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STANISLAV PETROV, EL HOMBRE QUE SALVÓ AL MUNDO

Hubo un día, en setiembre de 1983, en el que la Guerra Fría entre el capitalismo y el comunismo estuvo a punto de costarnos la vida a todos nosotros, por culpa de un fallo informático. El episodio fue mantenido en secreto hasta 1998, y si bien ya hace años que dejó de serlo, pocos lo conocen. El héroe a quien con toda probabilidad le debemos la vida es un oficial ruso de mediano rango llamado Stanislav Petrov. Los detalles, aquí. (La versión original de esta nota fue publicada en Televicio Webzine en setiembre de 2006).

LA GUERRA FRÍA HACE VEINTICINCO AÑOS

Todo análisis de política internacional, hacia principios de los años '80 del siglo pasado, partía de asumir una realidad muy diferente a la de hoy: la de un mundo bipolar. Había dos superpotencias, los Estados Unidos y la Unión Soviética, cada una con un sistema político, social y económico diferente (la democracia capitalista, el socialismo de Estado) y con su propia red de alianzas militares y comerciales a escala mundial. Había un cierto margen para que una potencia regional menor intentara no sólo escapar al alineamiento con uno u otro bloque sino incluso manipular ese conflicto de intereses estratégicos en pos de del propio interés nacional: China, India o Yugoslavia son ejemplos de exitosas políticas de no alineamiento. Otros intentos de independencia no corrieron la misma suerte: basta pensar en el sandinismo en Nicaragua, Solidaridad en Polonia o, unos años antes, las experiencias democráticas en Argentina o Chile, que terminaron ahogadas en sangre por dictaduras que reivindicaban estar peleando contra sus propios ciudadanos esa Tercera Guerra Mundial que muchos pensaban inevitable y aún inminente.

A principios de los '80, la relativa distensión de la década anterior había pasado a la historia. Estados Unidos, tras unos cuantos años de catarsis de los desastres de Vietnam y Watergate, había adoptado una postura mucho más beligerante, que se acentuó con la llegada al poder de Ronald Reagan en enero de 1981. El boicot a los Juegos Olímpicos de Moscú de 1980 y el embargo de ventas de cereales a la URSS en represalia por su invasión a Afganistán, el emplazamiento de nuevos misiles en Europa Occidental, el lanzamiento de la Iniciativa de Defensa Estratégica, la decisión de declarar una guerra clandestina a los movimientos izquierdistas en América Central y África, la definición de Reagan de que la Unión Soviética era "el Imperio del Mal", un nuevo impulso a la carrera armamentista con el objeto de agotar económicamente a una URSS que acusaba evidentes signos de estancamiento, son algunos de los síntomas de la época.

Durante el verano boreal de 1983, las relaciones entre ambas superpotencias pasaban por su peor momento en mucho tiempo. La OTAN había ejecutado maniobras navales en una zona estratégicamente sensible (las inmediaciones del Mar de Barents) y el liderazgo soviético las había seguido con los pelos de punta. A este cuadro se agregó un desafortunado incidente sucedido el 1º. de setiembre, cuando un 747 de Korean Air como el de la imagen, que unía Nueva York con Seúl, se desvió de su ruta por razones nunca aclaradas y penetró inadvertidamente en espacio aéreo soviético sobre la península de Kamchatka, en el Lejano Oriente. El avión fue derribado sobre la isla de Sajalin, muriendo sus 269 ocupantes, entre ellos un congresista norteamericano, el representante demócrata por Georgia Larry McDonald.

Como consecuencia del incidente y de la paranoia que las agresivas acciones de la administración Reagan habían infundido en los líderes soviéticos, éstos consideraban, en esos días, perfectamente posible que Estados Unidos decidiera lo que se consideraba impensable: un ataque nuclear por sorpresa. Pocas semanas después estaban programados unos ejercicios llamados "Able Archer 83" ("Arquero Capaz 83"), que involucraban crecientes niveles de alerta en las bases norteamericanas de misiles en Europa, así como un simulacro de empleo de armas nucleares tácticas. En el Kremlin, se consideraba seriamente que "Arquero Capaz" fuera en realidad una cobertura para el ataque.

Es en este marco de tensión elevada y casi permanente que se hace necesario recordar que Estados Unidos y la Unión Soviética poseían un arsenal de armas nucleares capaz de destruir el planeta entero no una, sino varias veces. Paradójicamente, el consenso de los expertos indicaba que ese arsenal absurdamente excesivo era la garantía de que una guerra total era virtualmente imposible: nadie en su sano juicio desataría un conflicto que derivara en lo que se denominaba Destrucción Mutua Asegurada (en inglés, Mutually Assured Destruction, conocida por su apropiado acrónimo de MAD, o sea, "loco"). De allí que el conflicto se desarrollara, de un modo simbólico, en el terreno deportivo (en general en los Juegos Olímpicos) o en el de la conquista del espacio interplanetario, y de un modo sangrientamente real pero indirecto, en decenas de guerras en territorios desdeñosamente llamados periféricos: Corea, Vietnam, Angola, El Salvador, Guatemala, Afganistán, Medio Oriente.

Decíamos más arriba que una guerra total era virtualmente imposible. De la necesidad del empleo de ese adverbio dan testimonio la Crisis de los Misiles Cubanos de 1962 (donde una crisis local casi se escapa de las manos de los liderazgos de ambas potencias) y la terrible y absurda posibilidad de que el Armagedón se desencadenara por un error humano o una falla de los sistemas automáticos de alerta.

Nunca el mundo estuvo más cerca del desastre que un día de setiembre de 1983, circunstancia que fue conservada en secreto hasta 1998, y que aún hoy permanece casi desconocida para casi todo el mundo. Y el responsable de evitar la altamente probable desaparición de la humanidad es un héroe que no debe ser olvidado.

SERPUJOV, RUSIA, 26 DE SETIEMBRE DE 1983

A un centenar de kilómetros al sudoeste de Moscú se halla el búnker de Serpujov-15 (1) donde en esa época se centralizaba la información proveniente de los sistemas de alerta de la URSS ante un posible ataque a su territorio con misiles intercontinentales. Las normas vigentes en ese entonces no están del todo claras, pero puede afirmarse que el deber del oficial a cargo era el de validar cualquier alerta surgido del sistema e iniciar el procedimiento de represalia. Una vez iniciado éste, sólo restaban entre diez y doce minutos antes de que la decisión del contraataque fuera irreversible: ése era el tiempo que tenía el Kremlin para decidir si detenía o no el Armagedón.

En la noche del 25 al 26 de setiembre de 1983, el oficial al mando era un teniente coronel de 44 años, llamado Stanislav Petrov (imagen). A las 0:15 del 26, las computadoras interpretaron un destello detectado sobre Montana, EE. UU., por uno de los nueve satélites Oko ("ojo") como señal de que un misil había sido disparado hacia la Unión Soviética. Petrov creyó que se trataba de un error: un ataque con un solo proyectil no tenía ninguna lógica. ¿Qué presidente norteamericano lanzaría un solo misil contra la URSS, sabiendo que la respuesta serían miles y miles? Petrov sabía que circulaban muchos cuestionamientos a la confiabilidad del sistema, y que la posibilidad de un fallo no era despreciable: la supercomputadora M-10 era considerada poco menos que un montón de chatarra, y no había sido reemplazada por una más potente por el embargo que los Estados Unidos había impuesto a la venta a Moscú de tecnología avanzada. Además se sabía que los satélites Oko habían sido puestos en órbita más para simular ante los norteamericanos la existencia de una sofisticada red de alerta que para organizar una defensa eficaz.

Poco tiempo después, los sistemas anunciaron que un segundo misil había sido disparado. A esta alarma le siguieron rápidamente tres más: ahora tal vez había cinco misiles viajando con su carga de destrucción hacia territorio soviético. Los radares no podían detectar blancos más allá de la línea del horizonte; para cuando estuvieran en condiciones de confirmar o negar el ataque, podría ser muy tarde como para responderlo. Petrov no tenía otra información disponible más que las cinco alertas; intuía que eran otros tantos fallos del sistema, pero ¿si no lo eran? Estaba consintiendo ni más ni menos que la devastación de su propia nación. Por otra parte, si iniciaba el procedimiento de represalia, existía una probabilidad muy elevada de que el mismo terminara desatando un contraataque total inmediato. En cualquiera de los dos casos, ello equivaldría a la muerte de millones de personas. (Derecha: Stanislav Petrov).

El aire se cortaba con un cuchillo en Serpujov-15, y Petrov estaba bajo una presión y un nerviosismo tal que no pudo volver a dormir durante varios días. Sin otra información que la que le brindaban las computadoras del búnker, Petrov, con el corazón en la garganta, decidió confiar en su intuición y avisó a su superior, el general Yuri Votintsev (a su vez encargado de despertar al Ministro de Defensa, Dimitri Ustinov) que el sistema había emitido una falsa alarma. Los cinco minutos que pasaron hasta que fue evidente que Petrov estaba en lo cierto escapan a cualquier descripción en palabras mínimamente adecuada.

LAS CONSECUENCIAS

Uno de los hechos más sorprendentes de este episodio es que Petrov no integraba el grupo de oficiales que habitualmente era designado para estar a cargo de Serpujov-15. Fue la casualidad lo que puso a Petrov en ese lugar, y en buena medida lo que permite que sigamos respirando, porque ¿quién garantiza que otro oficial no hubiera tomado otra decisión?

De hecho, Petrov había desobedecido sus órdenes, algo que repugna profundamente a cualquier institución militar (ni hablar a la rígida jerarquía soviética de entonces). Se abrió una investigación secreta, como resultado de la cual se acusó a Petrov de una falta burocrática menor (en concreto, haber completado unos formularios de manera impropia) y, si bien no se lo penó, se lo dejó de considerar confiable. El sistema soviético evaluaba como una falta el demostrar menor consideración a las órdenes que a la capacidad de tomar la decisión adecuada bajo una presión extrema. Un perfecto anticipo del desmoronamiento que estaba a la vuelta de la esquina.

La investigación también reveló que los destellos detectados eran reflejos del sol en nubes altas, erróneamente interpretados por el software del sistema de alerta como motores de misiles en funcionamiento. De hecho, el software fue reescrito. En 1984, y aparentemente como respuesta a las falencias demostradas por el sistema de alerta, los soviéticos colocaron un nuevo satélite en una órbita geoestacionaria sobre territorio norteamericano, de manera tal de obtener una comprobación independiente de las observaciones efectuadas por los Oko.

Petrov había dejado expuestos graves errores de sus superiores, el más obvio de los cuales era haber puesto en operación un sistema que adolecía de fallas graves: si esta vez había dado una alerta falsa, bien podría ser que no suministrase alerta alguna en el momento de necesitarla. Unos años después, en 1987, la penosa realidad de uno de los dos sistemas de defensa más grandes y onerosos del mundo se vio desnudada por un adolescente alemán llamado Mathias Rust, quien a bordo de una pequeña avioneta atravesó media Rusia Europea sin ser detectado y aterrizó nada menos que en la Plaza Roja de Moscú, ante la mirada incrédula de los transeúntes moscovitas.

Petrov fue asignado a puestos de responsabilidad menor y se retiró voluntariamente a los pocos meses, con el mismo grado. Entonces se radicó en la pequeña ciudad de Fryazino, donde vivía de su muy magra jubilación como un absoluto desconocido, junto a su esposa Raisa y sus hijos Dimitri y Yelena. Por si su desgracia fuera poca, Raisa murió al poco tiempo, vencida por una larga y penosa enfermedad. Nunca se consideró a sí mismo un héroe, sino un hombre que cumplió con su deber, pese a lo cual, el 21 de mayo de 2004, una institución de San Francisco, EE. UU., la Asociación de Ciudadanos del Mundo, le concedió su Premio Anual, más una módica contribución de mil dólares. No parece un gran premio para un hombre que evitó la catástrofe definitiva, aunque, por otra parte ¿qué premio sería el adecuado? El Senado de Australia también votó una resolución de reconocimiento unas pocas semanas después. Tampoco parece gran cosa. Por problemas cardiovasculares, Petrov, el hombre que nos salvó a todos, estuvo un tiempo con problemas para caminar normalmente. Y no tenía dinero suficiente como para pagarse un buen tratamiento.

Esta historia es una de las razones por las que desconfío de las moralejas.

P.S.: Para fines de 2006 se espera el estreno del documental "The Man Who Saved The World" ('El hombre que salvó el mundo"), que incluirá entrevistas grabadas durante su visita a EE.UU. en enero de 2006.

P.S.2: Stanislav Petrov murió el 19 de mayo de 2017.

 

VÍNCULOS

* "El día en que Moscú casi inició la guerra nuclear", La Nación, Buenos Aires, 23 de setiembre de 1998

* "On the brink" (en inglés, reportaje del Moscow News a Petrov, en 2004, la fuente más precisa de todas).

* "'I Had A Funny Feeling in My Gut'" (en inglés, reportaje del Washington Post .a Petrov, 1999).

* Sitio en inglés destinado a homenajear a Petrov.

* "Colonel Petrov's good judgment" (en inglés, la mejor explicación técnica de por qué el sistema falló)

* "20 Mishaps That Might Have Started Accidental Nuclear War" (en inglés, un detalle de todas la falsas alarmas nucleares hasta la fecha, que por cierto fueron unas cuantas)

 

NOTAS

(1) El idioma ruso se escribe empleando el alfabeto cirílico. Una palabra rusa se reescribe en el alfabeto latino siguiendo la fonética original, por lo que la misma palabra puede escribirse de manera diferente según cómo esos sonidos se escriben en el idioma al que se la traslada. "Serpujov" es la versión fonética en español de la misma localidad que los angloparlantes llaman "Serpukhov", y los germanoparlantes, "Serpuchov". Lo mismo pasa con Yeltsin (en inglés y español) que en alemán se escribe Jeltzin y en francés Eltsine. Otros casos: Gorbachov / Gorbachev, Khruschev / Jruschof, Chebyshev / Chebychev / Chebyshov / Tchebycheff / Tschebyscheff, Blojin / Blokhin / Blokhine, Jarkov / Kharkov / Charkow, etc.

 

 

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