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¿EL SERVICIO SECRETO K? ¿KINGSMAN? ¿QUIÉN? ¿NISMAN?

Si dijera sobre Kingsman que es una película acerca de una organización secreta cuyo nombre empieza con K, que principia con un secuestro en los Andes Patagónicos y que subyace en su trama un conflicto de clase - la sorda pugna entre la elite privilegiada y parasitaria y los plebeyos hambrientos de pasear el mundo montado en su pija - más de uno pensará que el kirchnerismo ha llegado demasiado lejos. Sí, el kirchnerismo ha llegado demasiado lejos, no sólo para mal sino también para bien, como comprobaremos el día en que nos gobiernen quienes lo sucedan, pero eso no tiene nada que ver con este filme, un divertido y autoconsciente artefacto retro pop que Matthew Vaughn propuso a la consideración general este año, a partir de la historieta de Mark Millar y Dave Gibbons.

Alguna vez, las audiencias globales consumieron con candidez la fórmula del espía erudito por igual en golpes de karate, en martinis, en el empleo de gadgets tan improbables como letales y en el delicado arte del goce femenino. Perdida la inocencia, según el dictamen inapelable de las planillas de caja de las boleterías, llegó entonces la hora de las parodias, y luego el de los intentos por dotar de profundidad psicológica a personajes y tramas de una inverosimilitud esencial. En el final del camino, a las puertas del olvido, ya esperan esos pastiches bastardos que postulan dos o más fórmulas revueltas, no batidas: zombis del Tercer Reich, payasos asesinos venidos del espacio exterior, vaqueros contra extraterrestres, presidentes norteamericanos contra vampiros, por qué no un día Montoneros contra Boca Juniors. Pero, un recodo antes de ese final en la papelera de reciclaje de la cultura popular, todavía hay tiempo y espacio para otra vuelta de tuerca más: para el rescate autoconsciente que no niega el paso del tiempo sino que lo subraya a cada fotograma, para la vuelta a los orígenes pero con guiño al espectador, para la apoteosis de la cita para deleite del cinéfilo, para el robo descarado a los precursores con el pretexto del homenaje. (Después de todo ¿a quién no le gusta jugar con una tradición que ama?). Kingsman es una película que abreva abiertamente en los primeros filmes de James Bond y, tal vez aún más, en esa perversión de James Bond superior a James Bond que fue la sofisticada serie británica Los Vengadores. A veces lo hace hasta de modo explícito: en líneas de diálogo como "cada película es tan buena como su villano" o "no es una de esas películas", en un perro que se llama JB pero no por James Bond o Jason Bourne, porque su casi adolescente dueño sólo conoce a "Jack Bauer". Kingsman recupera el humor de aquellos intentos precursores, lo cual nunca le agradeceremos bastante. Y no lo recupera desde la ironía de proponer un disparate, sino desde la ironía de desafiar al espectador a sorprenderse disfrutando de un disparate.

El filme de Vaughn sigue el esquema conocido. El improbable villano es un megalómano, un magnate de las nuevas tecnologías llamado Richmond Valentine, capaz de llevar adelante un genocidio mundial en nombre del cuidado del medio ambiente (sic) pero a quien asquea la violencia (sic). Por si fuera poco, es ¡ceceoso! (Lo que se debe haber divertido Samuel L. Jackson al representarlo). Su mano derecha es una asesina muy sexy que tiene piernas prostéticas, a lo Oscar Pistorius, pero cuyo filo le permite cortar en dos a un agente enemigo: todo un tema para los espectadores que sean fetichistas de los pies y para los aficionados a hacer chistes con Leonel Vangioni. Los agentes de la organización Kingsman son caballeros atildados, de esa elegancia que no se permite pecar de afectación de elegancia, pero tremendamente eficaces como máquinas de matar: aquí es difícil no pensar en Patrick Macnee como el vengador señor Steed, en especial para el papel que representa a la perfección Colin Firth. Sus gadgets son los típicos de estos filmes, en algunos casos con un toque siglo XXI, como los anteojos que remiten a los Google Glasses, o los paraguas que nos hacen acordar a los del #18F. (OK pero ya basta de chistes con la política argentina, señores de @CineBraille. En su lugar, pásenos vínculos a la Grieta que abrió en el Reino Unido esta película, por caso esta crítica del Guardian y esta defensa del autor del comic).

Las notas retropop no se limitan a las de la vieja melodía de Albert Broccoli: más bien sólo empiezan allí. Uno de los personajes secundarios, un profesor algo chiflado que cree que la Tierra es un superorganismo al cual llama Gaia (seguramente un eco de las ideas de James Lovelock) es representado por Mark Hammil, desde 1977 y para siempre Luke Skywalker, pero lo gracioso es que, en la historieta, el secuestrado no era un científico... sino el actor Mark Hammill. La película comienza y termina con éxitos del pop-rock de mitad de los ochenta (Dire Straits, Bryan Ferry) sonando en reproductores de casetes: en la escena inicial, de un modo que de tan forzado es hilarante. Los momentos de acción siguen el modelo bullet time de Matrix; el Agente Smith de la misma Matrix formula el concepto de que la humanidad es un virus que afecta a la Tierra, clave en el plan de Valentine; las PNTs que ayudaron a redondear el presupuesto de la película son de productos de consumo masivo como McDonald's, la cerveza Guinness o el diario sensacionalista londinense The Sun; el rol del jefe de Kingsman es representado por una institución del cine británico como Michael Caine.

En el final de la película hay dos ironías de diferente calibre. La primera es la reversión de la suerte que se produce al fracasar el plan de Valentine. (Esto no es un spoiler, chicos: qué otra cosa que el fracaso le puede esperar al plan criminal en este tipo de películas. Eso sí, no diré cómo fracasa). Es una profundización de los apuntes clasistas que campean por aquí y por allá en todo el filme: los figurones mundiales que apoyaron el paródico genocidio ecologista acaban siendo eliminados por la propia tecnología que supuestamente los ponía a salvo, incluyendo entre ellos a un presidente norteamericano muy parecido a Obama, a un ficticio primer ministro sueco e, implícitamente, a la Reina de Inglaterra y a varios nobles británicos, entre otros. La otra nota irónica es de humor más grueso, e involucra una princesa escandinava muy agradecida por haber sido salvada, en un eco del final de La espía que me amó... y de escenas memorables de Último tango en París y Nueve semanas y media. ¡Sexo, Martinis y Salieris de James Bond!

Tres yapas o extras. Vínculo a la página de la película en IMDb. Vínculo a la página de la película en Wikipedia. Vínculo a una nota en este sitio de octubre de 2008 acerca de Los otros 007: espías en las cinematografías de Japón, Hong Kong, India, Pakistán, Israel, la Rusia Soviética y la Rusia de hoy, Polonia, Suecia, la Alemania Nazi, la Italia Fascista y México.

 

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