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PERSONAJE: A LOS 91 AÑOS, MURIO NARCISO IBAÑEZ MENTA

Un maestro del terror

Actor y director de clásicos, precursor de las caracterizaciones, fue estrella del teatro, el cine y la televisión.

Aníbal M. Vinelli. ESPECIAL PARA CLARIN

IBAÑEZ MENTA EN TV. COMO VAN HELSING, EL CAZADOR DE VAMPIROS, EN HAY QUE MATAR A DRACULA 1978, POR CANAL 13. Foto Archivo ClarínNarciso Ibáñez Menta, el caballero que aterró con su cuerpo pequeño y su voz inmensa a varias generaciones de argentinos, murió ayer en su casa de Madrid, tras de una afección en su laringe que lo obligó a una convalecencia de alrededor de dos años. El actor, guionista y realizador, intérprete de grandes éxitos en cine, teatro y televisión, tenía 91 años.

Genética y familia, medio ambiente y educación, todas y cada una de las referencias son válidas para explicar a Ibáñez Menta. Nacido el 25 de agosto de 1912 en Sama de Langreo, Asturias, era hijo del actor Narciso Ibáñez Cotanda y de la cantante y actriz Consuelo Menta. Y cuentan que a los 8 días tuvo su debut en escena reemplazando, en Oviedo, a un muñeco averiado: desde entonces no dejó de actuar.

Antes de cumplir los 7 fue contratado con sus padres para una temporada en Buenos Aires, que el diminuto veterano aprovechó para convertirse en estrella infantil. Luego de prolongadas giras americanas incluido Estados Unidos donde filmó un par de cortos silentes (1922, 1928), ya con cartel propio y adulto se radicó en Buenos Aires hacia 1931.

En Hollywood había conocido a Lon Chaney padre y esa simpatía por El Hombre de las Mil Caras así como el interés por la pintura y la escultura, le dieron una notable maestría en el maquillaje artístico que aprovecharía en incontables caracterizaciones. Sin embargo, el buceador en las novedades y el impacto jamás dejaría de amar las bellezas del teatro universal y su repertorio incluiría a Pirandello, Anouilh, Arthur Miller, Sartre, Moliére o las adaptaciones de Poe. Mientras, tenía su propia compañía de radioteatro.

Cuidadoso del cartel y el prestigio, demoró su ingresó en el largometraje para entrar por la puerta grande. Cuando en 1942 consiguió el encabezamiento en los títulos de "Lumiton presenta a Narciso Ibáñez Menta", accedió al personaje central de Una luz en la ventana, el arquetípico sabio loco que intentaba curar una deformidad. Después vendrían un total de 20 títulos en la pantalla nativa, desde el educador William Morris de Cuando en el cielo pasen lista (1945, Carlos Borcosque) o el Evaristo Carriego de La calle junto a la luna (1951, Román Viñoly Barreto), hasta las indudables repercusiones de taquilla de Obras maestras del terror (1959, Enrique Carreras) y La cigarra no es un bicho (1962).

Siendo una estrella de primera línea por entonces, la popularidad de Narciso alcanzaba máximos registros merced a la TV, a la que había ingresado a mediados de la década del 50. Hábil empresario de sí mismo —en el aspecto técnico y artístico antes que en el comercial—, en 1962, con motivo del acceso de Canal 9 al mercado, Narciso apeló a uno de sus autores y textos predilectos, que ya había hecho en escena casi 30 años antes. El fantasma de la Opera, sobre Gaston Leroux, paralizó a Buenos Aires, y el grito del anónimo sereno que revisaba el teatro —¿Queda alguien en los camarines?— se volvió moneda corriente en el hablar de los argentinos, objeto de alusiones, parodia e imitación. El programa aún se recuerda como uno de los pocos en obtener ese sueño imposible del rating absoluto: es cuanto queda, la memoria, porque tiempo después un empleado distraído borró los tapes. Ayudando con ello, quizás, a agigantar la leyenda.

En 1963 partió hacia España, créase o no, para mejorar su economía. Con residencia definitiva en Madrid seguiría actuando en todos los medios, a menudo bajo la dirección de su talentoso hijo Narciso Chicho Ibáñez Serrador, fruto de su primer matrimonio de 6 años con Pepita Serrador. El segundo, por 4 años, sería con la bella Laura Hidalgo y el tercero, desde 1985, con Lidia Haydée Rojas. Quien ya había sido su compañera más de dos décadas.

Volvería en varias oportunidades a la Argentina, en 1975 para la que sería su despedida del cine nacional con Los muchachos de antes no usaban arsénico, de José A. Martínez Suárez. Y todavía en 1997 pasaría por Buenos Aires para intervenir en la telenovela de Canal 9 Los herederos del poder. Permanecerá en el recuerdo como uno de los nombres mayores del espectáculo en el mundo hispanoamericano. Y también como una personalidad única por el fervor apasionado con que abordaba su oficio, su curiosidad insaciable que hacía de cada experiencia una verdadera investigación y la autoridad que le daba toda una vida al servicio de la sensibilidad popular. Y esa voz inolvidable...

 

Fotografía: IBAÑEZ MENTA EN TV. COMO VAN HELSING, EL CAZADOR DE VAMPIROS, EN HAY QUE MATAR A DRACULA 1978, POR CANAL 13. Foto Archivo Clarín


En el recuerdo

Erika Wallner trabajó con Narciso Ibáñez Menta en ciclos como El hombre que volvió de la muerte o El pulpo negro: "Era un gran actor: absolutamente estricto en el trabajo; diría que hasta la obsesión. A veces grabábamos hasta 48 horas seguidas y él se quedaba más. Era un genio haciéndose su propio maquillaje. Usaba coturnos, una especie de zuecos que le daban un porte más rígido". Wallner y Carlos Estrada —su marido, ya fallecido— fueron muy amigos de Ibáñez Menta. "Poco antes de que Carlos se fuera nos envió una grabación diciéndonos que nos quería mucho. En septiembre yo estuve en España y quise comunicarme con Narciso, pero él ya no podía hablar. Era como un nene: jugaba al terror. Se escondía a fumar, aun cuando se lo prohibían.".

Virginia Lago, que trabajó en Los herederos del poder, sostuvo: "Narciso amaba terriblemente lo que hacía. Era muy riguroso, autoexigente, incansable. Tenía un gran sentido del humor. Fue un honor haber trabajado con él: era un actor impresionante".

Claudio García Satur dijo: "Me dio el primer protagónico, en el 69, en Un pacto con los brujos. Me gustaba ir a verlo caracterizarse: tenía una gran técnica. Charlaba mucho con él: fue un gran maestro".


Las huellas de un creador

Fumador por años, sostenía que la boletería le regulaba el vicio. "Habanos en tiempos de bonanza, cigarrillos casi siempre..."

Los creadores van dejando su huella. Con La muerte de un viajante en 1949 despertó la vocación teatral de un joven espectador, Roberto Tito Cossa.

Abominaba de las series de filmes de terror al estilo de Martes 13 a los que llamaba "cine escatológico". "Es innecesario y grosero y El Maestro nunca tuvo que recurrir a esas baratijas". Se refería a Alfred Hitchcock.

En teatro hizo desde El jorobado de Notre Dame, de Víctor Hugo, hasta Las manos sucias, de Jean Paul Sartre. De sus 40 años en TV, imposible olvidar, entre otras, El muñeco maldito (1962), ¿Es usted el asesino? (1967) o El monstruo no ha muerto (1970).

En 1969, El hombre que volvió de la muerte sorprendió por alguna escena en la que se producía una operación del corazón, que Narciso explicaba diciendo cuánto le había costado confeccionar un cuerpo de plástico y que los efectos especiales eran un arte en sí mismo. En realidad había mandado una cámara al Hospital Rawson para que filmara una auténtica operación y luego incluyó la toma en la ficción.

Amaba revolver estantes y anaqueles en las librerías de viejo y cada vez que estaba en Buenos Aires y no se lo impedían los horarios de rodaje, se daba una vuelta por El Rebusque de la calle Talcahuano. Y junto con un periodista amigo y atacado por igual pasión de páginas amarillentas (Sixto Vinelli, padre de quien ésto evoca) se alegraban al encontrar algún volumen del Dr. Cornelius o de las aventuras de Arsenio Lupin, héroe y ladrón.

Entre tanto triunfo y distinción, el mejor de sus recuerdos pasara por el reconocimiento de los pares de su oficio.