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EL MEGALODÓN

Un homenaje amoroso a don Julio César Castro, a don Luis Landriscina y a don Héctor Larrea. (Don Verídico es quien relata los acontecimientos. El Hetítor es el que lo chucea). Otro aporte para esta humilde página de Patricio Flores.

- El otro día vi la propaganda de la película del Megalodón. Me trajo al recuerdo aquel doráu que había pescado el Nereo Eleuterio Trejo, quien Dios quiso darle el don de la tartamudez. Imagínese en la escuela al Nereo, cuando le pedían que dijera su nombre. Muchos nos hicimos hombres en momentos como ésos.

- Cuénteme más de aquel dorado. Y tómese un amargo.

- Fue en 1999. El año lo recuerdo perfectamente porque comimos doráu desde febrero del ’99 hasta julio del 2003, que fue cuando se declaró el Jubileo y abstinencia de cualquier pescáu, “fuere de río, mar o laguna”.

- No será mucho, don Verídico...

- Diría que me quedo algo corto. Mire, cuando le digo “comimos” es porque así fue. El Nereo Eleuterio, su señora, los vecinos y todo Monte Caseros podemos dar fe de esto. De hecho, con los restos del doráu - hablo propiamente de las espinas - fue que se construyó la quilla del bombardero “Guevgueozián”. Imagine cuando al Nereo le tocó dar un discurso al momento de botar el barco. Y con las escamas que sobraron se hicieron unos techos quinchados orgánicos. El Nereo los donaba a medida que nos íbamos comiendo al doráu.

- Volvamos a la pesca, Don Verídico.

- Le diré cómo fueron los acontecimientos. Aquel año había comenzado bravo. Fiera la pesca. Así fue que el Nereo se adentró en el Uruguay hasta que se perdió en el horizonte…

- Esto me suena a alguna película...

- ... pescarlo no fue sencillo. ¡Qué le digo de sacarlo! ¡No había mediomundo que alcanzara! El Nereo estuvo corajudo y hábil. Iba tirando despacito, no sea que se le escapara. Y lo fue llevando despacito, le iba arrojando agua con las manos como para que no se deshidratara. Una vez que lo tenía en la orilla, llamó a un práctico que andaba porái…no sea que el doráu se le encallara.

-  …

- Después, tuvo la feliz idea de atarlo a un poste e inmediatamente involucrar en la tarea a los bravos bomberos de Monte Caseros. Había que llevárselo a la casa, usted me entiende.

- Intento entenderlo, Don Verídico.

- ¡Viera usted que linda la procesión desde el Uruguay hasta el rancho del Nereo Eleuterio! Se estrenaron los seis carros hidrantes para la ocasión; iban en tres hileras de a dos, con el doráu enarcáu en el lomo de los camiones y con los bomberos arrojándole agua al Desdichau como para refrescarlo. Pocas veces se ven cosas así.

-   ¿Seguía vivo el dorado?

- Imagínese…un bicho así puede tardar dos o tres años en morirse. Salvo que se lo coman antes.

-  Continúe. Y atiéndame el mate endemientras.

-  Continúo. La gente le arrojaba flores al pescáu, para satisfacción de los presentes… ¡y del Nereo ni le digo! Cuando llegaron al rancho, el Nereo Eleuterio ya tenía todo estudiau. Se había agenciado una Pelopincho de ésas grandes y la había instalado en el fondo. Para cuando los bomberos lograron desensillarlo al Doráu de los camiones, ya la Pelopincho estaba armada y bien llena de agua. …

- Por como lo describe al dorado, lo de la pelopincho…

-   Así y todo, era chica la pileta. Al doráu lo acomodaron del lado de la trompa nomás como para que respire. El resto del cuerpo sirvió de cobertor y de depósito para la familia y fue que por unos meses el vecino del Nereo, el Mentau Mendieta, se puso un almacén de ramos generales abajo del pescáu, allá por dónde le terminaba la última aleta, como a la salida del pueblo como quien va para Misiones. ¡Quién diría que un solo animalito é Dios serviría de alimento y de cobijo al mismo tiempo!

- No está cargando un poco las tintas…

-  Diría que me quedo más bien corto. No faltó en el pueblo quien se quejara del asunto. Iba porái diciendo “el doráu del Nereo me asusta a los perros” y cosas así. Pero no me interrumpa. Terminadas las celebraciones de aquella jornada, cabe destacar que la señora del Nereo Eleuterio, doña Urraca Soria - vale recordar la belleza de la Urraca, belleza que tan bien oculta estaba, que se perdió y no la encontraron más - decía, que a la Urraca no le hizo ninguna gracia todo esto del pescáu. “Y dígame don Eleuterio”, dicen que le dijo a su esposo, “¿qué piensa usté hacer con este animalito? No me lo va a dejar ahí en el patio, no?”. El Nereo tomó distancia de la Urraca como, para meditar sobre el asunto.

- …

- Pero ya los bomberos se habían ido. Y cargarlo al doráu no era cosa de todos los días.

- ¿Y cómo siguió la cosa?

- Bueno, se había alzado tanto barullo que se acercó al rancho del Nereo el Tape Olmedo. Y dicen que le dijo: “Vine" - así arrancó el Tape - "alertáu por la baja del Uruguay. Ahora que veo, entiendo”. Prosiguió “y… don Nereo… cuénteme un poco de la carnada”. El Nereo Eleuterio medio que le desconfiaba al Tape y a sus intenciones. Le contestó “me tuve que desprender de un tobiano viejo que tenía pensáu sacrificar”. El Tape retrucó ahí nomás como al descuido “me hubiera gustado ver mientras lo subía al tobiano al bote. Dios nos diera un presidente con sus mañas, don Nereo”. La cosa se ponía picante. Se tomó su tiempo y mirando al infinito le contestó al Tape “no lo subí al bote. Lo llevé nadando. Todos los caballos de mi rancho nadan”. Filoso el Nereo aunque algo exageráu: “todos los caballos de mi rancho” suenan a más de uno y a algo menos de cien, y la verdá es que nadie lo tuvo nunca al Eleuterio por sus caballadas.

-  Don Verídico, devuélvame el mate si quiere que siga cebando. Y no le afloje al relato que viene lindo.

-   Aquí lo tiene. Fiero le salen. Lo tomo despacito pa' sufrir menos. Como fuere, los días pasaron y luego los meses. La Urraca terminó entendiendo que semejante pesca lo dejaba al Nereo sin tareas para todo el resto del año. Y pa’ serle franco, eso de “pastor de doráus del tamaño de una isla” no es oficio corriente, al menos en Monte Caseros.

-   Me imagino…

-  Para noviembre, el techo del almacén del Mentau Mendieta ya empezaba a quedarse cortón, lo que fue de beneficio para todos…menos para el Mentau, que tuvo que poner “ofertas por liquidación por achique de pescáu”. Yo aproveché valga la salvedad para comprarle un piyama bien lindo, que me vino con unas pantuflas y una radio portátil de regalo por la compra. Una cosa más.

-  ¿Hay más todavía?

-  Hay más. Al tobiano lo recuperó el Nereo. Estaba algo mojado el pobre, pero bastante saludable. Se ve que cuando el caballito vio todo oscuro ahí dentro del Pescáu, le vino propicio el ambiente para echarse una siesta, asunto que jamás le fuera esquivo, ni al tobiano ni a ninguno del rancho del Nereo y de la Urraca.

 

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