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HIPÓLITO BOUCHARD: EL CORSARIO ALBICELESTE (PARTE I DE III)
Nueva versión corregida en los errores, aumentada en los datos y disminuida en los énfasis patrioteros de una historia que nada tiene que envidiarles a las hazañas de Sandokán, el Corsario Rojo, Jack Aubrey o el Capitán Blood. ¡Al abordaje!
EL PARTO DE UNA REVOLUCIÓN
Los primeros meses de los gobiernos revolucionarios de
Buenos Aires fueron muy difíciles. Además del peligro de invasión desde el Alto
Perú y la actitud hostil del Paraguay y el Brasil, debían soportar los embates
de la flota realista que controlaba el Río de
La inexistencia de una marina propia y el proyecto de expedición de reconquista de Fernando VII contra Buenos Aires (1) decidieron a los rebeldes rioplatenses a otorgar patentes de corso a aventureros de variadas nacionalidades. Pero…
¿QUÉ ES UNA PATENTE DE CORSO?
Es un contrato por el cual un Estado otorgaba a un particular el derecho de atacar, apresar, saquear o destruir todo buque que enarbolara una bandera enemiga, a cambio de permitirle quedarse con una parte del botín obtenido. A veces el Estado emisor de la patente aportaba la nave, o al menos pertrechos, víveres y una parte de la tripulación; el corsario (o su armador) debía cargar con el resto de los gastos. La campaña no solía durar más de un año, al cabo del cual se debían devolver al gobierno los bienes confiados, así como entregar las municiones y armas obtenidas en las capturas en el mar. En caso de naufragio, el corsario quedaba exento de todo reintegro. Debía llevar un registro de lo sucedido en la campaña, así como debía izar, en el momento del ataque, la bandera del estado emisor de la patente. (Obviamente, el control que los Estados tenían de la actividad de los buques corsarios era prácticamente nulo. Era imposible controlar si atacaban a barcos de países neutrales, como sucedió en varias ocasiones. El negocio podía ser tan grande que tampoco solía haber mucho interés en verificar su comportamiento conforme a las normas. De hecho, los corsarios con patentes hispanoamericanas solían contar incluso con la colaboración rentada de algunos funcionarios españoles, además de la vista gorda igualmente rentada del gobernador Norderling de la colonia sueca de San Bartolomé y del presidente Petion de Haití, por no hablar de las autoridades de los puertos de los Estados Unidos. Hasta hay algún caso de una firma naviera de La Habana que abonaba una especie de protección a los corsarios con el fin de que sus barcos no fueran molestados). (Imagen de la derecha: fuente)
Con algo de cinismo, podemos decir que el corso era un
instrumento legal que permitía que la iniciativa privada participara en una
guerra, asociada a un Estado beligerante, y hasta
La guerra de corso entre España y sus antiguas colonias americanas se inició en 1814, y su ideólogo en Buenos Aires fue el comandante general de Marina, Matías de Irigoyen. Los principales armadores corsarios locales eran comerciantes como David De Forest, Jorge Macfarlane, Juan Pedro Aguirre, Adán Guy, Juan Highinbothon, Guillermo Ford y alguien de quien ya nos ocuparemos: Vicente Anastasio Echeverría. En realidad, casi todos eran agentes de firmas corsarias (sic) de puertos de los Estados Unidos, en especial el citado Baltimore donde, por cierto, hasta las autoridades sacaban su tajada del negocio. El tema estuvo a punto de provocar la ruptura de relaciones entre España y Estados Unidos.
En la tarea de provisión de las
imprescindibles patentes se destacó el comerciante y agente diplomático
norteamericano Thomas Lloyd Halsey,
una especie de encargado de negocios no oficial en el Río de
El corso hispanoamericano alcanzó su apogeo alrededor de 1818 y decayó hasta desaparecer hacia 1828. Las naves bajo pabellón argentino realizaron las acciones más importantes, en especial en el Atlántico Sur y el Caribe, pero también hubo ataques en el Océano Pacífico y hasta en el Mar Mediterráneo. Incluso, en el apogeo del corso, el puerto de Cádiz estuvo a punto de ser bloqueado por corsarios que enarbolaban la bandera de los nuevos estados hispanoamericanos. Además de las Provincias Unidas y la Confederación de los Pueblos Libres, Chile, México y la Gran Colombia emitieron patentes de corso contra España. Artigas lo hizo además contra Portugal tras la invasión de 1816, y las Provincias Unidas y el Imperio del Brasil revivieron un ya desfalleciente mercado al declararse mutuamente la guerra en 1825.
La capacidad de interceptar las comunicaciones de la Corte de Madrid mediante ataques corsarios a los barcos realistas fue uno de los grandes beneficios del corso, pero la consecuencia más importante fue la disrupción del comercio marítimo español: sólo los corsarios con patente de las Provincias Unidas capturaron unas 150 presas. El volumen de mercaderías obtenidas mediante la guerra de corso fue tan importante como para deprimir los precios en Buenos Aires durante años .
Entre los más destacados figuran el creador de la armada argentina, Guillermo Brown, los norteamericanos Thomas Taylor, William Stafford (o “Guillermo Estífano”) y David Jewett, el portugués José Joaquín de Almeida y el protagonista principal de esta historia.
HIPPOLYTE BOUCHARD
André Paul Bouchard nació el 15 de enero de 1780 en Bormes (3), una localidad francesa cercana a Saint Tropez. Era hijo de André Louis Bouchard, posadero y luego próspero fabricante de tapones de corcho, y de Thérese Brunet. Según parece, André era un "niño inquieto y travieso", al que le gustaba conversar con las gentes del mar y quería ir a la guerra. Bartolomé Mitre describe al Hipólito Bouchard adulto como de tez morena, cabello oscuro y ojos negros rasgados, penetrantes y duros, que "despedían fuego". (Derecha: retrato de Bouchard por José Gil de Castro, fuente).
Luego que Thérese enviudara,
se volvió a casar y su nuevo esposo dilapidó su pequeña fortuna. André (que en fecha desconocida se cambió su nombre a Hippolyte, Hipólito) se fue de su casa natal en 1798,
enrolándose en la armada francesa. Sirvió en las desventuradas campañas de
Egipto y Santo Domingo, y terminó emigrando al Río de
En el invierno de 1811, desde una lancha cañonera, Bouchard enfrentó a las naves que el Virrey Elío envío para bombardear Buenos Aires. Durante el año siguiente peleó en el Paraná, al mando de una balandra (el Bote de Bouchard) persiguiendo a las naves enemigas. En marzo de 1812 ingresó a un cuerpo con la organización y disciplina propia del ejército napoleónico: el flamante Regimiento de Granaderos a Caballo de San Martín. Como alférez, Hipólito Bouchard participó en la batalla de San Lorenzo, el 3 de febrero de 1813, jornada en la que no pasó desapercibido: tomó "una bandera que pongo en manos de V.E. y la arrancó con la vida al abanderado el valiente oficial D. Hipólito Bouchard", en las propias palabras del Libertador. Bouchard siempre luciría con orgullo el aro en la oreja, símbolo de los granaderos.
Acompañó a San Martín a reforzar el Ejército del
Norte, hasta entonces comandado por Manuel Belgrano. Luego fue al ejército de
Para entonces, Bouchard hablaba un particular híbrido de español de Buenos Aires y francés de Provenza.
Se reconocía su entrega a los fines de
NOTAS
(1) La expedición antedicha, al mando del general Pablo Morillo, cambiaría de planes y, en definitiva, terminaría atacando Venezuela y Nueva Granada.
(2) Una reliquia de estas épocas sobrevivió en nuestra Constitución hasta 1994. El artículo 67 (hoy, 75) que dispone las competencias del Congreso, decía en su apartado 22 (hoy 26) que “corresponde al Congreso (…) conceder patentes de corso y de represalias, y establecer reglamentos para las presas". Hoy dice: “facultar al Poder Ejecutivo para ordenar represalias, y establecer reglamentos para las presas”.
(3) Cada 9 de julio, la comuna de Bormes conmemora la independencia argentina mediante un homenaje a Bouchard.
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