PERSONAJE: A LOS 91 AÑOS, MURIO NARCISO IBAÑEZ MENTA
Un maestro del terror
Actor y director de clásicos, precursor de las caracterizaciones, fue estrella
del teatro, el cine y la televisión.
Aníbal M. Vinelli. ESPECIAL PARA CLARIN
Narciso
Ibáñez Menta, el caballero que aterró con su cuerpo pequeño
y su voz inmensa a varias generaciones de argentinos, murió ayer en su
casa de Madrid, tras de una afección en su laringe que lo obligó
a una convalecencia de alrededor de dos años. El actor, guionista y realizador,
intérprete de grandes éxitos en cine, teatro y televisión,
tenía 91 años.
Genética y familia, medio ambiente y educación, todas y cada una
de las referencias son válidas para explicar a Ibáñez Menta.
Nacido el 25 de agosto de 1912 en Sama de Langreo, Asturias, era hijo del actor
Narciso Ibáñez Cotanda y de la cantante y actriz Consuelo Menta.
Y cuentan que a los 8 días tuvo su debut en escena reemplazando, en Oviedo,
a un muñeco averiado: desde entonces no dejó de actuar.
Antes de cumplir los 7 fue contratado con sus padres para una temporada en Buenos
Aires, que el diminuto veterano aprovechó para convertirse en estrella
infantil. Luego de prolongadas giras americanas incluido Estados Unidos donde
filmó un par de cortos silentes (1922, 1928), ya con cartel propio y
adulto se radicó en Buenos Aires hacia 1931.
En Hollywood había conocido a Lon Chaney padre y esa simpatía
por El Hombre de las Mil Caras así como el interés por la pintura
y la escultura, le dieron una notable maestría en el maquillaje artístico
que aprovecharía en incontables caracterizaciones. Sin embargo, el buceador
en las novedades y el impacto jamás dejaría de amar las bellezas
del teatro universal y su repertorio incluiría a Pirandello, Anouilh,
Arthur Miller, Sartre, Moliére o las adaptaciones de Poe. Mientras, tenía
su propia compañía de radioteatro.
Cuidadoso del cartel y el prestigio, demoró su ingresó en el largometraje
para entrar por la puerta grande. Cuando en 1942 consiguió el encabezamiento
en los títulos de "Lumiton presenta a Narciso Ibáñez
Menta", accedió al personaje central de Una luz en la ventana,
el arquetípico sabio loco que intentaba curar una deformidad. Después
vendrían un total de 20 títulos en la pantalla nativa, desde el
educador William Morris de Cuando en el cielo pasen lista (1945, Carlos
Borcosque) o el Evaristo Carriego de La calle junto a la luna (1951,
Román Viñoly Barreto), hasta las indudables repercusiones de taquilla
de Obras maestras del terror (1959, Enrique Carreras) y La cigarra
no es un bicho (1962).
Siendo una estrella de primera línea por entonces, la popularidad de
Narciso alcanzaba máximos registros merced a la TV, a la que había
ingresado a mediados de la década del 50. Hábil empresario de
sí mismo en el aspecto técnico y artístico antes
que en el comercial, en 1962, con motivo del acceso de Canal 9 al mercado,
Narciso apeló a uno de sus autores y textos predilectos, que ya había
hecho en escena casi 30 años antes. El fantasma de la Opera, sobre
Gaston Leroux, paralizó a Buenos Aires, y el grito del anónimo
sereno que revisaba el teatro ¿Queda alguien en los camarines?
se volvió moneda corriente en el hablar de los argentinos, objeto de
alusiones, parodia e imitación. El programa aún se recuerda como
uno de los pocos en obtener ese sueño imposible del rating absoluto:
es cuanto queda, la memoria, porque tiempo después un empleado distraído
borró los tapes. Ayudando con ello, quizás, a agigantar la leyenda.
En 1963 partió hacia España, créase o no, para mejorar
su economía. Con residencia definitiva en Madrid seguiría actuando
en todos los medios, a menudo bajo la dirección de su talentoso hijo
Narciso Chicho Ibáñez Serrador, fruto de su primer matrimonio
de 6 años con Pepita Serrador. El segundo, por 4 años, sería
con la bella Laura Hidalgo y el tercero, desde 1985, con Lidia Haydée
Rojas. Quien ya había sido su compañera más de dos décadas.
Volvería en varias oportunidades a la Argentina, en 1975 para la que
sería su despedida del cine nacional con Los muchachos de antes no
usaban arsénico, de José A. Martínez Suárez.
Y todavía en 1997 pasaría por Buenos Aires para intervenir en
la telenovela de Canal 9 Los herederos del poder. Permanecerá
en el recuerdo como uno de los nombres mayores del espectáculo en el
mundo hispanoamericano. Y también como una personalidad única
por el fervor apasionado con que abordaba su oficio, su curiosidad insaciable
que hacía de cada experiencia una verdadera investigación y la
autoridad que le daba toda una vida al servicio de la sensibilidad popular.
Y esa voz inolvidable...
Fotografía: IBAÑEZ MENTA EN TV. COMO VAN HELSING,
EL CAZADOR DE VAMPIROS, EN HAY QUE MATAR A DRACULA 1978, POR CANAL 13. Foto
Archivo Clarín
En el recuerdo
Erika Wallner trabajó con Narciso Ibáñez
Menta en ciclos como El hombre que volvió de la muerte o El
pulpo negro: "Era un gran actor: absolutamente estricto en el trabajo;
diría que hasta la obsesión. A veces grabábamos hasta 48
horas seguidas y él se quedaba más. Era un genio haciéndose
su propio maquillaje. Usaba coturnos, una especie de zuecos que le daban un
porte más rígido". Wallner y Carlos Estrada su marido,
ya fallecido fueron muy amigos de Ibáñez Menta. "Poco
antes de que Carlos se fuera nos envió una grabación diciéndonos
que nos quería mucho. En septiembre yo estuve en España y quise
comunicarme con Narciso, pero él ya no podía hablar. Era como
un nene: jugaba al terror. Se escondía a fumar, aun cuando se lo prohibían.".
Virginia Lago, que trabajó en Los herederos
del poder, sostuvo: "Narciso amaba terriblemente lo que hacía.
Era muy riguroso, autoexigente, incansable. Tenía un gran sentido del
humor. Fue un honor haber trabajado con él: era un actor impresionante".
Claudio García Satur dijo: "Me dio el
primer protagónico, en el 69, en Un pacto con los brujos. Me gustaba
ir a verlo caracterizarse: tenía una gran técnica. Charlaba mucho
con él: fue un gran maestro".
Las huellas de un creador
Fumador por años, sostenía que la boletería
le regulaba el vicio. "Habanos en tiempos de bonanza, cigarrillos casi
siempre..."
Los creadores van dejando su huella. Con La muerte de un viajante en
1949 despertó la vocación teatral de un joven espectador, Roberto
Tito Cossa.
Abominaba de las series de filmes de terror al estilo de Martes 13 a
los que llamaba "cine escatológico". "Es innecesario y
grosero y El Maestro nunca tuvo que recurrir a esas baratijas". Se refería
a Alfred Hitchcock.
En teatro hizo desde El jorobado de Notre Dame, de Víctor Hugo,
hasta Las manos sucias, de Jean Paul Sartre. De sus 40 años en
TV, imposible olvidar, entre otras, El muñeco maldito (1962),
¿Es usted el asesino? (1967) o El monstruo no ha muerto (1970).
En 1969, El hombre que volvió de la muerte sorprendió por
alguna escena en la que se producía una operación del corazón,
que Narciso explicaba diciendo cuánto le había costado confeccionar
un cuerpo de plástico y que los efectos especiales eran un arte en sí
mismo. En realidad había mandado una cámara al Hospital Rawson
para que filmara una auténtica operación y luego incluyó
la toma en la ficción.
Amaba revolver estantes y anaqueles en las librerías de viejo y cada
vez que estaba en Buenos Aires y no se lo impedían los horarios de rodaje,
se daba una vuelta por El Rebusque de la calle Talcahuano. Y junto con un periodista
amigo y atacado por igual pasión de páginas amarillentas (Sixto
Vinelli, padre de quien ésto evoca) se alegraban al encontrar algún
volumen del Dr. Cornelius o de las aventuras de Arsenio Lupin, héroe
y ladrón.
Entre tanto triunfo y distinción, el mejor de sus recuerdos pasara por
el reconocimiento de los pares de su oficio.
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