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NOTAS PARA EL ESTUDIO DEL POCHOPUNK
En algo menos de quinientos años de Historia, nuestro país - y su pequeño hermano siamés oriental - han dado origen a sólo dos géneros literarios: la literatura gauchesca... y el llamado pochopunk. De este último género trata esta nota.
EL POCHOPUNK COMO SUBGÉNERO DE LA FICCIÓN ESPECULATIVA
La definición de un género o subgénero literario o cinematográfico es siempre una cuestión complicada, y más aún si se la aborda desde una perspectiva estática (1). Para el caso de la ciencia ficción (en adelante CF) es de rigor invocar el auxilio de una vieja obra que no ha sido superada, “El sentido de la ciencia ficción” de Pablo Capanna, publicada por Editorial Columba en Buenos Aires en 1966, y reeditada en versiones corregidas y aumentadas en 1992 como "El mundo de la ciencia ficción" y en 2007 como "Ciencia ficción: utopía y mercado".
Capanna comienza recordando que “cada autor y aún cada obra son un mundo con leyes propias”. Es por eso mismo que es preferible hablar de “aproximaciones al concepto” antes que de "definiciones" de los géneros: las definiciones son necesarias, pero la historia del arte abunda en obras que redefinieron las categorías, o aún se burlaron de ellas. En ese sentido, y respecto de la ficción especulativa, podemos decir que es un género en el cual los autores, en muy diversas maneras, se valen del cuento o la novela para imaginar una realidad muy diferente a la nuestra en aspectos muy profundos. La ficción especulativa es un concepto muy amplio, que intenta englobar a subgéneros tan diferentes como la mencionada CF, la literatura fantástica, la fantasía heroica, el terror, la literatura de superhéroes, la ficción utópica y distópica, la ficción apocalíptica y posapocalítica y la historia alternativa.
El primer uso conocido de la expresión ficción especulativa se registra en una revista de 1889, Lippincott's Monthly Magazine, que lo emplea para describir la obra Looking Backward: 2000–1887 de Edward Bellamy. En 1947, Robert A. Heinlein lo usó como sinónimo de CF; posteriormente aclaró que no pensaba que la literatura fantástica fuera parte de él. El uso del concepto como modo de desmarcarse de la CF se popularizó hacia 1970, por obra de Judith Merril y otros autores de la Nueva Ola Inglesa. Al poco tiempo fue olvidado, pero hacia 2000 experimentó una revalorización. Algunos de los movimientos que se ampararon bajo el hospitalario paraguas del género son el cyberpunk, el biopunk, el steampunk, el retrofuturismo, el dieselpunk... y el pochopunk.
¿El pochopunk, dice usted? Mire, lector, si Perfil no teme deducir un fenómeno social que aqueja a la nación a partir de dos casos en Recoleta y medio caso en San Isidro, bien podemos hablar en esta página de todo un movimiento literario con apenas cinco o seis relatos y un poco de ganas de ponerle sal a la cosa. ¿Pero qué es el pochopunk, ya clamará el citado, eventual y acaso inexistente lector? Es un subgénero de la ficción especulativa que toma por punto de partida los sueños truncos de la Argentina de los años 1940s a 1960s y, muy especialmente, de la Argentina del primer peronismo. Es, a menudo, la literatura realista de un país en que el Pocho no cayó en 1955. Es. a menudo, la literatura realista de un país en el cual nombres como el del almirante Rojas o los de los generales Aramburu, Onganía, Lanusse o Videla apenas designan a oscuros burócratas del arte de la guerra y no a dictadores.
Las pocas obritas pochopunk que han llegado hasta nosotros, cabe aclarar, son calificadas como de culto, en el hiperbólico sentido de que no las conoce casi nadie, y adelanto que todas padecen un problema común en las obras de ficción especulativa: el atractivo de los personajes y de sus actos lucha en notoria desventaja contra el atractivo de la especulación histórica que debería servirles de marco. (¿Cómo superar la fascinación que produce la promesa de develarnos un mundo que pudo existir pero nunca existió, para peor, un mundo mejor que pudo existir pero nunca existió?). (Imagen de la derecha: Daniel Santoro, Torre de la Argentina Potencia, clic sobre ella para ampliarla. Fuente aquí).
Es el momento de abandonar estas líneas meramente propedéuticas y adentrarnos en el tema.
UN LINAJE DEL POCHOPUNK
El primer relato que podemos vincular con este subgénero es Un día en la vida de un argentino de 2003, publicado en la revista Leoplán en 1953. Es un cuento de dos páginas, sin salero alguno, que enumera los pequeños acontecimientos de la vida diaria de un porteño de 2003, según la particular óptica de su autor, Abelardo Saucedo, quienquiera que fuera. El relato rebosa en esa típica inocencia de la futurística de los años 1950s, que preveía automóviles voladores, ciudades bajo el mar o bajo la superficie de la Luna y robots que ataban los cordones de los zapatos, pero niente de Internet, celulares con ringtones de cumbia villera o realities al estilo de Bailando por un sueño. Como al pasar se habla de automóviles Justicialista, del Mausoleo de Perón y Evita y de una base lunar argentina llamada... General Perón.
Al año siguiente, Leoplán publicó un panegírico peronista muy poco elegante llamado El 17 de octubre del año 1979, escrito por un tal Apolos, de quien se ha dicho que es un seudónimo del zar de la propaganda de los primeros gobiernos de Juan Domingo Perón, Raúl Apold, o de uno de sus negros (¿Abel Santa Cruz?). La mínima y poco prometedora anécdota es ésta: en la víspera del mencionado día de 1979 hay una reunión de egresados de un colegio secundario con motivo de los 25 años de su promoción, y uno de los ex alumnos, fervoroso oficialista, intenta convencer a otro, igualmente apasionado opositor, de los logros de los gobiernos del general Perón, el cual no sólo vive todavía sino que aún es el (octogenario) presidente de la Nación. Apolos no se olvida de señalar que existe una poderosa Unión Sudamericana, liderada predeciblemente por la Argentina de Perón; que el país tiene 50 millones de habitantes, o sea nueve más de los que realmente tenía en 2013; que la mayor construcción de América es el Monumento al Descamisado; que no hay en el país miseria ni pobreza; que los aviones Pulqui son los más avanzados del mundo; que cohetes fabricados por Siam Di Tella (sic) permiten viajar de Buenos Aires a las (otras) grandes capitales del mundo en un par de horas, una idea que hizo escuela varios años después; que las centrales eléctricas diesel han sido remplazadas por centrales nucleares, de las cuales hay una cada veinte o treinta cuadras (sic). Etcétera.
(Que el hoy tan retro 1979 haya sido alguna vez el futuro es un chiste menor que Apolos debe a la colaboración autoral del paso del tiempo. Que haya habido una época en la cual las reuniones de ex alumnos no generaban horror es otro).
La historia más llamativa es menos una obra con ribetes futuristas que un ejemplo de literatura ucrónica, y se la debemos a un casi desconocido autor oriental, lo cual, con perdón de escritores geniales como Felisberto Hernández o Mario Levrero, tal vez sea una redundancia. Manuel Flores publicó en Montevideo en 1971 El Expreso de Los Proscriptos, un cuento largo ambientado en el norte argentino en 1956, durante una supuesta cruenta guerra civil desatada por la decisión de Perón de enfrentar con armas en la mano al levantamiento de setiembre de 1955. La ideología del texto, de un antiperonismo pedestre, es lo de menos: antiperonista y uruguayo es tal vez otra redundancia. El argumento es muy interesante, y al autor pareciera habérsele ocurrido leyendo una historia de la retirada de la Legión Checoslovaca de Rusia en 1918-20: un grupo de militares y civiles leales a Perón escapa de un campo de prisioneros en Tucumán, se apodera de un tren y emprende la fuga hacia el norte, rumbo a La Quiaca y luego Villazón, en Bolivia, donde piensan solicitar asilo. En un giro bastante poco verosímil, el jefe de los amotinados, un capitán llamado Tarantino, descubre que en la formación se ocultan los restos de Eva Perón, razón de más para huir a Bolivia... y razón de más de las fuerzas antiperonistas para acabar con el tren.
Durante un tiempo corrió el rumor de que ese tal Manuel Flores era en realidad un nuevo Bustos Domecq, seudónimo empleado por Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares cuando trabajaban en colaboración: nada le debe haber resultado más sencillo a Tomás Eloy Martínez que demoler ese mito desde las páginas de La Opinión en ese mismo 1971.
Las dos obras pochopunk más interesantes, y a la vez las más cercanas a la CF más tradicional, pertenecen a los años 1970s y, puede que previsiblemente, están escritas desde trincheras politicas opuestas. En 1972, una revista de circulación ilegal de la izquierda peronista rosarina, Llamarada, publicó un cuento sin firma llamado 2145. El argumento: un científico argentino que trabaja en los laboratorios de FATE Electrónica investiga la posibilidad de viajar en el tiempo. En el proceso, sufre varios misteriosos ataques, de los que siempre se salva por poco. En un momento se le hace presente un extraño personaje, que afirma ser un viajero proveniente del futuro, que le agradece su esfuerzo, y que le explica lo importante que éste es para el país. Es que en el año 2145, Argentina y sus aliados sudamericanos están en guerra contra Estados Unidos y el Reino Unido, y ambas alianzas han comenzado a usar un arma experimental, precisamente la máquina del tiempo. La guerra entonces se prolonga en el futuro, pero también en el pasado: tropas británicas viajan del 2145 hasta el año 1806 para intentar socorrer a las fuerzas invasoras del Río de la Plata; agentes argentinos intentan desbaratar las finanzas británicas provocando la quiebra de la Banca Baring en 1890; la alianza sudamericana intenta ayudar a la Armada Invencible española a invadir Inglaterra en 1588; los norteamericanos responden intentando infiltrar a sus agentes en los gobiernos argentinos, en especial en el área económica. La batalla decisiva, afirma el viajero temporal, se disputará en las elecciones de 1973, en las cuales debería ganar la fórmula del FREJULI para garantizar la liberación y la unidad latinoamericanas. El lector no será el primero que se pregunte si no estará leyendo el argumento de una de las imposibles películas de Bombita Rodríguez. (Imagen de la derecha, obra del gran Scuzzo, clic sobre ella para ampliarla. Fuente aquí).
La otra obra, firmada muy improbablemente por José de Maistre, se llama Dick Borges, Policía del Tiempo y fue publicada en 1975 en una edición pagada por el propio autor. No puede negarse que el título no contenga claves interesantes acerca del texto, o al menos la promesa de tales claves, comenzando por el nombre del protagonista, siguiendo por su apellido y terminando con su ocupación. Dick Borges es un empleado de la Agencia, una organización digna de Orwell o Kafka, que combate a organizaciones terroristas que buscan cambiar el presente alterando el pasado. En los primeros capítulos, Dick Borges logra frustrar un intento de asesinar a Saúl de Tarso (luego San Pablo) antes de conocer a Jesús, y un complot de agentes soviéticos para involucrar a Francia y Estados Unidos en la Guerra Civil Española. En los siguientes, encontramos a Borges comprometido en misiones aún más llamativas y más bien inquietantes, como asegurarse de que Martín Lutero sea entregado a la Inquisición, o evitar que un supuesto comandante de unas no menos supuestas fuerzas argentinas que combaten en la Guerra de Corea sea asesinado en una emboscada de soldados chinos.
El lector pronto comienza a sospechar que los objetivos de la mencionada Agencia no difieren demasiado de los de los terroristas a quienes enfrenta. Más avanzada la novela, y entiendo que contra los propósitos del autor, la sospecha se volverá alarmada certeza: Dick Borges recibe la orden de recuperar un poderosísimo talismán del Antiguo Egipto propiedad de Juan Domingo Perón, un supuesto "anillo de Toth", robado por "conspiradores judíos de la sinarquía internacional", y quien le da la orden es el presidente argentino en 1987, que es... José López Rega. Si el lector recuerda que en 1987, en eso que llamamos realidad, se produjo la profanación del cadáver de Perón, un hecho jamás aclarado, comprenderá el interés con que he leído esta extraña obra.
Después de Dick Borges, un largo silencio de casi cuatro décadas. Llamativamente, el pochopunk no nos ha dado nuevas obras ni durante el menemismo ni durante el kirchnerismo, dos muy diferentes y sucesivas encarnaciones del peronismo.
Quizás porque la secreta forma de la realidad argentina ya es, precisamente, pochopunk.
NOTAS
(1) En esta introducción no hago más que repetir, con mínimas variantes, lo expresado en mi nota "Mundos-in-mundos". Televicio Webzine, noviembre de 2009.
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