ENCOLUMNADOS 10
Fuente: Publicación digital distribuída por email (encolumnados@netizen.com.ar)
26/05/2004
Sencillamente impresionante. La propuesta fue sencilla: le planteamos a una
serie de amigos ¿por qué no escriben algo sobre Narciso Ibáñez Menta? La respuesta:
impresionante.
DANIEL RONCOLI fue el disparador de este especial sobre Narciso Ibáñez
Menta, enviándonos el día de su muerte unas notas que le efectuó antes y después
de la grabación de El pulpo negro, emitida por Canal 9 Libertad en 1985. El
texto fue incluido en la Web homenaje del notable
actor hispano-argentino. Según Roncoli, "por Narciso Ibáñez Menta me tomé toda
la sopa".
La columna de DANIEL RONCOLI
Un encuentro con el cuco
El frío calaba el alma. Mientras lo esperaba el mozo me ofreció una sopa de
verdura y fideos. No alcancé a ordenarle otra cosa, se ve que tenía programado
sacarse de encima el líquido elemento --los fideos eran un holograma--. Cuando
tomé la cuchara con disgusto y a regañadientes, oí la voz cavernosa y amplificada
que me gatilló la nuca y me puso la piel de gallina. Para mi espíritu temeroso
hubiese sido una bendición que hubiera repetido el slogan de la publicidad de
Spaar: "¡Y adiós fantasmas!" pero lejos de espantarlos como en el aviso del
extractor, Narciso los convocó: --¿Adónde está el jovencillo que me busca? Tengo
poco tiempo y si me va a preguntar algo sobre mis obras maestras del terror,
lo dejaré hablando solo... Giré lentamente, temblando ya que la carta de presentación
no era alentadora, acompañando el decir pausado, marcado, con eco. Porque Narciso
Ibañez Menta habla con eco. --Discúlpeme, soy yo. Pálido de toda palidez, calavérico,
descubrí sus ojos de harpón clavados en mi entrecejo. Me costó sostenerle la
mefistofélica mirada sin entrar en trance. Tenía almacenados ruidos en mis prejuicios.
Cuando se sentó comencé a escuchar el crujido de puertas inmemoriales. Cuando
se acomodó en la silla inclinándose hacia mí me movilizó el ahullido de lobos
pretéritos. Cuando me extendió la mano yerma y gélida se alteró mi sistema auditivo
por el estruendo de un trueno feroz. --Lo noto tenso. Hace bien en tenerme miedo.
Se presentó sin parpadear con caligrafía de obituario y cierto cinismo. Se presentó
teatralmente. --Digo que hace bien en tenerme miedo. Como le tiene que tener
miedo al mozo, al taxista que lo trajo hasta aquí... ¿Vino en taxi? (pregunta
al paso con la misma cadencia que preguntaba ¿hay alguien en camarines? en El
Fantasma de la Opera). Al que le vende los diarios... Mis padres me lo inculcaron
y yo lo aprendí: no hay que tenerle miedo a los cementerios, a las noches nubladas
y tormentosas, a caminar por los campos llenos de cruces, a esas pavadas de
las puertas chirriantes, las telas de araña, los postigos que se golpean por
el viento, a los vuelos rasantes de murciélagos... Mis padres me educaron así
y yo eduqué así a mi hijo. Mi padre Narciso Ibañez Cotanda que como usted debe
saber era actor siempre me decía que no hay que tenerle miedo a los muertos.
A los muertos hay que respetarlos, pero son los vivos los que entrañan verdadero
peligro. Después de ese primer contacto, lo traté otras dos o tres veces, siempre
con alguna inquietud periodística camuflando una atracción auténticamente personal.
Era, es, siempre lo fue, un personaje que me intrigó y me interesó. A la mayoría
de las creaciones de Menta las conozco de mentas. Y reconozco que su extensa
trayectoria, una carrera de más de 85 años, abarcó varios aspectos. Pero es
en el rubro del terror en el que la memoria planta la bandera de este caballero
español que inventó un género en la Argentina. Metió miedo con inolvidables
criaturas que oscilaron, según las épocas, por varios estándares. En el país
inocente que siguió la mayoría de sus ciclos, los programas de Narciso aterraban,
motivaban pesadillas y generaban olas de feligreses incondicionales. En perspectiva,
mirados desde hoy, son ejemplares inasibles de un estilo bizarro.
Y han tenido la virtud de esos fenómenos populares (que pueden ir del debut
de Maradona en Argentinos Juniors al gol del Chango Cárdenas en el Centenario)
con los que el público necesita identificarse y de los que afirma haber sido
testigo aún cuando generacionalmente eso sea imposible. Por último y acaso por
todo lo
anterior sus Obras Maestras del Terror se han convertido en objeto de culto.
Media docena de títulos, por lo menos, de los pergeñados y representados por
este individuo de barba candado y rostro enjuto nacido en Sama de Langreo, en
la provincia de Oviedo el 5 de agosto de 1912 están en el olimpo de los productos
televisivos más recordados. El hombre que volvió de la muerte, El muñeco
maldito, El sátiro, El Fantasma de la Opera (de Gastón Leroux), las recreaciones
de Drácula y Hitler --El Monstruo no ha muerto-- o ¿Es usted el asesino?
forman parte de esa galería. Admirador y perpicaz lector de Edgar Allan
Poe y Robert Louis Stevenson --las adaptaciones de sus cuentos abrieron el currículum
terrorífico-- fue un genio de la metamorfosis logrando maquillajes
monstruosos que le permitían en algunas ocasiones despojarse completamente de
su figura. En las charlas, notas, pequeños encuentros, hablamos (habló en virtud
de ser honestos, por su gusto por la charla y por su obsesión por ser preciso
y no dejar pasar ningún comentario que le molestara o no le pareciese exacto)
hasta por los codos. Estos son algunos de los ida y vuelta de aquella primera
vez.
--Mire, mire, si usted me va a hablar de mis trabajos en el campo del terror
yo me levanto y me voy de aquí enseguida.
--¿Pero si usted es el maes...
--Nada de maestro ni maestro, no se ponga zalamero, si usted quiere ofenderme
relativíceme, subestímeme, diciendo que soy un actor que solamente toca
una cuerda. Aquí me tiene, porque no me etiqueta mozuelo.
--Nadie dice que usted no sea un actor completo, simplemente que yo lo que...
--Mira, antes que me digas algo que me haga enfadar te voy a contar una anécdota:
cuando tenía tres años, estaba yo en un teatro, mientras mis padres trabajaban...
Me había ido a jugar al subsuelo, debajo del escenario, en un foso adonde se
guardaban elementos. Estaba medio oscuro pero encontré algo que me permitió
comenzar a jugar a la pelota. Me mantuve toda la función entretenido, pateando
ese supuesto balón contra las paredes enmohecidas. Ahí donde se erigía el teatro
antiguamente había habido un convento. Cuando asciendo a los camarines le muestro
a mi madre, contento, el juguete que había encontrado. Era una calavera. Imagínate,
desde muy temprano tuve una relación lúdica con cosas que a otros atormentan
--¿Qué es el terror?
--Una forma de evasión, un género. Una forma de evasión como puede ser la risa.
A mí me molesta mucho que me encasillen porque yo puedo hacer diferentes
géneros. Es eso lo que me acontece con esta maldita costumbre de presentarme
sólo como cultor del miedo... No es el género el que me molesta, que quede claro.
El humor y el terror ayudan a que la gente eluda momentáneamente sus problemas.
--¿Y por qué eligió el terror?
--No lo elegí. Se dio. Habia hecho algo del género en Canal 7 cuando pasé a
Canal 9. En ese momento El Fantasma de la Opera fue un éxito terrible,
pero por ese tiempo también estaba interesado en un programa de otra característica,
Arsenio Lupin. Ese era mi proyecto pero tuve algunas diferencias con los directores
cubanos que estaban en el ciclo y ahí me volvieron a llamar para el terror.
Hice El muñeco maldito que fue un bombazo. Ese Benito Mason era en efecto
un personaje monstruoso. Fue la primera vez que un ciclo se repitió de esa forma.
Duró tres meses, hicieron un impasse de un mes, mes y medio, y lo volvieron
a emitir remedando el suceso. Esto debe hacer sido allá por 1963. La repercusión
me fue llevando de uno a otro programa casi sin pensarlo ni decidirlo.
--¿Le agrada meter miedo? Conmigo lo logró.
--¡Muchacho! ¿Cómo me va a causar placer? Si dicen que se asustaron es un indicio
de que el trabajo o el personaje estuvo logrado. Porque vea, hacer terror es
muy arriesgado, muy difícil. Este género tiene la particularidad que si uno
se desvía un poco o no acierta en la sintonía fina, hace el ridículo y provoca
algo inverso a lo que busca... Hace reír.
--¿Usted a que le teme?
--A usted, a los vivos como le dije. Mis verdaderos pánicos tienen que ver
con las enfermedades, esas salas deprimentes e indignas de los hospitales.
Me genera algo de pavor la posibilidad de desbarrancarme económicamente, mire
que yo he sido muy desordenado y gastador. Y fundamentalmente le temo al ridículo.
Como ve tengo muchísimos miedos.
No sé en qué momento se paró y se fue. Como un espectro su imagen pareció esfumarse
delante de mi vista. Sin advertirlo durante la charla me tomé toda la sopa.
El auténtico poder del cuco. En la mesa quedó un pequeño adminículo azabache.
Lo miré con desconfianza a medida que la tráquea reducía su diámetro dejándome
sin aire. Eran los días en que Narciso de piloto oscuro era Héctor De Rodas,
El Pulpo Negro. Tuve la sensación que la guadaña de la muerte como una
sombra siniestra me seguiría hasta aniquilarme. Cuando gané la calle el mozo
me corrió y le costó que lo oyera.
--¡Ehhh, pibe, tomá...! Se te cayó este botón negro en la mesa. ¿Fijate si
es del sobretodo?
EDUARDO NIELSEN lo reconoce como un ídolo. Y lo guarda en su memoria desde
sus cuatro años de edad.
La columna de EDUARDO NIELSEN
El más grande en lo suyo
Se me fue otro ídolo. Sí, para mí Narciso fue y será el más grande en lo suyo.
Creo que nunca ningún otro actor (nacional o internacional) me hizo o me hará
conmover tanto como él. Por su inconfundible voz, por su impresionante mirada,
por su expresión, por su forma de llegar tan a fondo al espectador. Si bien
era muy chico, tengo recuerdos de los sábados por la noche cuando nos juntaba
a toda la familia apiñados en un enorme sillón tapados con una frazada para
darnos calor y valor disfrutando del suspenso con El Fantasma de la Opera.
Creo que fue la época más próspera de la televisión, cuando era todo un acontecimiento
juntarnos física y emocionalmente para verla. También me acuerdo que un sábado
nos dejó de funcionar el televisor y toda la familia tuvimos que salir corriendo
a la casa de mi tía para ver el siguiente capítulo cuando se cayó la impresionante
araña del teatro Colón. Cuando ya era un poco más grande, disfruté y sufrí como
nunca con El hombre que volvió de la muerte, creo que fue La gran Obra
Maestra de Narciso, acompañado por un elenco monumental y personajes imborrables
como el cieguito Abdul, el padre Borman y el Dr. Mortensen entre otros. Hoy
después de 35 años me ha dejado tan marcado que los recuerdo como si fuera ayer.
Decir el nombre Elmer Van Hess todavía me da escalofrío, como todos los personajes
con los que se caracterizó, me parecen memorables. Lamento profundamente que
no tengamos el material para volver a verlo, pero que se quede tranquilo El
Maestro, que los que lo admiramos (y somos muchos), siempre lo llevaremos dentro
de nuestra mente y de nuestro corazón.
JORGE NIELSEN (hermano mayor de Eduardo) anticipa textos de un libro que
aparecerá en agosto o setiembre de este año (eso espera).
La columna de JORGE NIELSEN
Obras maestras del terror - 1960
Las Obras maestras del terror de Narciso Ibáñez Menta, en un horario
ideal para congregar a los habitantes del hogar y legiones de invitados (sábados
22.10, por canal 9) paralizaron al país con los episodios de "El fantasma de
la ópera"; no tan recordados son "El hacha de oro", "Al caer la noche", "¿Es
usted el asesino?" y "La mano". Se consagró una joven actriz, eminentemente
televisiva (Beatriz Día Quiroga) y todavía se recuerda al portero encarnado
por Manuel Alcón y su pregunta, realzada por la acústica del teatro: "¿Hay alguien
en los camarines?..." (Sí, nosotros sabíamos que estaba Narciso como el angustiado
fantasma.) La fusión de cine y teatro en televisión, era un logro de Ibáñez
Menta detectado por la crítica de Clarín (17.7.60): "Narciso Ibáñez Menta
juega con la televisión como un niño travieso con un mecano. Su tesón le hace
crear las más complejas estructuras escénicas como si estuviera en un laboratorio
cinematográfico, con la tranquilidad y el tiempo que puede encontrar en el gabinete
de trabajo del compaginador o el que le brinda la máquina trucadora y el grabador
de sonido. La televisión es muy exigente, no sólo en lo artístico sino en lo
técnico. Y Narciso es también muy exigente, no sólo en lo artístico sino en
lo técnico. Los que opinan que la televisión no debe ser ni cine ni teatro,
tendrán que seguir viendo los próximos capítulos de esta serie de terror. Luego,
muy posiblemente, llegarán a la conclusión de que el video es una perfecta fusión
de ambos espectáculos". Si bien en 1961 Ibáñez Menta no incursionó en el terror
en televisión, retornó con sus "obras maestras" en 1962. Y en 28 de julio de
1960 se estrenó en el cine Hindú la película del mismo nombre, dirigida por
Enrique Carreras, con la traslación de tres cuentos de Edgar Allan Poe: "El
caso del señor Valdemar", "El tonel de amontillado" y "El corazón delator",
adaptados por Rodolfo M. Taboada y con guión de "Chicho" Ibáñez, con buenas
críticas, que destacaban que los méritos había que atribuírselos más a Ibáñez
Menta-Ibáñez Serrador que al director Carreras, despreciado por los sectores
más intelectuales del periodismo cinematográfico.
VIVIAN BROWN nos habla sobre la voz de Dios, cierta voz interior que resuena
en los hombres éticos.
La columna de VIVIAN BROWN
Obito para un hombre ético
No voy a escribir otra reseña biográfica más acerca de Don Narciso Ibáñez
Menta, porque hay personas mucho más calificadas que yo para este menester,
por sus investigaciones o sus conocimientos sobre el tema, y cuyos artículos
probablemente se centren más en las realizaciones de este hombre particular
(variadas y notables, por cierto) que en el hombre en esencia, el que
al fin y al cabo las generó desde sí. No voy a recordar a Narciso a partir de
esas tardes escalofriantes vividas en el hoy desaparecido cine Albéniz, atrincherada
en mi butaca mientras vivía sus películas. No evocaré esas memorables veladas
de teatro con mis padres ("F.B." fue francamente extraordinario), ni esas noches
terroríficas, acompañadas con mate y bizcochos frente al ya más moderno televisor
de casa. Voy a recordar al taumaturgo, que como un hábil prestidigitador nos
obligó a fijar nuestra atención en sus obras más que en ese genio que las urdía
entre bambalinas. Pero el genio estaba allí, tras ese monstruo hábilmente construido
sobre su rostro, o en su cuerpo, que iban deformándose tras horas de paciente
y espectacular caracterización. O en esa voz privilegiada, que podía encavernarse
hasta el espanto... Narciso, éste Narciso no estaba enamorado de sí mismo como
su mitológico sosías. Supo más bien sacar, con clara inteligencia, el mejor
partido de sus dones naturales: de sus ojos de azogue de mirada perturbadora,
de su voz y su decir cargado de misterio. Enamoraba a otros por lo que era,
por la persona que tenía en sí y que, monolíticamente entera, le grabó su impronta,
coherente y diversa, a todo cuanto llevó a cabo. No copió a nadie, y eso
lo hizo único... Tuvo encanto, ese raro don de la magia personal,
tan reñida con los entretejidos y los músculos anabólicos; acopió riqueza interior,
acrecentándola con una vida permanentemente en contacto con las aristas más
elevadas y felices del quehacer humano: el arte. Y creció hasta alcanzar esa
envergadura que no puede, que no podrá medir jamás "rating" alguno... Una rara
avis, si las hubo: sin ser hermoso, se hizo bello; disimuló lo que no tenía,
enfatizando aquellos rasgos con las que la Naturaleza le fue tan pródiga, la
imaginación y el talento, y les dio - impensada pero certeramente-, una lección
de vida a todos esos tontos que se desesperan por no ser lo que el mundo, la
sociedad o las modas, generalmente estúpidas, exigen. Todos los que pasan por
la existencia apostando valerosamente a ser simplemente lo que son, con autenticidad
y convicción en lo que hacen, son maestros de vida, verdaderos maestros
cuya droga más adictiva y excluyente es siempre una total, soberana, fascinante
lucidez... A mí me enamoró su voz. Una voz como yo siempre imaginé que
habría sido la de Dios Padre cuando ordenó su FIAT LUX ! en ese día inaugural
de la Creación: una voz vibrante y grandiosa, como amasada con arroyos y montañas...
Dicen los creyentes que Dios creó el mundo en seis días. Y al séptimo descansó.
JACOBO A. DE DIEGO, en su "Silueta" publicada en Mundo Radial el 29 de diciembre
de 1949, nos habla de Narciso desde su octavo día.
La columna de JACOBO A. DE DIEGO
Siluetas Narciso Ibáñez Menta
Acaba de estrenarse la película "Almafuerte", y, por lo tanto, escribimos
bajo la impresión que nos ha producido la maravillosa labor conducida por Narciso
Ibáñez Menta al encarnar al poeta de "Evangélicas", "Cristianas" y "Milongas
clásicas". En el mismo film aparece un niño de cuatro años --Panchito Lombard--
que impuso su voluntad al no querer pronunciar una frase insertada en el libro,
porque, dijo el niño, se le había enseñado a respetar a la autoridad. El niño
impuso su manera de ser y de sentir. Algo parecido le pasó a Narciso Ibáñez
Menta. Tenía éste ocho días --había nacido el 25 de agosto de 1913, en Sama
de Langreo-- cuando llevado en brazos apareció por primera vez sobre un escenario.
La acotación exigía que el niño llorara, pero éste hizo caso omiso de los pellizcos
e impuso su
autoridad. El no haría lo que deseaban los demás, sino lo que él quería. Fue
el primer rasgo de su personalidad, encaminada desde los primeros vagidos a
darse el gusto haciendo las cosas a su manera. La segunda vez que se lo ve sobre
un escenario --fue en Granada-- lo hace teniendo tres años y por cuenta propia.
Había visto a los mayores hacer sus números en un fin de fiesta, y él irrumpió
en el proscenio parodiando a los que habían actuado. Escuchó así los primeros
aplausos. No sólo cuando uno realiza lo que quieren los demás, se había dicho,
se triunfa. Sus padres --Narciso Ibáñez y Consuelo Menta-- lo llevaban de pueblo
en pueblo. Así llegaron un día de 1919 a Buenos Aires, contratados por el empresario
Lozada. Ellos debutaron en el San Martín, pero el hijo fue contratado para el
Comedia, donde debutó, a los siete años, con "Los granujas". La aparición del
pequeño intérprete provoca una corriente entre los autores nacionales. Se dedicaron
a escribir
para él. Vale decir, que se hacía lo que él determinaba con su sola presencia
sobre el escenario. Fueron sucediéndose obras como "El rapaciño", "El tesoro
de gorrión", "El príncipe cañamón", "El pibe del corralón", "Los niños de Tetuán".
Narciso Ibáñez Menta ya tenía repertorio propio, cosa que logran los intérpretes
cuando poseen la edad que en los momentos que escribimos él cuenta. El niño
--como lo llama todavía hoy el padre-- dejó a Buenos Aires. volvió a España.Recorrió
pueblos y capitales, y en su largo camino llegó a Nueva York en gira triunfal.
Actuó en distintos teatros, y antes de dejar la gran ciudad realizó su función
benéfica en el "Carnegie Hall". En Estados Unidos conoció a Lon Chaney, quien
lo inició en el complicado y difícil arte del maquillaje. Así empieza, se puede
decir, la tercera etapa de la vida del intérprete. Narciso Ibáñez Menta regresa
a Buenos Aires con una caja de pinturas desconocida para nosotros, y que él
mostraba
enfático por ser un regalo de Lon Chaney. Consecuencia de ello fueron sus nuevas
actuaciones en Buenos Aires, sobre la base de obras cuyos protagonistas eran
personajes truculentos. Buenos Aires lo vio en "El jorobado de Notre Dame",
"El hombre y la bestia" y "El fantasma de la Opera", que a consecuencia de una
infección que se le produjo en la cara se halló en difícil trance. Matizado
este repertorio estrenó, en el Apolo, "El vendedor de ilusiones", obra que le
permitió desarrollar una fructífera temporada veraniega que se impuso al mismísimo
calor. En el año 1934 contrae matrimonio y forma parte de distintos elencos,
al par que incursiona en la cinematografía. Después de obtener un éxito en El
Nacional con "Sangre negra", e intervenir en películas deshumanizadas --correspondería
decir inhumanas-- tiene la suerte de animar en la pantalla la figura del gran
filántropo y maestro Morris, en la película "Cuando en el cielo pasen lista".
Narciso Ibáñez Menta, al cumplir 36 años de edad, que son también los que lleva
actuandofrente al público desde aquel día que no quiso llorar, realiza su más
acabada labor de intérprete en "Almafuerte", trabajo que sin exageración alguna
lo coloca a la cabeza de los actores que más alto han rayado en personajes de
composición. Su Pedro Bonifacio Palacios puede compararse, sin desmedro alguno,
y aun superar, los trabajos de Paul Muni en Zola, Juárez o Pasteur.
En un lujo para este homenaje, Roberto Blanco Pazos recurrió al testimonio
de PANCHO LOMBARD. Esto le contó por teléfono un niño con personalidad
y hoy un reputado fotógrafo.
La columna de PANCHO LOMBARD
Mis recuerdos
Mi querido amigo Pancho Lombard, hoy vía teléfono me dijo lo siguiente:
Pancho: --Cuando fuimos con mi madre, al set de filimación de "Almafuerte",
quedé sumamente impresionado por la gran presencia de Ibáñez Menta. Yo tenía
en ese momento 5 años de edad, Narciso se acercó, me sugirió lo que hacer, y
se realizaron las tomas con la mayor naturalidad y sin ningún esfuerzo.
Roberto: --Por ese trabajo tuviste una importante, distinción de parte de la
Academia de Artes y Ciencias, como actor infantil.
Pancho: --En ese momento, no sabía que era un premio, veía a mi familia contenta,
pero no entendía nada, luego tuve la suerte de trabajar con otros directores
como Fernando Ayala, un hombre refinado y culto en "Ayer fue Primavera", con
Mario Soffici, en "El extraño caso del hombre y la bestia". y también recuerdo
a Vatteone que me dirigió en "El cura Lorenzo".
Roberto: --De tu paso por el cine, ¿qué es lo que recordas con mayor alegría?
Pancho: --Sin duda, la presencia y la voz cavernosa de Ibañez Menta. El sábado
cuando me avisaste de su muerte, a pesar del mucho tiempo transcurrido, un gran
dolor me invadió por el director y como público por tantos lindos trabajos,
que luego vi de él.
Hombre múltiple ROBERTO BLANCO PAZOS. No sólo nos brinda el reportaje a
Lombard. El coautor de los diccionarios de actrices y actores del cine
argentino (a la espera de su libro sobre el policial en el cine argentino) recuerda
a un grande del cine argentino.
La columna de ROBERTO BLANCO PAZOS
Su paso por el cine argentino
Admiré desde pequeño a Narciso, por sus ciclos que se emitían los sábados
por la noche en los canales 7 y 9. Pero mi pasión es el cine, y sobre todo el
argentino. Trataré de rescatar de su poblada filmografía, los trabajos más recordados.
En 1942, debutó en dos filmes de los estudios Lumiton, donde fue dirigido por
Manuel Romero: "Una luz en la ventana" e "Historia de crímenes", se lució especialmente
en esta última componiendo el rol del inescrupuloso millonario Mandel. Según
declaraciones del mismo Narciso, años después, su relación con Romero, fue difícil
y complicada. No resultaron exitosas ninguna de las dos películas. Sus trabajos
más destacados los cumplió en "El que recibe las bofetadas" (1947) de Boris
H. Hardy, "Corazón" (1947) de Carlos Borcosque, donde encarnó gallardamente
la vida de Pedro B. Palacios, "Fin de mes" (1952) de Enrique Cahen Salaberry,
"Procesado 1040" (1958) de Rubén W. Cavallottti, y "Los muchachos de antes no
usaban arsénico" (1976) de José Martínez Suárez. En estos dos últimos títulos,
tuvo como oponentes a actores de la talla de Walter Vidarte -un inolvidable
Zorrito- en la primera, y Arturo García Buhr, Bárbara Mujica, Mecha Ortiz y
Mario Soffici, en la segunda. Fue William Morris en "Cuando en el cielo pasen
lista" y Evaristo Carriego en "La calle junto a la luna", y registró su paso
por él género policial en "La muerte está mintiendo" y la notable "La bestia
debe morir" donde bajo la conducción de Román Viñoly Barreto, y en pareja con
su mujer, Laura Hidalgo, dio vida a un padre perturbado por vengar la muerte
de su hijo. En el teatro, se habló muchísimo de sus creaciones, pero una de
sus más grandes frustraciones fue "Ricardo III" que a mediados de 1963, por
problemas de parte del teatro Municipal General San Martín, tuvo que dejar,
pues no se cumplían los requisitos exigidos por el gran maestro, y prefirió
abandonar los ensayos, a enfrentar una puesta de la que no estaba conforme.
Niño prodigio, actor, bailarín, director, autor, pionero de nuestra tv, gran
charlista, hombre de una vasta cultura, los actores, técnicos, autores y directores
que lo frecuentaron lo recuerdan con respeto. Además el cariño y admiración
de su público, un público que el sábado se sacudió con su muerte, que aunque
esperada, nos conmovió a todos los que disfrutamos de sus maravillosas creaciones.
RICARDO TALESNIK se jactaba en ENCOLUMNADOS 9 de ser medio vidente. Hoy
se jacta de haber trabajado dos veces con Narciso. (Digresión: hoy se jacta
de destornillar de risa con Talesnik sin fiaca. Acabamos de verla y no está
muy errado el hombre.)
Yo trabajé con el inolvidable Narcisín
Narciso dirigió en 1948 la obra teatral "El anticuario" de Enrique Suárez
de Deza. El protagonista era nada menos que Luis Arata y yo, un pibito, hacía
un pequeño papel. El único bocadillo que decía era "Oh, qué reloj tan soberbio".
Poco antes, o poco después, no recuerdo, hice de alumno del maestro William
Morris encarnado por Narciso en la película "Cuando en el cielo pasen lista".
Allí tenía un primer plano llorando por la muerte, creo, de la madre de un compañerito
de grado. ¡Ja, trabajé con el inolvidable "Narcisín"! Y en "El anticuario" trabajaba
su padre, al que le decían "Narcisón".
¿Impresionante decíamos? BETO CASELLA, una esplendidez (sinónimo de lujo)
para este boletín, da a entender que los yanquis no saben lo que
es el verdadero miedo.
La columna de BETO CASELLA
Chau Narciso (por ahora)
En Estados Unidos hicieron una encuesta preguntando a los críticos de cine
cuáles son las escenas de terror que más recuerdan. Aparecieron entre las más
votadas la escena del crimen en la ducha, de Psicosis; el momento en
el que Jack Nicholson rompe la puerta a hachazos, en El resplandor, diciendo
"querida, ya llegué"; y la escena de Tiburón, cuando el bicho se queda
con las piernas de una rubia que nadaba plácidamente. Se nota que estos tipos
no vieron ninguna escenade El hombre que volvió de la muerte y la cruel
venganza de Elmer Van Hess. Yo tenía nueve años, cuando el genial Narciso -cada
jueves, a las 10 de la noche- encarnaba a aquel alemán que daba cuenta -de a
uno y pacientemente- de aquellos que lo habían hecho sufrir: Eduardo Rudy (el
doctor Mortensen, que presenció vivo ¡la extracción de su propio corazón!),
Claudio García Satur (Lazlo Avalon), Romualdo Quiroga (Jonhatan Jufftensen),
Oscar Ferrigno (el coronel Larsen) o Alberto Argibay (Frederick, atacado por
un millón de bichos para que muriera de delirius tremens, o algo así). Tengo
grabada para siempre la voz de la anciana Ekaterina Hansen (que, creo, doblaba
María Elena Sagrera) en la que Elmer podía convertirse, ayudado por su noble
colaborador Abdul (Néstor Hugo Rivas). El último capítulo duró exactamente nueve
minutos. Y a continuación pegaron la primera emisión de Un pacto con los brujos.
Ahí aparecía Pablito Codevilla, con unos trece años. Hace poco me enteré de
una curiosidad, de boca del propio Pablo: como Narciso, por cuestiones contractuales,
debía estar en España por aquellos días, varios capítulos de Un pacto...
contaron con un doble muy parecido a Ibañez Menta, que solía aparecer de
espaldas o en penumbras. Eso sí, Narciso enviaba su voz grabada desde España.
Codevilla compartió con el verdadero protagonista solamente un capítulo. Otro
truco genial del maestro. Yo no vi El fantasma de la Opera o El muñeco
Maldito que fueron a principios de los 60. Los de mi generación nos enganchamos
con esa serie de novelas en el 9, donde nos enteramos que el hombre podía ser
muy cruel, que mucha gente muere con los ojos abiertos y que se puede no pegar
un ojo durante toda la noche después de ver un programa de tele. Más o menos
un mes antes que Narciso nos dejara para siempre, intenté una comunicación telefónica
para mi programa de radio. Amablemente, su hijo Chicho Ibáñez Serrador, devolvió
un par de líneas que decían: "Les agradezco el cariño y el recuerdo que tienen
por mi padre. Pero no podrá atenderlos, ya que hace dos años que no puede articular
palabra ni pensamiento alguno". Hace pocos días, el propio Chicho, en una
charla radial, me contó que las últimas palabras que se le escucharon a Narciso
fue cuando -despertando por un rato de su triste letargo y sorprendiendo a todos-
alzó a su biznieta que acababa de nacer y dijo: "Qué guapa es". La confirmación
que el Maestro del Terror también estaba lleno de ternura. Querido Narciso:
te decimos chau. Por ahora. Porque, con vos, nunca se sabe.
Si Beto Casella trabaja veinte horas diarias (¿le habrán pasado alguna poción?
¿habrá hecho un pacto con el Diablo?) PABLO SIRVEN (Jefe de
Espectáculos de La Nación, ¿el máximo especialista en televisión en la Argentina?)
no se queda atrás. Superando desde su niñez "dificultades operativas"
no podía estar ausente de este homenaje.
La columna de PABLO SIRVEN
Asústame otra vez
Está bueno morirse de miedo por propia voluntad: transpirar la gota gorda
porque ya resulta inconcebible dormir destapado; atravesar a la carrera cualquier
tipo de oscuridades; estar con el oído atento al menor crujido. Narciso despertó
en mí ese abismo gozoso y temible en los tempranos 60 cuando lo miraba de ojito
nomás, como para que el efecto no fuese tan devastador... y definitivo. Me abrió
las puertas a la lectura de la literatura fantástica, al consumo desenfrenado
de las películas góticas de la Universal y finalmente a la escritura, donde
empecé exorcisando criaturas mucho menos endemoniadas que las que me obliga
a soltar ahora el periodismo. Operativamente nunca me resultó fácil verlo: por
aquella época mis padres no presentían siquiera que con el tiempo iba a tener
que enfrentar fantasmas un tanto más contundentes y hacían lo indecible para
que mi vida no se cruzara con esa mirada penetrante, con esa voz perturbadora
que modulaba espantos e ironías. Mi afán de ser asustado por ese mago que siempre
cambiaba de cara, pero nunca de voz, se agigantaba. Y no bien se descuidaban,
ahí estaba, a escondidas, rendido hipnóticamente a sus pies. Tanto entrar y
salir muy orondo de los más diversos ataúdes, debe haber sido raro verlo inerme
la última vez. Yo lo hubiese mirado fijo, por las dudas... y al menor indicio
de algo, hubiese salido corriendo de alegría.
Desde Miami, el productor EDUARDO ROZAS, pionero de la televisión en color
en la Argentina, nos cuenta una vieja experiencia "a la hora
señalada".
La columna de EDUARDO ROZAS
A la hora señalada
Sin duda Narciso creó una ola general de fascinación televisiva sin precedentes
en la historia del medio en Argentina. Mis amigos de aquellos tiempos y yo no
éramos particularmente adictos a la TV pero invariablemente veíamos Obras
Maestras del Terror, no importaba dónde estuviéramos o haciendo qué. Recuerdo
que una de las noches en que se emitía el programa, Guillermo Moresco, un querido
amigo de aquella época, organizó un espectacular baile de disfraces temáticos
en su casa -una mansión lujosa y enorme en el barrio de Caballito- al que asistieron
alrededor de 150 personas. Un requisito ineludible para poder entrar, además
de la invitación, era estar vestido en un estilo que evocara el programa de
Narciso. En el salón principal de la casa, donde se aglomeraba la mayoría de
los invitados, Guillermo había distribuido algunos televisores. A la hora "señalada"
la música se detuvo y la enorme excitación que dominaba la fiesta se transformó
en expectativa. Todos corrieron a acomodarse en el mejor lugar posible para
ver el episodio de ese día y reaccionar colectiva y extravertidamente, ante
cada truco aterrorizante del programa. Una experiencia que ahora, a la distancia,
nos da una idea de la magnitud extraordinaria del fenómeno provocado por Narciso
Ibáñez Menta y sus
inigualadas Obras Maestras del Terror.
Otro lujo para este boletín. Renuente a escribir, regresó HUGO F. VEGA
(El Gurú Catódico). Especialista en series y gran admirador de Pepe Biondi,
nos evoca a un Narciso no tan Bello.
La columna de HUGO F. VEGA
Nuestro hombre de las mil caras
Cuando desaparece un personaje de peso (y Narciso decididamente era un peso
pesado) dos clases de pensamientos me vienen a la mente. Por un lado con la
muerte llega la clausura de la obra de dicho personaje: ya no va a poder darnos
más de lo que hizo para que lo admiráramos. Por otro lado, se disparan una serie
de recuerdos más o menos inconexos acerca de él y vuelven y resuenan comentarios
oídos o leídos acerca de él. Respecto de lo primero, convengamos que a los 91
años la obra de cualquiera está cerrada desde hace rato (y en este caso es una
obra de 85 años de gloriosa extensión), y en relación con lo segundo, por una
cuestión generacional no pude ver demasiado a Narciso en vivo y en directo,
y tuve que recurrir al video que poder ir componiendo la imagen de un actor
polifacético que hizo mucho, pero por negligencia de los canales argentinos,
poco es lo que se conserva y nada lo que se emite. (Me pregunto, ¿en qué estado
se hallará lo mucho actuado por este inefable asturiano en la televisión de
España?, ¿es posible acceder a eso?) Mucho me atraía la vinculación de Narciso
con el género de terror y lo fantástico, casi siempre ayudado por sus complicados
maquillajes (que todas las fuentes aseguran componía él mismo) y su imponente
y penetrante voz. Admirador de Lon Chaney padre (el llamado "hombre de las mil
caras"), al que conoció en persona en 1929 en Estados Unidos, decidió como él
recurrir al elaborado maquillaje para dar una nueva vertiente a su carrera y
lograr composiciones totalmente distintas a las que había encarado en sus primeras
actuaciones. Así se desmitifica la imagen popular de ver a Narciso como el "Boris
Karloff español" (para nosotros "argentino"), ya que su ideal, su meta, era
seguir los pasos de Chaney. El propio Ibáñez Menta diría: "A medida que un actor
va cambiando su rostro, va cambiando por dentro también, entonces se identifica
con el personaje". Y a propósito de esto, es sabido que para El hombre que
volvió de la muerte (canal 9, 1969) Narciso desesperado por no encontrar
la forma de concretar una caracterización en su rostro que diera la sensación
de las facciones disolviéndose, recurrió a embadurnarse con dulce de leche (sic)
y así consiguió el efecto por él buscado. Pero sin llegar a estos extremos,
no siempre le funcionó esto de desdibujar sus rasgos y apariencia. Sabemos por
boca de Juan Verdaguer que el primer actor que Mario Soffici probó para el papel
de Camilo Canegato en Rosaura a la diez fue nada menos que Narciso Ibáñez
Menta. Pese a teñir su cabello de rubio, al ensayar sus líneas no pudo ocultar
su estentórea voz lo cual jugaba en contra para el personaje del apocado Canegato
y quedó descartado del papel. Años después volvería a encontrarse con Soffici,
pero ahora como coprotagonista en la exquisita comedia negra de 1976 Los
muchachos de antes no usaban arsénico, sin lugar a dudas el Sunset Boulevard
criollo, donde Narciso no necesitó nada de maquillaje para componer a un personaje
tan cínico y querible a la vez. Vayan pues estas líneas de homenaje a un talentoso
actor que no quiso ser sólo un ícono del terror, como lo aseguró quejándose
en una oportunidad: "Si yo he hecho algunas cosas de terror, es sobre todo porque
los grandes personajes del género ofrecen un reto para el actor", agregando,
"para mí es tremendo que me encasillen en eso porque significa que la gente
recuerda sólo ese aspecto pequeño e insignificante de mi carrera, y se olvidan
de La muerte de un viajante, Las manos sucias, Así en la tierra como en el
cielo, Almafuerte y tantas otras".
El kiwi del postre (por eso va en verde). ALICIA BRUZZO.
La columna de ALICIA BRUZZO
Querido Narciso
Era mayo del 70. Iba al Conservatorio (Escuela Nacional de Arte Dramático).
Me ganaba la vida animando fiestas infantiles con Pipo Fischer, después castellanizado
Pescador. Noctámbula, mi madre me decía Drácula. Me levantaba a las 2 de la
tarde y no podía dormir antes de las 6. Ese día bajé, ya vestida, desde mi habitación,
contigua a la terraza.
Capa negra, medias negras, vestido negro, zapatos negros y gran arnés en alpaca,
producto de la inspiración de un artesano. Eran las 11 de la mañana.
Mamá pensó que estaba enferma.
"Voy a canal 9 para hablar con Narciso Ibáñez Menta."
Mamá confirmó que estaba enferma. Yo no podía analizar el por qué de esa convicción.
Lo único que sabía es que tenía que encontrarme con él. Yo no miraba televisión
y ni siquiera conocía la existencia de revistas dedicadas al espectáculo. Narciso,
que venía una vez cada tanto a Buenos Aires, no había salido al aire
todavía con su ciclo. Mis planes futuros eran terminar el Conservatorio y pedir
una beca para estudiar en Polonia con Grotowski. No pensaba hacer escala en
Buenos Aires. Mi profesión la iba a desarrollar en Europa. Estaba convencida
y sin embargo ese dia... le pedí trabajo a Narciso. Pasé por la cabina de seguridad,
que como siempre era rigurosa, como si fuera la reina de España (lo digo por
la capa), nadieme pidió documentos. Una vez adentro del canal pregunté dónde
se encontraba Narciso, me indicaron las salas de ensayo. Allí estaba, en una
larga mesa, leyendo el libreto con otros actores y rodeado por otras muchas
personas de pie que, después lo supe, querían trabajar con él. Atravesé la sala
y Narciso me miró intensamente. Cuando terminó la lectura se acercó a mí y preguntó:
"¿Usted quería hablar conmigo?".
"Sí, señor, me llamo Alicia Bruzzo, estudio en el Conservatorio y con Agustín
Alezzo, nunca trabajé en teatro, ni en cine, ni en televisión, quisiera trabajar
en su programa."
Estaba como hipnotizada, él apoyó su mano en mi brazo y me dijo:
"Vas a hacer el rol de Rosita".
Y allí se produjo entre los dos una luz amarilla, dorada, que nos envolvió.
No sé cuánto duró esto. Parece un teleteatro de Migré pero realmente ocurrió
así. Narciso se separa de mí y va a hablar con un señor bajito de bigotes. Ambos
me miran. Después supe que era Horacio S. Meyrialle, autor de los libros. Siguió
hablando con otra gente y yo sentí que se olvidaba de mí y que todo había sido
una cosa dicha porque sí, tal como me habían anunciado que pasaba en la televisión.
La gente no era seria. Entonces, desde mi lugar, a unos metros de Narciso y
casi gritando "Señor, ¿¿¡¡¡¡usted se olvidó de mí!!!??".
"No, déjale tu teléfono a mi asistente."
"¿¿¡¡¡Pero usted se va a acordar de quién soy!!!!??" (siempre con ese tono
suave que me caracteriza).
"Por supuesto."
Me fui al Conservatorio muy desilusionada. No comprendía cómo había fallado
ese impulso, esa premonición. En esa época, cuando tenía esas "visiones" siempre
se cumplían y esta vez había fallado. Después de las clases, fuimos con mis
compañeros a vagabundear por Corrientes, a comer fideos compartidos en Pipo,
queso de rallar y mucho pan, nos peleamos con los gallegos del Politeama que
no querían dejar entrar "jipis" y terminamos tomando unos cafés en La Paz. Yo
estaba triste. Al llegar a casa, de madrugada, como siempre (que no lea esto
Manuela), mamá esperaba despierta. Narciso esperaba mi llamado a la hora que
fuera. Me
comuniqué, debía ensayar al día siguiente a las dos de la tarde. ¡¡Allí sí que
recobré el alma!! Puntualmente me presenté, pensando que Rosita diría dos palabras.
Me hizo sentar al lado de él y no leí. A la segunda lectura, me pide lo haga
yo y Rosita era... ¡¡¡la protagonista!!! Parece que una actriz llamada Elizabeth
Makar debía interpretar el rol pero faltó al ensayo al que yo me presenté como
llamada por algo muy poderoso. Y ese algo muy poderoso era, sin duda, Narciso
Ibáñez Menta.
Poderoso como actor, qué duda cabe, pero también y, fundamentalmente para
mí, como hombre espiritual con una energía psíquica extraordinaria.
Los fenómenos siguieron durante toda la grabación.
"Abran el libro en la página..."
"14."
"Cállate que no me gustan las brujas."
"Y tú te vas hacia..."
"El sofá."
"El sofá."
Y así montones de pensamientos que Narciso emitía y yo recibía con una inmediatez
y claridad como si tuviéramos una radio conectada a una frecuencia similar.
Y no paré de trabajar, siempre como protagonista.
Jamás me voy a olvidar de ese hombre tan sabio, tan talentoso y, sobre todo,
tan especial. No sé si hago bien en escribir esto. Aunque lo dije varias veces,
lo escribían otros. Hoy me hago cargo de lo sucedido y si alguien se ríe o no
lo cree, me tiene sin cuidado. Ya estoy añosa como para considerar a los incrédulos.
No sé, querido Nielsen, si interesa mi relato pero me parece que muestra una
faceta de Narciso de la que se habló muchas veces pero creo que nadie se atrevió
a confirmar.
Chau, querido maestro.
Sé que hay reencuentro.
|