THE SEVENTH VICTIM
(La Séptima Víctima-1943)

Juan Carlos Vizcaíno Martínez
(publicado en Cinema de Perra Gorda)

Si tuviéramos que realizar un análisis conjunto de las producciones –generalmente abocadas al fantastique- auspiciadas por Val Lewton en calidad de productor para la RKO, llegaríamos a conclusiones sorprendentes. Es evidente que de ellas sobresalen la célebre trilogía de Tourneur, pero no es menos cierto que existen numerosas obras de notable interés filmadas por los otros dos realizadores que debutaron como tales y estuvieron bajo su égida –Robert Wise y Mark Robson-. De los tres, curiosamente, Tourneur nunca gozó hasta los últimos años de su vida y cuando ya no realizaba cine de un incipiente prestigio que ha ido aumentando hasta llegar en nuestros días a su máxima expresión. Por su parte, el desigual y competente Robert Wise siempre gozó del favor del cine comercial de Hollywood –aunque fuera con un film de horror filmado contracorriente en donde logró su obra maestra (The Haunting, 1963)-. Finalmente, Robson siguió una carrera desigual en la que coexisten algunos iniciales títulos interesantes, decreciendo por una pendiente hacia la mediocridad más desaforada.

Es por ello que resulta –afortunadamente- desconcertante, encontrarse ante una película de las características y cualidades de THE SEVENTH VICTIM (1943, Mark Robson) –una vez más, nunca estrenada en España y escasamente difundida en pases televisivos-, y que me atrevo a considerar –junto con la mencionada trilogía tourneriana- entre la cima de la producción terrorífica generada bajo la batuta de Lewton. Ya desde su poderoso, vigoroso e impactante plano inicial –la imagen de una vidriera de aspecto siniestro y al mismo tiempo subyugante-, acompañado de unos versos elegíacos en torno a la muerte, los apenas setenta minutos de metraje del film de Robson nos sumergen en un universo de pesadilla. Ese mismo plano de apertura está acompañado de voces en latín y canciones infantiles. Como si se ofreciera un contraste entre pasado y futuro nos adentramos en el punto de partida de la película; la joven alumna Mary Gibson (una debutante Kim Hunter) es avisada por la directora del centro en que se encuentra de que hace seis meses que su hermana no paga las cuotas correspondientes y se desconoce su paradero mientras otra de las dirigentes la mira con rostro extraño ¿leve referencia lésbica o intuición ante lo que va a surgir?

Esta ausencia obliga a que Mary viaje a New York para intentar localizar a Jacqueline (Jean Brooks), visitando en primer lugar la fábrica en la que trabajaba con su socia Frances (Isabel Jewell), quien le informa que compró la parte de su hermana del negocio, quedándose con su totalidad. La joven acude hasta el lugar donde su hermana se hospedaba, descubriendo que tenía alquilada una habitación pagada todos los meses y de la que tiene la puerta cerrada sin que los propios dueños de las habitaciones tengan llave de la misma. La insistencia de la joven hace que esta se abra apareciendo en la misma una silla y la soga de una horca como único elemento.

Cada vez más atribulada, denuncia la desaparición de Jacqueline y logra el interés de un veterano detective que promete ayudarle en la búsqueda. Al mismo tiempo conocerá un joven poeta, un distinguido abogado –del que posteriormente averiguará que es el marido de Jacqueline- y un extraño psiquiatra –interpretado por Tim Conway y que llevará el mismo nombre que en la precedente LA MUJER PANTERA (Cat People, 1942. Jacques Tourneur); el Dr. Louis Judd-. Prácticamente sin tregua la intriga va avanzando hasta que el detective descubra que en la fábrica que comanda Frances tiene una habitación cerrada totalmente. En plena noche acuden a la misma Mary y este, resultando el segundo muerto. La joven huye aterrada en metro pero al mismo tiempo retorna casi por instinto atávico descubriendo en el metro el cadáver del detective disimulado junto a dos siniestros individuos que lo portan como si estuviera borracho.

Todo se centra en la existencia de una secta satánica denominada “paladistas”, que tienen entre sus normas la contradicción del respeto y la muerte de aquellas personas que por alguna causa los hayan traicionado o violado sus cultos. Es por ello que Judd mantiene escondida a Jacqueline, quien finalmente se encontrará con su hermana y su esposo así como el joven poeta que ha ayudado a Mary desde su encuentro a su llegada a la gran ciudad. Sin embargo Jacqueline es encontrada por los paladistas y forzada en una reunión con estos a que se suicide bebiendo un veneno. Esta se niega y estos deciden dejarla ir, augurándole que en cualquier momento puede ser eliminada. Jacqueline huye mientras que de forma paralela Mary y el esposo de Jacqueline se confiesan su amor. Finalmente, Jacqueline decidirá retornar a la habitación que contemplamos en un principio y encontrarse con la muerte, mientras que Judd y el poeta se encuentran en una reunión con los satanistas cuestionándoles su preferencia por el mal y apelando a una lejana oración que siempre apelaba al perdón.

Sinceramente, la densidad es uno de los elementos que destacan en este excelente film. Con una atmósfera mórbida que se traduce desde la primera imagen, THE SEVENTH VICTIM se erige en una auténtica sinfonía del horror cotidiano al tiempo que una de las obras cumbres que sobre el satanismo han surgido en el cine –en mi opinión junto a LA NOCHE DEL DEMONIO (The Night of the Demon, 1957. Jacques Tourneur) y THE DEVIL’S RIDES OUT (1968, Terence Fisher)-. En cualquier caso, la película de Robson –que quizá sea la obra cumbre de su carrera y uno de los debuts más singulares de la década de los 40-, propone de forma clara la presencia de símbolos, imágenes y recursos atávicos con una nada solapada metáfora sobre el horror que se ofrece tras la aparente normalidad de la gran ciudad. Es por ello que desde el primer momento se inserten en el discurrir del film diferentes elementos, estéticos, pinturas, imágenes simbólicas... Toda una gama de detalles que inciden en mostrar ese atavismo que finalmente confluye en la presencia de lo satánico en una sociedad urbana. Por su parte New York aparece sórdidamente filmada, con una mirada malsana, llena de sombras siniestras y personajes en los que en cualquier momento pudiera surgir lo anormal dentro de una rutina colectiva.

Pero si por algo THE SEVENTH VICTIM se erige como un gran film es evidentemente por la enorme inventiva de su puesta en escena. Ayudado de forma admirable por la iluminación y creatividad de un Nicholas Musuraca en estado de gracia, la película destaca por su extraordinaria capacidad de síntesis –la acción avanza sin altibajo alguno-, una narrativa caracterizada por el excelente manejo de travellings laterales y panorámicas, y una declarada intención en el hipotético descenso a los infiernos del horror encubierto en la cotidianeidad. La película de Robson está realmente llena de momentos que merecerían pasar a las antologías del género, pero me limitaré a destacar alguno de ellos. Por supuesto, no se puede omitir el momento de la visita nocturna de Mary y el detective a la fábrica para visitar esa habitación cerrada –una secuencia en la que el miedo llega a transmitirse casi de forma física- y que concluye trágicamente; el instante previo en el que se descubre esa habitación únicamente amueblada por una silla y la soga de una horca; la tensa secuencia de Jacqueline entre los paladistas donde intentan forzarle a su suicidio por envenenamiento (en ella además se intuye otro apunte lésbico ante la ayuda de una de sus amigas); los primeros planos de Jacqueline al narrar como se integró en esta secta –son realmente atrevidos y evitan el recurso del flash-back-; la persecución de esta por las oscuras calles de un New York casi espectral, lleno de sombras y recovecos siniestros hasta ser casi asesinada por un sicario de la secta o, por supuesto, ese plano final en el que se reitera la llamada de la muerte y que anuncia sin mostrarlo el suicidio de la antigua componente de la secta.

Pero lo más admirable de esta excelente película es que –al contrario de lo que sucedía en otros de los títulos producidos por Lewton más irregulares en su desarrollo-, la alternancia de secuencias de horror se integran perfectamente en un conjunto armonioso y desasosegador que permiten considerarla en un título lleno de personajes ambiguos y poco atractivos, revelando bajo su condición de film de serie B, una parábola realmente pesimista sobre la sociedad norteamericana de la época. Algo más propio del cine negro que del de horror, pero que en esta ocasión y de forma inesperada varió sus objetivos de género en una película magnífica, que merece ser revalorizada de forma urgente.