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QUÉ PUEDE HACER UN POBRE MUCHACHO SALVO ESCRIBIR LIBROS DE ROCK

En los últimos meses, hubo más rock del bueno en los estantes de las librerías que en las bateas de las disquerías. ¿Envejecieron los jóvenes de ayer sin Guerras del Cerdo rockeras a la vista, y en su reposada madurez cambiaron el ProTools por el Word? En todo caso, es un hecho que en Argentina apenas hay estrellas de rock de menos de cuarenta años ¿Envejeció el publico? Hace ya unos cuantos años que noto que los adolescentes escuchan cumbia, reguetón, música electrónica o cualquier cosa, menos rock; en los planteles de fútbol, como se dice acá, parece que el rock es cosa de los mayorcitos. ¿Llegó la hora de parafrasear a los Rolling Stones con el título de este informe? Con ustedes una mirada acerca de los últimos libros sobre el tema que han llegado a esta, ejem, redacción (?).

En la vida hay más que libros ¿sabés? / Pero no mucho más. The Smiths, Handsome devil

Hace poco se publicó una polémica biografía de Gustavo Cerati. El Indio Solari prepara su autobiografía. Andrés Calamaro nos sorprendió hace poco con los textos de Paracaídas & vueltas, un título inspirado por cierto, aunque el empleo de & en lugar de y nos hace temer que estemos frente a una traducción porteña de un libro de Hunter Thompson. El legendario Miguel Grinberg prepara no uno sino dos libros, el primero con sus columnas para La Opinión entre 1975 y 1980 y otro sobre su amistad con Spinetta. El Zorrito Von Quintiero y Bobby Flores también editaron sus libros en estos meses, a fin del año pasado se publicó 100 veces Pappo, y además están los muy rockeros libros de nuestro crédito marplatense Il Corvino. Por si esta lista fuera corta, agrego un volumen que ya tiene algunos años pero yo compré hace poco, que es El basurero de la historia de uno de los viejos maestros Jedi de la literatura rockera, Greil Marcus. Con tantos libros cabe la pregunta: ¿el rock hoy es para bailar y escuchar, o para leer? En algunos casos, nunca tuve la duda: Lou Reed es mucho más disfrutable leído que escuchado, y algo así me suele suceder, no siempre pero muy seguido, con Leonard Cohen y Bob Dylan, y a veces con Luis Alberto Spinetta. Pero me estoy desviando del tema: vamos con los libros del Zorrito, de Bobby y de Marcus.

I´m Zorry: The Gourmet Rock Tour (Planeta, Buenos Aires 2014) es una especie de autobiografía del Zorrito en su cuádruple condición de fan del rock y el soul, de músico acompañante de grandes estrellas, de hincha de Boca y fan de Diego Maradona, y de gourmet y luego empresario gastronómico. El Jimmy que integra estas personalidades, claro, termina teniendo menos que ver con el viejo espíritu contracultural y rebelde del rock que con su perversión glamorosa: es el sendero clásico de la estrella de rock, que comienza tocando una música urgente que habla de la vida en las calles, y termina buscando su inspiración entre bacanales de hoteles de cinco estrellas y resacas de multimillonario. Por lo cual no resulta tan difícil de entender que haya rockeros que se hayan sentido muy cómodos durante nuestros años de ultraliberalismo, y que hoy anden nostalgiosos de esa época en que la cartelera rockera de Buenos Aires no era tan diferente de la de Londres o Nueva York y se podía conseguir leche de coco tailandesa en los supermercados. El Zorrito no será el primero ni el último de una lista que incluye a nada menos que a Pappo, a Charly García y su antiguo concuñado, ese imitador de Freddy Mercury que tal vez nos espere en nuestro futuro, prometiendo impuestos bajos y dólar libre y cantándonos Another one bites the dust. En el libro hay varias recetas, muy buenos datos de restaurantes y bares de Tandil a Tel Aviv y unas cuantas anécdotas de rock, aunque el fan de Charly seguro ya conoce la mayoría. Pero la diferencia es que el que las cuenta estaba ahí.

120 discos que deberías escuchar antes de que tus oídos dejen de recibir órdenes del cerebro (Octubre, Buenos Aires 2014) de Bobby Flores, es el libro de un enamorado de los discos, un fetichista del hoy casi olvidado objeto disco: por ende el texto rezuma melancolía. Más allá de alguna excepción aislada, Bobby excluye los nombres demasiado transitados, Beatles, Rolling Stones, The Doors, Pink Floyd, Nirvana, Redonditos de Ricota, Soda Stereo. Ah, y no son 120 los discos, pero no importa, como no nos importa que las promesas de amor eterno no sobrevivan a un fin de semana, si ese fin de semana quedará por siempre en la memoria.

Un par de artículos desarrollan temas generales; la mayoría hacen foco en artistas o bandas y aún en ciertas grabaciones. Algunos temas reaparecen: el poder del espíritu de la música, que lleva a que adoremos canciones cuyas letras abominamos o no entendemos; el desprecio por la dictadura criminal de 1976-83, que le arruinó el disfrute de su juventud a millones de personas, y la intensidad de la liberación que se vivió en los primeros años de la democracia recobrada. El estilo es agradablemente coloquial y digresivo; después, cada cual pensará lo de que quiera de las opiniones aprobatorias o desaprobatorias de Bobby. Las páginas se suceden y con ellas los nombres, desgranados con la fruición de un gourmet de la música: de los novísimos Pista 2, la banda de Facundo de Vido, a un clásico como Charly García y su Clics modernos, pasando por (¿cómo prohibirme el placer de esta enumeración?) Jobim, Marvin Gaye, Piazzolla, Television, Santana, Herbie Hancock, Serrat, Talking Heads, Barry White, Lou Reed, Ney Matogrosso, Dr. Feelgood, Artaud de Spinetta, Neil Young, Prefab Sprout, Muddy Waters con tres Rolling Stones, Bob Marley, María Bethania, David Bowie, Lou Reed, James Brown, Caetano Veloso con Roberto Carlos, Style Council, Gato Barbieri, Ian Dury, Bobby Womack, Pappo's Blues III, Gil Scott-Heron, Vinicius de Moraes, Garland Jeffreys, Roberta Flack, Maxwell, Robert Palmer, Hall & Oates… Como toda lista, invita a que el lector efectúe las operaciones de suma y resta que su corazoncito dicte.

Destaco que Bobby señale cierto carácter militante que tenía hace un tiempo el gusto por la música porque hoy lo siento perdido: ese impulso que llevab a leer a los poetas decadentistas franceses o la correspondencia entre los hermanos Van Gogh sólo porque Spinetta los reconocía como influencias, o esa sensación de que hay obras musicales que han sido más relevantes para nuestra vida que nuestra primera novia. Porque, como cita Bobby a Moreno Veloso: "¿cómo qué música me gusta más? La música me gusta".

Bobby se interna a sabiendas en aguas procelosas cuando afirma que "hoy el rock ha perdido belleza, potencia y gracia: hoy el rock es triste", y contrasta esa visión del presente con nuestros años ochenta, cuando nuestro rock fue la excepción a una década que Bobby desdeña y se hizo aquí el "mejor rock en castellano de toda la historia de la humanidad". En el mismo sentido afirma, como "Homero Simpson, Nick Hornby, David Bowie, Charly García y el Zorrito Quintiero", que la cumbre del rock se encuentra en esos cinco gloriosos años que van de 1971 a 1975 (1).

El basurero de la Historia (Paidós, Buenos Aires 2012), editado originalmente en Estados Unidos en 2005, cuenta con un pertinente prólogo de Pablo Schanton. El tema de estos ensayos es la resiliencia de las historias de comunidades o individuos que no tienen un lugar en el marco de los Grandes Relatos políticos, históricos o artísticos (¿suena familiar?) y de cómo el rastro de esas historias puede ser seguido en el basurero de la historia: en canciones, películas, narraciones, historias orales. (Sería de rigor citar aquí a Faulkner: "el pasado nunca está muerto, Ni siquiera es pasado"). Es notable cómo Marcus pasa con comodidad de Hobsbawm, Bajtin y las pinturas rupestres de la cueva de La Marche a los Sex Pistols, John Wayne y la psicodélica avant-la-lettre versión original de El candidato manchuriano. A veces es un tanto enrevesado, con conceptos más poéticos que precisos, aunque no sé si ello se deberá aunque sea en parte a la traducción, que inevitablemente aumenta la distancia entre nuestra comprensión de meros hispanoparlantes y las ideas del autor.

En "Lección de historia" se lee este pasaje fascinante: cuenta el novelista alemán Peter Schneider cómo los perros de la policía de fronteras de la desaparecida Alemania Oriental, que fueron adoptados por civiles tras el derrumbe del comunismo, al pasar por la zona del Muro donde antiguamente patrullaban "se volvían repentinamente sordos a cualquier orden y retomaban su ronda programada sin desviarse ni a derecha ni a izquierda. El Muro desapareció tan completamente que incluso los nativos de Berlín no siempre pueden decir dónde se levantaba. Solo los perros guardianes del Muro se mueven como si estuvieran sujetos a una correa invisible, con absoluta seguridad, a lo largo de la línea quebrada del viejo límite que cruzaba la ciudad". Para Marcus, "los perros continuaron la historia que la mayoría ya no quería escuchar. Los perros insistían sobre la realidad de una historia que ya no era real".

En "La máscara de Dimitrios", acerca de la novela policial de Eric Ambler, Marcus nos permite vislumbrar una de las fuerzas olvidadas que llevaron a la catástrofe de la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto: la fantasía de regenerar, por medio de un baño de sangre, a una Europa corrompida hasta los cimientos, y que era compartida "por muchas personas de izquierda tanto como de derecha". En "Mitos y citas falsas", publicada originalmente en una revista, Marcus enumera historias en las cuales el mito se impuso a la realidad... para encontrarse con que un lector le señale por carta que él también ha caído en la seducción del mito, al citar en la nota una sola de las varias versiones de testigos presenciales del famoso incidente de Altamont de 1969. (El libro incluye la carta del lector). En "Göterdämmerung, veintiún años después", el tema es la irrealidad del nazismo, tan poderosa que algunos de sus aspectos parecen sólo abordables desde la ficción. En "Dylan como historiador" se ocupa de ese maravilloso tema que es Blind Willie McTell, y lo analiza a partir del Eclesiastés. En "La curva de la muerte" describe como característica esencial del pop su "inmediatez", su "intensidad desquiciada" y, por ende, su existencia fuera del tiempo, su juventud eterna, así como esa "sensación de soledad que atrae a las personas a la cultura pop y el sentido de comunidad que los liga a ella". En "Religión primitiva" cita a Camille Paglia y su relectura del fracaso de la contracultura: "el continuum del sexo lleva al sadomasoquismo. No darse cuenta de esto fue el error de los años sesenta. Dionisos - la naturaleza tomando forma humana - expande su identidad pero destruye al individuo [...] el dios otorga libertad pero no derechos civiles. En la naturaleza somos convictos sin posibilidad de apelar". En "Alemania en traducción" se lee esta muy perspicaz observación: "el Muro llegó a ser, para los alemanes occidentales, un espejito que, día tras día, les iba diciendo quién era el más bello en todo el país", empujándolos al conformismo.

Para el final, como muestra del alcance de los intereses de Marcus y como tributo a un tema apasionante, dejo "Un cambio de clima", un ensayo acerca de The book of J de Harold Bloom y David Rosenberg, obra que desarrolla inteligentemente la muy atractiva tesis de que uno de los varios autores del Antiguo Testamento es una mujer que vivió en Jerusalén a fines del siglo X antes de nuestra era. Los autores sostienen que la obra de esa mujer, a quien llaman J, "carece por completo de sentido espiritual o ético", y que todas las revisiones posteriores tuvieron como objetivo adaptar el texto a otros fines, u oscurecer su lectura original. Con lo cual, se llega a la conclusión de que "nuestro mundo es un vasto edificio de tergiversaciones construido menos para alojar que para ocultar y deformar el potencial legado de un autor desconocido". La postulación de la existencia de un autor o autores que podríamos llamar J (que es previa al trabajo de Bloom y Rosenberg) cuenta con el consenso general de los historiadores; las demás tesis son tan ingeniosas como conjeturales. Marcus, que las respalda, se permite sumarles el buen chiste de que el Libro del Levítico es la "edición de lujo de los Mandamientos".

 

NOTAS

(1) Si bien la simple enumeración de los discos editados en esos años parece cerrar cualquier debate, tengo la sensación de que en semejantes dictámenes influye decisivamente la edad de quienes lo enuncian: la música que hayas escuchado entre tus 15 y tus 25 años difícilmente no te parecerá la mejor de todas. Y por señalar algún otro año casi al azar, se me ocurre que 1967, 1979, 1984 o 1991 son cosechas igualmente extraordinarias. El lector podrá suscribir o corregir también este comentario.

 

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