Steven
Spielberg lanza una nueva versión de La Guerra de los Mundos (de ahora
en adelante, LGM), y eso nos lleva a comentar un poco sobre el curioso
destino de esta obra en todas sus versiones (literaria, radial y cinematográfica).
H. G. Wells la escribió en 1897, pero el promotor de
la idea para la novela fue su hermano Frank, que le sugirió escribir
una novela detallando una invasión espacial. Herbert aceptó la idea
y recorrió minuciosamente la campiña inglesa en bicicleta, anotando
los sitios próximos a su casa que habrían de ser destruidos y los vecinos
que morirían, en la marcha implacable de las máquinas de guerra marcianas
(decidió que los invasores serían marcianos) hacia Londres. Wells estaba
imbuído con las ideas de su época, respecto del fin del mundo
por el enfriamiento del Sol, que causaría la muerte de toda forma de
vida y, en el caso de Marte, ese proceso ya se había iniciado.
Lo notable es que esta obra reflejaba el temor creciente
de los ingleses de que su isla pudiera ser presa fácil en el caso de
una invasión desde el mar y, quizá, por aire (ya se conocían los globos
aeroestáticos) y, por eso, fue muy bien recibida por el público de ese
país.
Mucho más tarde, y también en vísperas de una guerra
devastadora, el actor, director y escritor Orson Welles, creador de
la formidable película El Ciudadano (Citizen Kane-1941), sembró el terror
en Estados Unidos con su emisión radial de 1938.
Ann Robinson las pasa canutas con un marciano poco amigable.
Quizás éstos fueron los factores que decidieron al
productor George Pal, huído él mismo de Europa en la Segunda
Guerra, a realizar la versión fílmica de LGM: después de todo, el mundo
también estaba en medio de una guerra sorda, la Guerra Fría, y en Estados
Unidos reinaba el terror proveniente de la Cacería de Brujas Maccarthista.
Las condiciones eran ideales para una película que resaltara los valores
de una Forma de Vida ante el ataque abierto del Enemigo de Allende,
del Planeta Rojo. Por eso, esta versión de 1953 tiene un tono cuasirreligioso...
aunque hay otros elementos subliminales que hacen que, aun hoy, la película
no parezca anticuada.
Ganadora del Oscar de 1953 por sus efectos especiales,
LGM realmente exhibió varios alardes técnicos y de producción: por de
pronto, las escenas con las tropas que vanamente intentan detener el
avance marciano se hicieron con el personal de la Guardia Nacional de
Arizona, no con secuencias de archivo, como otras películas: eso determinó
el realismo del desplazamiento de tanques y de los soldados. Las escenas
en que Forrester (el actor Gene Barry) busca desesperadamente a su novia
en las desiertas calles de Los Ángeles se hicieron merced a la colaboración
de la Policía de Los Ángeles, que un domingo por la mañana acordonó
parte de una calle (Hill) a la que los utileros de la Paramount (la
compañía filmadora) decoraban con destrozos diversos. Finalmente, cuando
se ve la marea humana que huye del ataque devastador, realmente eran
extras que corrían por un sector aún no inaugurado (en aquel entonces)
de una autopista (la de Hollywood).
Una de las secuencias de destrucción masiva
que habrá cortado la respiración al público.
Párrafo aparte merecen las máquinas de guerra marcianas: en la versión
de Spielberg, éste afirma que respetará la descripción que hiciera H.G.
Wells, pero, claro, con ayuda de los dibujos por computadora. En 1953
las máquinas, en forma de mantaraya (o de búmeran, como comentara Spielberg)
eran bien concretas: se construyó tres modelos de más de un metro, cada
uno provisto con su propio mecanismo de luces y engranajes para operar
las cabezas de cobra que emitían los rayos desintegradores. Además,
como se juzgó que hacerlos desplazarse sobre trípodes (según el libro
de Wells) era demasiado difícil, se decidió que las máquinas avanzarían
sobre tres rayos de energía electrónica pulsátil: para eso, en
cada una de las máquinas se puso un dispositivo de modo que proyectaran
un millón de voltios de electricidad estática a través de cada una de
las "patas" eléctricas (en realidad, tres alambres conectados al piso
del estudio de filmación); un ventilador situado detrás haría que saltaran
chispas por las patas, produciendo un efecto visual impresionante. Esa
misma fuente de electricidad se usaría para que de la cabeza de cobra
y de las puntas de la máquina salieran los letales rayos. De hecho,
según una fuente, la primerísima vez que se ve que la cabeza de cobra
lanza su rayo, se hizo con este dispositivo... pero no duró porque la
cantidad de energía podía electrocutar a técnicos y actores, además
de incendiar el estudio. Por eso, las patas se hicieron con superposición
de imágenes y los rayos mortíferos eran alambre ardiente de soldadura,
detrás del cual un soplete de acetileno soplaba las gotas de alambre;
esta imagen, coloreada (rojiza en la cabeza de cobra; verde en las puntas
de la máquina de guerra) después se superponía sobre la imagen de la
máquina de guerra en sí (proceso Matte).
Elemento promocional de la época, a los que
la industria española era muy afecta.
Y este mismo proceso también se usó en otras escenas;
en una de ellas, un militar, alcanzado por el rayo verde, se desintegra:
¡esta imagen demandó 144 mattés individuales para mostrar como se reducía
a nada! Todo este alarde técnico no estuvo exento de problemas: en esa
misma escena se ve que otro soldado, alcanzado tangencialmente por un
rayo térmico (el rojo) es presa de las llamas: la escena salió bien,
pero en la realidad, cuando intentaron apagar el fuego de las llamas
sobre el cuerpo del extra, la frazada con que lo cubrieron se convirtió
en un embudo que dirigió las llamas y quemó gravemente al hombre.
Pero, además de los efectos técnicos, dijimos arriba
que la película tiene elementos subliminales que hacen interesante su
visión aun hoy.
En Italia la película dio
pie a ocurrentes anuncios.
En
la película se da una enorme importancia al número tres: los meteoros
que contienen las máquinas de guerra marcianas caen en grupos de tres;
en esa misma cantidad se desplazan las máquinas, que se sostiene sobre
tres patas; tres son los científicos que están en las cercanías de la
caída de los primeros meteoros; los marcianos tienen tres ojos y dedos
y Forrester recorre tres iglesias antes de encontrar a su amada. También
es curioso el sentido de desplazamiento de la acción: el desplazamiento
de las tropas, el avance de las máquinas, se hacen siempre desde la
derecha de la pantalla hacia la izquierda: cuando el primer meteoro
cae a tierra, cruza la pantalla en diagonal de derecha a izquierda.
Cuando, después del fracaso de la bomba atómica para frenar las máquinas
marcianas, un general mira brevemente hacia la izquierda con gesto de
derrota, se recupera y vuelve a mirar desafiante hacia la derecha, decidido
a enfrentar y derrotar a los marcianos. Desde la derecha corren también
las masas que huyen y las que atacan el ómnibus que lleva a los científicos.
Cuando aparece el brazo del marciano agonizante, sale de la máquina...
de derecha a izquierda. Todo esto crea una sensación de predeterminación
(de hecho, en lenguaje cinematográfico, el desplazamiento de derecha
a izquierda indica anormalidad) y de inevitabilidad que hace que el
espectador pueda pasar por alto algunos detalles de lógica interna (los
investigadores, última esperanza de victoria, se tienen que desplazar
solos en un ómnibus, en vez de estar protegidos por tropas, por ejemplo
aunque, claro, esto coayuda al efecto dramático y a la culminación con
tintes religiosos de la película: son las bacterias, "las criaturas
más pequeñas que creara Dios", al decir del narrador (la voz única del
gran Sir Cedric Harwicke) las que salvan al Hombre. Esta película fue
la primera que mostró una invasión abierta - la otra sería Invasión
de los Platos Voladores (Earth vs. Flying Saucers)- a la Tierra y que
mostró otra perspectiva de nuestra posición en el universo: somos vulnerables
y sólo la unión permite la defensa. Una pequeña lección de modestia.
Veremos si la obra de Spielberg también es duradera y aleccionadora
como la versión de 1953.
La
seminal obra de H.G. Wells tuvo repercusiones en varios
ámbitos artísticos, tanto literarios como
radiales y cinematográficos. En el primero no podemos
omitir una colección de 17 cuentos titulada "War
of the Worlds: Global Dispatches" (Junio 1996, compilación
de Kevin J. Anderson). Las historias giran en torno a la
misma invasión imaginada por Wells pero desde el
punto de vista de diversas personalidades famosas (Einstein,
Percival Lowell, Twain, Verne, Kipling, etc.). Mucho más
cercana a la película de 1953 de Byron Haskin, tenemos
el número 124 de la revista Classics Ilustrated dedicado
a la Guerra de los Mundos, aparecido en 1955.
La famosa transmición de Orson Welles (30 de octubre
de 1938), dentro de su ciclo Mercury Theater of the Air,
causó una atroz ola de pánico en los Estados
Unidos. Diez años después, una radio ecuatoriana
tradujo aquella versión al español y la irradió,
adaptada a las circunstancias de ese país. Cientos
de incautos que escucharon los reportes de la invasión,
corrieron a esconderse en las montañas, provocando
una nueva histeria colectiva. En reacción, la estación
de radio se incendió y el locutor que dirigió
la transmición casi pierde la vida.
La emisión de Welles motivó un telefilme
titulado The Night That Panicked America (1975) de Joseph
Sargent, protagonizada por Vic Morrow y Paul Shenar como
Orson Welles, que fue nominado a varios premios Emmy. Años
después se lanzaron un telefilme titulado War of
the Worlds: Resurrection (emitido el 7 de octubre de 1988),
al que siguió una serie de más de 40 episodios
(que se emitieron originalmente entre 1988 y 1990) en los
que se planteaba que los marcianos no habían sido
destruídos sino que permanecieron congelados y que
luego de treinta años eran despertados para intentar
su plan de conquista.