saliese de él jamás. Acepté porque la quiebra del club era cuestión de horas, los barras me buscaban porque los había cagado en varios millones, y la mejor alternativa que tenía era la prisión perpetua en cárcel de máxima seguridad. Pero esto… No esperaba esto.

Él estaba en una mesa del fondo del bar, donde el aire acondicionado funcionaba a pleno, comiendo con las manos algo que parecía un pan dulce y acompañándolo con una lágrima. Me hizo señas de que me sentara en una silla frente a él. Tenía puesta una camisa a rayas, que habría sido nueva cuanto mucho al comienzo de la segunda presidencia de Menem. Un saco cruzado colgaba del respaldo de su silla.

Durante los primeros dos o tres minutos casi no pude hablar, de la sorpresa. Comentó que me conocía de alguna reunión protocolar con la gente del fútbol, y que agradecía tener alguien nuevo con quien charlar. Que el mundo no sabe que esto existe, pero que acá se sabe todo, se ve TV de afuera. ¿Así que Bergoglio es el Papa? Que se cuide de la Curia, a ver si tiene que venirse acá. Sería muy gracioso que termináramos de vecinos, dijo. Me preguntó cómo llegué a la isla. Mientras pedía un whisky para reponerme, le conté del contacto en Puerto Madero, el vuelo privado, el té con un somnífero para que no reconociera el camino.

- Uno de los tipos que me hizo el contacto me dijo una vez que esta isla le recordaba al pueblito de la serie “El Prisionero”. Yo no la vi ¿vos? ¿Tampoco? Nunca me acuerdo de preguntarle a Graiver, que se la pasa viendo televisión.

Mi cara de sorpresa debió haber sido notable, porque comenzó a reírse a carcajadas y a escupir migas de pan dulce por todo el bar. Noté que estaba más gordo.

- ¿Te acordás de Graiver? Hace cuarenta años que vive acá. El bar éste es de él… Hay muchos métodos de borrarse, velorios con cajones cerrados, aviones que se caen. Si vos simplemente desapareciste, hiciste mal. Dejaste un hilo suelto.  

- ¿Pero cómo puede ser que nadie sepa de esta isla? ¿Es en serio eso?

Hizo una pausa para terminar la lágrima, se quitó un trocito de almendras de entre los incisivos inferiores y contestó, con el tono de voz del que paladea revelar un secreto.

- Esto les sirve a todos. Esto les sirve a todos. Acá hay banqueros suizos, jerarcas comunistas rusos, jeques árabes, narcos… No te lo voy a negar que hay narcos. También acá murió de viejo el tirador que mató a los dos Kennedy, un cubano de la CIA. Pero a esta isla se la respeta, es un santuario. ¿Viste los edificios que hay al lado del aeropuerto, entre la pista y la playa? Bueno, ahí se filmó la llegada del hombre a la Luna. En serio, si querés después vamos, está todo igual, es casi una atracción turística. ¿Te parece que Obama, o Bush, o quien sea, va a revelar que esta isla existe y correr el riesgo de que se sepa eso? Ni ahí, flaco, quedate tranquilo. Estamos en el mundo pero afuera del mundo.

Un tipo canoso y bronceado pasó cerca de la mesa, rumbo a los baños. Mi incredulidad ante lo que veía pronto fue disipada cuando él lo saludó a los gritos.

- Después vení, Alfredo, vení que nos queremos sacar una foto con vos. Pero vení sin custodia, eh... Este tipo… Ese es un problema, ves, acá hay mucha gente con la que mejor mantener la distancia. No corrés ningún riesgo, quedate tranquilo que acá nadie quiere joda, pero hay tipos que te dan ganas de cruzarte de vereda.

- ¿Y con quién más te juntás? – pregunté, y enseguida me arrepentí. Me di cuenta de que no sólo hasta ahora no sentía ningún alivio de estar allí, sino de que tenía miedo.

- Con Graiver, cada tanto… Con Hugo nos juntamos a cenar todos los días, pero cuando se pone a hablar y hablar lo dejo solo. Sigue igual que siempre. Sí, el mismo, qué me mirás así ¿qué otro Hugo va a ser? Y con el Ogro Fabbiani y unos españoles y mexicanos nos juntamos a darle a la redonda.

- ¿El Ogro Fabbiani, qué hace acá? Pero ¡si lo vi el otro día en la tele!

- Un lío con la mina de un empresario, me dijo. Es un fenómeno el Ogro, te cagás de risa con las anécdotas de la noche que cuenta. Hace rato que está. ¿Vos no sospechabas que el gordo ése que jugaba estos años ni por puta era jugador de fútbol? Es un doble medio pedorro. No me vas a decir que no te diste cuenta. Doble en serio es el de Paul McCartney. Sí, a Paul lo tenemos acá, hasta el año pasado hacía un dúo con Elvis que era impresionante. Una vez me cantaron el feliz cumpleaños.

- ¿Paul, vivo, acá? ¿Y qué pasó con Elvis Presley… se murió?

- El año pasado, un infarto. Estaba de vuelta gordo como una vaca. Ah, escuchá esta, Paul me carga porque dice que vengo del país de los Blue Meanies, que son esos cosos azules de la película Submarino Amarillo.  Buen tipo Paul.

- ¿Y no anda Gardel por acá?

Me dirigió una mirada llena de sarcasmo.

- ¿Pero vos pensás que esto es un chiste? ¿Qué te pensás, que acá está Napoleón Bonaparte vivo también? ¿Que esto es un outlet del Cielo?

Hizo una pausa para pedir la cuenta.

- Igual, según me contaron, acá le hicieron a Gardel los papeles que afirman que nació en Francia. Los uruguayos tienen razón, pero no lo digas muy fuerte porque todavía lo tengo atragantado a Tabaré Vázquez. Qué boludo ese tipo, por favor.

El sol ya estaba cayendo sobre el mar, corría una brisa fresca, y me invitó a caminar por la costanera. Al salir del bar nos cruzamos con un tipo bronceado, de mirada altiva, que caminaba con la ayuda de un bastón. “El doctor House”, me dijo. “La serie en realidad es la vida de él, es un caso real, de ficción no tiene nada. Otro que se hizo el muerto”.

Durante un instante dudé si no me habían aplicado una droga y estaba soñando todo esto. Después de todo ¿por qué la precaución de drogarme para que no supiera dónde estaba? ¿No era superflua? Pero la brisa era tan real, era tan real el sol cayendo en el mar… Pero él seguía hablando.  

- Ahora que bajó el sol sí se puede caminar. No me acostumbro al calor puto que hay acá, esta isla está mal ubicada, tendrían que haber construido una sucursal más al sur. Alguna islita de las Malvinas estaría bien. Vamos hasta aquella placita que te voy a mostrar algo, total tenemos todo el tiempo del mundo. ¿Sabés desde qué hora estoy sin hacer nada?

Yo seguía pensando en el secreto que envolvía a esta isla. ¿Era realmente posible estar fuera del mundo, en esta era de satélites artificiales, Google Earth, NSA? Volví a preguntárselo.

- Si a vos te fotografiaran con una mina en un boliche ¿qué harías?

- No sé, comprar las fotos…

- Cuánta calle te falta, flaco, para que te entre una idea en la cabeza hace falta una orden de allanamiento. Cómo no te iba a comer don Julio, que es una luz. Hacés así: sacás a publicidad una foto tuya con esa mina pero trucada, obviamente trucada, y difundís por los medios que es un truco, cosa de que la foto verdadera quede envuelta en la duda. Acá se hace lo mismo, se tiran bolazos de que Hitler está vivo en la Antártida, que los Illuminati mandaron al descenso a Independiente, que la NASA tiene un OVNI con extraterrestres que tienen la misma cara de Polino… Un bombardeo de saturación. Lo mismo lo de la Atlántida: de esto que podés ver y tocar a la Atlántida hay una mentira de distancia. Si alguien dijera que esta isla existe, que acá vivimos todos los que vivimos, no le creería nadie. Hasta tengo ganas de mandarle data a alguno de los mayoristas de humo que tenemos allá. Ponele Jorge Asís. Que escriba que a este balneario lo construimos con Lázaro Báez. Bah, todavía estamos a tiempo... Pero vos quedate tranquilo.

Me quedé pensando. Tenía razón en todo lo que decía. Me fue invadiendo una sensación de tranquilidad, después de todo ¿qué pruebas necesitaba más allá de lo que veía? Pero, extrañamente, cada vez tenía más preguntas. ¿Cómo había empezado todo aquí? ¿Y por qué estaba él aquí? Se lo pregunté.

- ¿Te llama la atención? Tan mal no nos salió ¿no? Un día te voy a contar la verdad. Tenemos todo el tiempo del mundo. Y de última, hablamos con el Gordo. ¿Ves aquel tipo allá en la playa?

Me señaló a un tipo tan gordo como dos gordos juntos. Muy bronceado, canoso, con la cara como picada de viruela, el torso enorme desnudo, que estaba abrazado a dos tremendas rubias en topless y bebiendo una jarra de cerveza descomunal. Nos saludó en un idioma desconocido, con una voz que hizo temblar el suelo.

- Saludalo bien al Gordo Dios, que es el capo de acá, el tipo al que le pagás para quedarte.

Me incliné levemente, en respetuosa reverencia. El Gordo Dios me respondió el saludo rajándose un sonoro pedo y soltando una risotada. Las rubias lo acompañaron agitando unas alas que de pronto les salieron de la espalda.

Cuando nos quisimos acordar, ya estábamos dándole la mano a Neil Armstrong en la puerta de la Luna. Nos cobraron ochenta dólares la entrada y, la verdad, me pareció un afano.

 

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