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CAPÍTULO 2

(Donde Pepe vuelve a hallar a Heránides, quien lo introduce en los secretos del tiempo)(1)

Viene del Capítulo Anterior

La noche siguiente, Pepe buscaba refugio en un galpón abandonado en la zona que llamaban Dock Sud, junto al río del color del río. Usaba ropas que había encontrado en un baldío, vistiendo a un hombre que dormía junto a una botella de licor. "Detestable vicio es la embriaguez", pensó, "y  malo es para el hombre estar desnudo, así que, bueno, manos a la obra". En verdad, las vestimentas le quedaban uno o dos talles más grandes, pero se convenció de que peor era pasar otra noche a la intemperie, sin más abrigo que un ejemplar de la revista del Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos.

Junto a un fuego, Pepe vio a Heránides Parméclito, asando tranquilamente un trocito de carne. Atraído por el calor y la posibilidad de una cena frugal, Pepe se acercó y saludó cordialmente a Heránides. Éste no llegó a devolverle el saludo antes de que Pepe se sentara a su lado y devorara la mitad de la carne que el filósofo asaba. Luego Pepe contó algunas anécdotas de su pasada vida como pecador, mientras Heránides se refugiaba en una severa contemplación de su propio interior.

Pepe preguntó a Heránides de qué era la carne que habían comido. "Conejito de caño", respondió el sabio. "¿Acaso esos simpáticos roedores habitan los caños del Doque?", inquirió el joven. "Los anacoretas de la ciudad junto al río del color del río llamamos así a una variedad de la rata de Noruega que prospera en el alcantarillado de estas regiones", contestó.

Cuando, por la mañana, Pepe se hubo repuesto de unos repentinos disturbios digestivos, halló a Heránides preparando una latita de té de flores de tilo. Pepe bebió casi la mitad de la lata antes de que Heránides llegara a contestar su "buen día" y pudiera retirar el recipiente de la infusión del alcance del joven. Ambos permanecieron frente a frente en silencio, junto al pensativo fuego, hasta que el sol asomó por un agujero en el techo del galpón y ambos se percataron de que ya era mediodía. "Cómo pasa el tiempo", sentenció, con humilde sabiduría, quien luego llegaría a ser el Apóstol Catódico.

"Has de saber, pequeño, que los poetas que cantaron a la ciudad que se alza a la vera del río del color del río la llamaron 'la ciudad junto al río inmóvil'. Esa pereza del agua fluvial hace que los inmundos desechos del Hades, que transporta el Riachuelo, se acumulen en la zona costera, convirtiéndola en un vero páramo de inmundicia".

"El tiempo es como un río, el río del color del río: se estanca, y entonces hiede como el Averno. Verdaderamente, nunca te bañarás dos veces en el mismo río: si cometes el error de hacerlo una vez, jamás olvidarás la experiencia, botija, bó".

Exaltado ante tal demostración de sabiduría, Pepe se arrodilló para besar las manos de Heránides Parméclito, con tanto fervor que dio por tierra con él. Con un tono que parecía irritado, pero que sabemos que no era tal, el filósofo dijo: "un ángel del Señor se me ha aparecido, y me ha dicho que debo enviarte muy lejos de aquí, para que el viaje abra tu mente a la Verdad. Ya se sabe que el verdadero fin de la travesía no es cambiar de paisaje, sino cambiar de ojos; parte, pues, bó, por la Avenida Mitre de Avellaneda, con rumbo sudeste, y anda, y anda, y anda, hasta que el Señor te envíe un signo que indique que debes detenerte".

Con lágrimas en los ojos, Pepe preguntó: "¿y qué debo buscar, maestro?". Heránides pareció fastidiarse, pero como sabemos bien, sólo se conmovió ante la humildad de su discípulo. Heránides tomó de un brazo a Pepe, lo puso de pie y le dio un empujón que simbolizaba la bendición que le impartía. "Busca... el Nirvana", exclamó, antes de desaparecer por un hueco en la chapa degradada.

"El Nirvana", dijo Pepe. Emocionado por la despedida, Pepe miró hacia donde había desaparecido Heránides, y dijo: "noble Heránides Parméclito, yo no merezco ser considerado discípulo de tan esclarecido maestro, pero déjame decirte que, de todos mis amigos... ¡bueno eres mi primer amigo!"

(Continúa)

(1) El lector puede saltear la lectura de este capítulo, a los efectos de un mayor disfrute de la obra.

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