Si tuviéramos que realizar un análisis conjunto de las producciones
–generalmente abocadas al fantastique- auspiciadas por Val
Lewton en calidad de productor para la RKO, llegaríamos a conclusiones
sorprendentes. Es evidente que de ellas sobresalen la célebre trilogía
de Tourneur, pero no es menos cierto que existen numerosas obras de
notable interés filmadas por los otros dos realizadores que debutaron
como tales y estuvieron bajo su égida –Robert Wise y Mark Robson-. De
los tres, curiosamente, Tourneur nunca gozó hasta los últimos años de
su vida y cuando ya no realizaba cine de un incipiente prestigio que
ha ido aumentando hasta llegar en nuestros días a su máxima expresión.
Por su parte, el desigual y competente Robert Wise siempre gozó del
favor del cine comercial de Hollywood –aunque fuera con un film de horror
filmado contracorriente en donde logró su obra maestra (The Haunting,
1963)-. Finalmente, Robson siguió una carrera desigual en la que coexisten
algunos iniciales títulos interesantes, decreciendo por una pendiente
hacia la mediocridad más desaforada.
Ottola Nesmith, Eve March y Kim Hunter: preámbulo de la pesadilla
Es por ello que resulta –afortunadamente- desconcertante, encontrarse ante
una película de las características y cualidades de THE SEVENTH
VICTIM (1943, Mark Robson) –una vez más, nunca estrenada en España
y escasamente difundida en pases televisivos-, y que me atrevo a considerar
–junto con la mencionada trilogía tourneriana- entre la cima de la producción
terrorífica generada bajo la batuta de Lewton. Ya desde su poderoso,
vigoroso e impactante plano inicial –la imagen de una vidriera de aspecto
siniestro y al mismo tiempo subyugante-, acompañado de unos versos elegíacos
en torno a la muerte, los apenas setenta minutos de metraje del film
de Robson nos sumergen en un universo de pesadilla. Ese mismo plano
de apertura está acompañado de voces en latín y canciones infantiles.
Como si se ofreciera un contraste entre pasado y futuro nos adentramos
en el punto de partida de la película; la joven alumna Mary Gibson (una
debutante Kim Hunter) es avisada por la directora del centro en que
se encuentra de que hace seis meses que su hermana no paga las cuotas
correspondientes y se desconoce su paradero mientras otra de las dirigentes
la mira con rostro extraño ¿leve referencia lésbica o intuición ante
lo que va a surgir?
Mary (Kim Hunter) visita a los Romari (Marguerite Sylva y el Chef Milani)
Esta ausencia obliga a que Mary viaje a New York para intentar localizar
a Jacqueline (Jean Brooks), visitando en primer lugar la fábrica en
la que trabajaba con su socia Frances (Isabel Jewell), quien le informa
que compró la parte de su hermana del negocio, quedándose con su totalidad.
La joven acude hasta el lugar donde su hermana se hospedaba, descubriendo
que tenía alquilada una habitación pagada todos los meses y de la que
tiene la puerta cerrada sin que los propios dueños de las habitaciones
tengan llave de la misma. La insistencia de la joven hace que esta se
abra apareciendo en la misma una silla y la soga de una horca como único
elemento.
El Detective (Lou Lubin) sale de escena, Mary observa
Cada vez más atribulada, denuncia la desaparición de Jacqueline y
logra el interés de un veterano detective que promete ayudarle en la
búsqueda. Al mismo tiempo conocerá un joven poeta, un distinguido abogado
–del que posteriormente averiguará que es el marido de Jacqueline- y
un extraño psiquiatra –interpretado por Tim Conway y que llevará el
mismo nombre que en la precedente LA MUJER PANTERA (Cat People,
1942. Jacques Tourneur); el Dr. Louis Judd-. Prácticamente sin tregua
la intriga va avanzando hasta que el detective descubra que en la fábrica
que comanda Frances tiene una habitación cerrada totalmente. En plena
noche acuden a la misma Mary y este, resultando el segundo muerto. La
joven huye aterrada en metro pero al mismo tiempo retorna casi por instinto
atávico descubriendo en el metro el cadáver del detective disimulado
junto a dos siniestros individuos que lo portan como si estuviera borracho.
Al fin aparece la hermana perdida (Jean Brooks), pero parece seguir
'perdida'
Todo se centra en la existencia de una secta satánica denominada “paladistas”,
que tienen entre sus normas la contradicción del respeto y la muerte
de aquellas personas que por alguna causa los hayan traicionado o violado
sus cultos. Es por ello que Judd mantiene escondida a Jacqueline, quien
finalmente se encontrará con su hermana y su esposo así como el joven
poeta que ha ayudado a Mary desde su encuentro a su llegada a la gran
ciudad. Sin embargo Jacqueline es encontrada por los paladistas y forzada
en una reunión con estos a que se suicide bebiendo un veneno. Esta se
niega y estos deciden dejarla ir, augurándole que en cualquier momento
puede ser eliminada. Jacqueline huye mientras que de forma paralela
Mary y el esposo de Jacqueline se confiesan su amor. Finalmente, Jacqueline
decidirá retornar a la habitación que contemplamos en un principio y
encontrarse con la muerte, mientras que Judd y el poeta se encuentran
en una reunión con los satanistas cuestionándoles su preferencia por
el mal y apelando a una lejana oración que siempre apelaba al perdón.
Ben Bard y sus paladistas
Sinceramente, la densidad es uno de los elementos que destacan en
este excelente film. Con una atmósfera mórbida que se traduce desde
la primera imagen, THE SEVENTH VICTIM se erige en una auténtica
sinfonía del horror cotidiano al tiempo que una de las obras cumbres
que sobre el satanismo han surgido en el cine –en mi opinión junto a
LA NOCHE DEL DEMONIO (The Night of the Demon, 1957. Jacques
Tourneur) y THE DEVIL’S RIDES OUT (1968, Terence Fisher)-.
En cualquier caso, la película de Robson –que quizá sea la obra cumbre
de su carrera y uno de los debuts más singulares de la década de los
40-, propone de forma clara la presencia de símbolos, imágenes y recursos
atávicos con una nada solapada metáfora sobre el horror que se ofrece
tras la aparente normalidad de la gran ciudad. Es por ello que desde
el primer momento se inserten en el discurrir del film diferentes elementos,
estéticos, pinturas, imágenes simbólicas... Toda una gama de detalles
que inciden en mostrar ese atavismo que finalmente confluye en la presencia
de lo satánico en una sociedad urbana. Por su parte New York aparece
sórdidamente filmada, con una mirada malsana, llena de sombras siniestras
y personajes en los que en cualquier momento pudiera surgir lo anormal
dentro de una rutina colectiva.
Un símbolo más, el que halla el poeta (Erford Gage)
Pero si por algo THE SEVENTH VICTIM se erige como un gran
film es evidentemente por la enorme inventiva de su puesta en escena.
Ayudado de forma admirable por la iluminación y creatividad de un Nicholas
Musuraca en estado de gracia, la película destaca por su extraordinaria
capacidad de síntesis –la acción avanza sin altibajo alguno-, una narrativa
caracterizada por el excelente manejo de travellings laterales
y panorámicas, y una declarada intención en el hipotético descenso a
los infiernos del horror encubierto en la cotidianeidad. La película
de Robson está realmente llena de momentos que merecerían pasar a las
antologías del género, pero me limitaré a destacar alguno de ellos.
Por supuesto, no se puede omitir el momento de la visita nocturna de
Mary y el detective a la fábrica para visitar esa habitación cerrada
–una secuencia en la que el miedo llega a transmitirse casi de forma
física- y que concluye trágicamente; el instante previo en el que se
descubre esa habitación únicamente amueblada por una silla y la soga
de una horca; la tensa secuencia de Jacqueline entre los paladistas
donde intentan forzarle a su suicidio por envenenamiento (en ella además
se intuye otro apunte lésbico ante la ayuda de una de sus amigas); los
primeros planos de Jacqueline al narrar como se integró en esta secta
–son realmente atrevidos y evitan el recurso del flash-back-;
la persecución de esta por las oscuras calles de un New York casi espectral,
lleno de sombras y recovecos siniestros hasta ser casi asesinada por
un sicario de la secta o, por supuesto, ese plano final en el que se
reitera la llamada de la muerte y que anuncia sin mostrarlo el suicidio
de la antigua componente de la secta.
Jean Brooks a punto de ser persuadida por Ben Bard de beber la copa
final
Pero lo más admirable de esta excelente película es que –al contrario
de lo que sucedía en otros de los títulos producidos por Lewton más
irregulares en su desarrollo-, la alternancia de secuencias de horror
se integran perfectamente en un conjunto armonioso y desasosegador que
permiten considerarla en un título lleno de personajes ambiguos y poco
atractivos, revelando bajo su condición de film de serie B, una parábola
realmente pesimista sobre la sociedad norteamericana de la época. Algo
más propio del cine negro que del de horror, pero que en esta ocasión
y de forma inesperada varió sus objetivos de género en una película
magnífica, que merece ser revalorizada de forma urgente.