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A ¡CUARENTA AÑOS! DEL VERANO DEL AMOR

(Nota originalmente publicada en 45 RPM, como Editorial de su número 4, de Julio de 2007).

Este junio de 2007 comenzó con el recuerdo de los cuarenta años de la edición de Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, quizá el disco más influyente de la historia del rock. (“Influyente” no necesariamente significa que sea el mejor; de hecho, ni siquiera es el mejor disco de los Beatles). A medida que pasaban los días, me fui dando cuenta de que junio de 1967 es algo así como un resumen en treinta días de toda la década del ’60, y si no veamos.

Además de la conmoción que causó La Banda del Club de Corazones Solitarios del Sargento Pepper (¡esa tapa! ¡esos efectos de sonido! ¡A day in the life!) hace cuarenta años comenzaba en el Hemisferio Norte el Verano del Amor con el Monterey Pop Festival (Hendrix, The Who, Janis Joplin, Otis Redding, Jefferson Airplane, Buffalo Springfield, Grateful Dead…). Un escritor colombiano llegaba de visita a Buenos Aires como un absoluto desconocido y se iba unos pocos días después convertido en una celebridad, merced a un libro suyo que se editaba esos mismos días: Cien años de soledad”. El Programa Apolo estaba a poco más de dos años de alcanzar su objetivo de que un hombre pudiera sacarse unas fotos en la superficie de la Luna. Las radios que pasaban rock (que eran pocas) difundían canciones de los primeros discos de Pink Floyd, The Doors, Velvet Underground y David Bowie, además de temas de placas como  Disraeli gears de Cream o Their Satanic Majesties Request de los Rolling Stones...

No todo era alegría, por cierto. Árabes e israelíes se masacraban en lo que luego se llamó la Guerra de los Seis Días. Estados Unidos estaba empantanado en una guerra infame que no podía ganar, aquella vez en los arrozales de Vietnam. China, inmersa en la pesadilla de la Revolución Cultural, detonaba su primera bomba de hidrógeno. Alemania estaba dividida en dos estados, y no había ninguna democracia en Europa al este de Berlín o al sur de los Pirineos. En Montevideo, en Punta Carretas no había un shopping sino una cárcel. En Argentina, Brasil, Bolivia y Paraguay había gobiernos cuya fuerza no provenía del voto, sino de las botas. Todavía se consideraba que llegar virgen al matrimonio era un valor y no una excentricidad. La homosexualidad era un síntoma de degeneración. En Chile y Argentina ni siquiera era legal el divorcio. Las comisarías porteñas estaban llenas de hippies (a los que se les cortaba el cabello a la fuerza) y de parejas sacadas a empujones de los telos por el terrible delito de coger sin libreta de casamiento. Moría mucha gente por enfermedades que hoy son perfectamente curables. Y terminando el mes, el 29 de junio de 1967, Keith Richards y Mick Jagger fueron presos en Inglaterra por posesión de drogas.

Gardel nos acostumbró a pensar que veinte años no es nada. Cuarenta años de junio de 1967. Se dice fácil. Basta con releer el párrafo anterior para percibir que el mundo ha cambiado mucho. Basta con releer el párrafo anterior para percibir que el mundo no ha cambiado tanto. Y sin embargo… Sin embargo, si yo debiera destacar una diferencia de estos años con aquellos, una sola diferencia, diría esto: aquellos eran años optimistas, al contrario de éstos.

Hacia 1967 todavía era común pensar que el futuro guardaba la concreción de todos los sueños de la época. Los partidarios de la izquierda pensaban que La Revolución estaba a la vuelta de la esquina; la contracultura rockera pensaba que el Verano del Amor era sólo el comienzo de las maravillas que traería la Era de Acuario; los científicos de la NASA hacían planes para llegar a Marte en el año 2000. Hoy no quedan ni las sombras de esos sueños. ¿Y saben qué? No sé si no es mejor que así sea.

Hace cuarenta años, los esperanzados en el cambio descontaban que siempre habría viento de cola, que las dificultades que se presentaran serian superadas a la larga porque la Historia era necesariamente una historia con final feliz. Es ese adverbio el que saltó en pedazos en estos cuarenta años. Saltó en pedazos en Bolivia en ese mismo 1967, cuando los Rangers mataron a un hombre solo y cansado al que le decían Che. Saltó en pedazos en Altamont en 1970, el mismo año en el que Lennon cantó eso de que “el sueño terminó”. Saltó en pedazos con la jauría de Pinochets y Videlas y Gavazzos. Saltó en pedazos cada vez que una persona se sometió a esa lotería macabra que se llama test de HIV. Saltó en pedazos con todos los Brian, Jim, Jimi, Janis, Bonzo, Sid, Nancy, Ian, Luca, Miguel, Federico, Freddy, Kurt, Hunter, Ricky. Saltó en pedazos en Berlín en 1989. Saltó en pedazos con todos los Menem y Collor de Mello y Salinas de Gortari. Saltó en pedazos con cada Hit Parade, con cada Top Ten, con cada Cuarenta Principales, con cada contrato de regalías por merchandising, con cada foto de Bono con Bush o Tony Blair, rodeados de guardaespaldas.

Y decía que no sé si no es mejor que así sea porque es mejor no tener falsas expectativas. Nunca nadie dijo que fuera fácil. Lo malo siempre puede ser peor, cada conquista debe ser defendida con uñas y dientes, cada momento de paz y alegría es una tregua que te da la vida: valoralo como se debe. Porque, para decirlo con el epigrama de Federico Manuel Peralta Ramos: “solamente consiguen un oasis aquellos que se bancan el desierto”.

Señoras, señores y por qué no lactántricos, con ustedes el número 4 de esto que hemos dado en llamar 45 R.P.M.

 

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