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CON LA EXCUSA DE VINYL

Nueva York, negocios turbios, mafiosos, abuso de drogas, rock de los años setenta, esposas descontentas, ocultar un cadáver... A juzgar por estos materiales para nada ajenos al universo referencial de la obra de Martin Scorsese,  no hay duda de que la nueva serie de HBO no podía salirle menos que muy bien al director ítalo-neoyorquino. Van sólo dos capítulos de la serie que coproduce nada menos que Mick Jagger, y ya no tengo duda de que ésta va a ser la serie que más me va a gustar en todo el año. (Cómo no engancharse cuando la primera emisión empezó y terminó con el protagonista en una actuación de los entonces novísimos New York Dolls demoliendo un local hasta los cimientos. Literalmente).

 

Las actuaciones son todas muy buenas, la reconstrucción de época es genial, la banda sonora es una delicia, por si fuera poco está Olivia Wilde, y la única duda que tengo es si no me estoy dejando llevar demasiado por mis gustos. Creo que Estados Unidos en los años setenta es la cumbre cultural del siglo XX, el tiempo y el lugar de Norman Mailer y Television y Francis Ford Coppola y Neil Armstrong y Bob Dylan y National Lampoon y Muhammad Alí y Frank Zappa y Thomas Pynchon y Andy Warhol y Hunter Thompson y Saturday Night Live y... podría seguir durante muchas líneas, probablemente demasiadas líneas para el eventual y acaso inexistente lector. Aunque no tantas como las que se aspiran en la serie, claro.

 

Como van apenas dos capítulos, y como no quiero caer en la concurrida tentación del spoiler, aún involuntario, no voy a escribir nada más acerca de las correrías de Richie Finiestra. Pero sí voy a caer, y con todo gusto, en la tentación de trazar un paralelo con nuestra realidad meramente rioplatense. Si alguna vez nuestra Buenos Aires se le pareció aunque fuere un poco a esa Nueva York sexy, sucia, hermosa, peligrosa, genial, creo que fue en nuestros años ochenta, los años en los que afloraron toda la creatividad y las ganas de vivir reprimidas durante décadas de dictaduras o democracias bajo vigilancia. Porque nuestro 1973 fue tan intenso como el de Nueva York, pero en otro sentido muy diferente: tanto que, en vez de Vinyl, nuestra versión debería llamarse Trotyl.

 

Por lo demás, en la Argentina de los años setenta los cadáveres no se ocultaban: se abandonaban a la luz del día, en plena calle, como advertencia, y se jugaban como cartas en un póquer sangriento. (A veces leo a gente que nos inflige la violencia K o la dictadura de Macri. Me acuerdo de la masacre de Ezeiza, o del asesinato de José Ignacio Rucci, o del de Héctor Hidalgo Solá, y no sé si reír o llorar).

Rock, sexualidad equívoca, creatividad, violencia, cultura, Buenos Aires hacia 1973. Coordenadas que describen a un personaje fascinante, que murió hace pocos meses, y cuya vida exige una traducción literaria o audiovisual a los gritos. Me refiero a Jorge Álvarez, el mítico editor literario y discográfico. El que editó Cabecita negra de Rozenmacher, Responso de Saer, Los oficios terrestres de Walsh, La traición de Rita Hayworth de Manuel Puig, Literatura argentina y realidad política de David Viñas, los primeros libros de Mafalda. El que publicó a Copi, a Sebreli cuando todavía no era una señora gorda de Recoleta, a Masotta, a Piglia. El amigo de la trágica Pirí Lugones. El que hizo traducir a Sartre y Barthes. El hincha de River que de pibe iba a ver a La Máquina y le gustaban los muchachitos y jugaba al rugby y adoraba a Miguel de Molina. El que creó el sello Mandioca, luego Talent cuando para sobrevivir tuvo que entregarse a Microfón, para editar a Manal, Almendra, Miguel Abuelo, Moris, Vox Dei, Pappo's Blues, La Pesada del Rock & Roll y sus solistas, Sui Generis, Invisible, Crucis. El que primero acercó a Juan Gatti al diseño de tapas de discos de rock y luego a la colaboración con Pedro Almodóvar. El que en su exilio en España produjo los primeros pasos de Mecano, Olé Olé y Joaquín Sabina. ¿Cómo demonios no se le ocurre a nadie una serie de ocho capítulos acerca de una vida tan fascinante como ésta, así fuera con nombres cambiados y falseando la mitad de la historia?

 

Me encanta Richie Finestra, Scorsese: pero al lado de todo un Jorge Álvarez, es un Don Nadie.

 

 

 

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