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PRÓLOGO A LOS HECHOS DEL APÓSTOL CATÓDICO

Una noche, un Enviado de Lo Alto se le apareció en sueños al Apóstol Catódico, y le dijo: "es hora de que pongas por escrito todo lo que has aprendido en Tu Largo Camino de Elevación, para edificación de Tus seguidores y para el bien de Tu Cuenta Bancaria".

El Enviado Celeste dirigió los pasos del Apóstol hacia un hombre que, en sus años mozos, antes de caer en las satánicas garras del alcohol, había sido periodista y escritor de renombre. Tal persona había ganado su fama gracias a una obra denominada "Memorias de un Amnésico", un desgarrador relato en el que no se le hacen concesiones al lector durante las 516 páginas en blanco que lo componen.

También había conmovido al mundo de las letras durante unos tres minutos y diecisiete segundos con la edición de "Autobiografías no Autorizadas", un libro en el que, sin pasar por alto cumbres de abyección ni abismos de iluminación, hacía nueve diferentes relatos de su propia vida, tan minuciosos como falsos. En uno de ellos se llamaba Marta, y era su propia esposa en la segunda de sus autobiografías.

Por último, había sido uno de los más enconados adversarios del Apóstol en cuanto debate habían participado, llegando a decir que el Apóstol Catódico no era más que un fraude dirigido a embaucar a pobres pecadores. Pero un hondo desasosiego espiritual y financiero había arrojado a ese hombre a las simas del vicio, y el Apóstol se propuso rescatarlo.

El Apóstol encontró a este hombre durmiendo en un banco de la Plaza de Mayo. Quien en Su anterior y pecadora Vida fuera llamado Pepe miró a los ojos a su interlocutor y pronunció estas palabras:

El Apóstol Catódico no tiene quien relate Sus Enseñanzas, producto de tantos años de lucha contra la impiedad. Un Enviado de Lo Alto me ha dirigido hacia ti, porque has sido elegido para llevar a cabo dicha tarea.

El vagabundo, abrazado a una botella que contenía una solución alcohólica de imposible identificación, contestó con voz dubitativa y aguardentosa:

Lo único que quiero... es que pises sin el suelo. No, no. ¿Cómo era? Lo que quiero es que no me quites el sol. No... tampoco. No, mejor quedate así, que me das sombra.

Entonces el Apóstol habló directamente a la parte más sensible del ser de este pobre hombre, y trató de convencerlo con diez mil razones que abrieron sus ojos y su corazón.

Y ese hombre es quien esto escribe, querido hermano. Quien escribe estas líneas que lees en este momento para Gloria de Lo Alto y de su profeta el Apóstol Catódico.

Los enemigos del Apóstol se burlaron de la brusca conversión de ese hombre y, para mofarse de él, dijeron que se llamaba Diez, Lucas. Y es por ello que estas Actas o Hechos del Apóstol Catódico también fueron denominadas Actas de Diez Lucas, Actas de Lucas Diez o Actas de Lucas. Y este escriba, bendecido por la gloria de ser quien llevase a la palabra escrita los mil y un afanes del Apóstol, invulnerable a los fuegos de artificio verbales de sus enemigos, aceptó gozosamente ese mote, y ahora se llama a sí mismo Lucas Diez.

Y Lo Alto recompensó a Lucas por su tarea, y con el producto de los derechos de autor de las Actas y de los derechos para adaptarlas al cine o la TV, Lucas hoy vive en un country de Pilar y escribe estas líneas mientras bebe su segunda copa de Dom Pèrignon de la noche.

Loado sea Lo Alto y loado sea el Apóstol Catódico.

(Continúa)

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