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HIPÓLITO BOUCHARD: EL CORSARIO ALBICELESTE (PARTE II DE III)

Nueva versión corregida en los errores, aumentada en los datos y disminuida en los énfasis patrioteros de una historia que nada tiene que envidiarles a las hazañas de Sandokán, el Corsario Rojo, Jack Aubrey o el Capitán Blood. ¡Al abordaje!

(Continúa de aquí)

LA GUERRA DE CORSO EN EL OCÉANO PACÍFICO

En septiembre de 1815, el Director Supremo Ignacio Álvarez Thomas le otorgó una patente de corso a Bouchard, quien participaría de una expedición financiada por Vicente Anastasio Echeverría. Éste era un abogado rosarino de dilatada vida pública. Sus padres habían soñado que fuera sacerdote, destino que se encargó de cambiar cuando decidió estudiar leyes y se casó con su prima, provocando un escándalo que llegó hasta los tribunales. Combatiente en las Invasiones Inglesas, dueño de una fortuna importante, actuó siempre en segundo plano desde el principio de la Revolución, cerrando acuerdos y financiando a los ejércitos patriotas. Augusto Roa Bastos le dedica unas cuantas invectivas en la novela Yo, El Supremo: Echeverría acompañó a Manuel Belgrano en las negociaciones que sucedieron a la desventurada expedición al Paraguay de 1810-1811.

De las dos naves corsarias botadas por Echeverría, una se perdió en la travesía del Cabo de Hornos. Bouchard logró salvar la suya, la corbeta Halcón, y rodear el Cabo, pese a la oposición de sus oficiales, que querían volverse y llevaron su insubordinación al borde del motín. Ya en el Océano Pacífico, se puso a las órdenes de Guillermo Brown, que contaba con la fragata Hércules y el bergantín Santísima Trinidad. Los tres barcos de la pequeña flota corsaria hostigaron las líneas de comunicación realistas y lograron paralizar el comercio marítimo español en el Pacífico: entre otras hazañas, hundieron la fragata Fuente Hermosa y capturaron una nave similar, la Consecuencia, el 28 de enero de 1816. Ese barco sería luego rebautizado con el nombre de La Argentina, el buque que daría la vuelta al mundo al mando de Bouchard.

En un ataque a Guayaquil, Guillermo Brown fue capturado por las fuerzas españolas. Bouchard y el hermano de Brown, Miguel, negociaron un canje para recuperar al prisionero, a cambio de ceder gran parte del botín obtenido. Poco después, Bouchard informó a Brown (con quien se detestaba cordialmente) que su barco hacia agua y que volvería a Buenos Aires. Negociaron el reparto de bienes; a Bouchard le tocó en suerte la Consecuencia, por la que cedió la Halcón, y mantuvo otra nave muy deteriorada, la Carmen o Andaluz, para la cual tenía otros planes: se la dejó a los oficiales que habían intentado insubordinarse...

COMIENZO DE LA VUELTA AL MUNDO

"El capitán, a cuya dirección iba fiada La Argentina y su fortuna, reunía en sí, física y moralmente, las cualidades y defectos de un héroe aventurero". Bartolomé Mitre, "El crucero de La Argentina. 1817-1818"

A mediados de 1816, Hipólito Bouchard desembarcó en Buenos Aires y se encomendó a los preparativos de una nueva expedición corsaria, patrocinada otra vez por Vicente Echeverría. Se hizo de los pocos recursos que el gobierno podía darle (sables de caballería, para una operación en el mar) y preparó su tripulación, en la que se destacaba un joven criollo que participó en su anterior viaje, Tomás Espora, que iniciaba así su carrera en la marina argentina.

El primer inconveniente que debió afrontar la expedición ocurrió cuando todavía no había partido, y casi termina con la aventura antes de empezar. En la noche del 25 de junio de 1817, una discusión a bordo del buque terminó en una pelea que debió ser reprimida por la infantería de marina, con el saldo de dos muertos y cuatro heridos graves. El Director Supremo Juan Martín de Pueyrredón suspendió la partida de La Argentina y ordenó una investigación sobre las causas del motín. Nuevamente, la muñeca política de Echeverría destrabó el conflicto. Dos días después de los incidentes, la expedición pudo zarpar.

Tenemos un problema con la historia de la navegación de La Argentina: prácticamente la única fuente con que contamos es la documentación escrita que dejó Bouchard. Formulada esta prevención, pasamos al detalle del viaje. Tras zarpar con 450 hombres a bordo, 125 de ellos infantes de marina, La Argentina enfiló hacia África. En medio del mar se debió sofocar un incendio intencional, que casi termina con la fragata.Para empeorar la situación, las diferencias entre los expertos marinos extranjeros (principalmente británicos) y los criollos, para nada habituados a la dura vida del mar, amenazaban ahondarse con la tensión de los días en el océano.

Cruzar el Atlántico les llevó dos meses. A comienzos de setiembre, La Argentina ejerció en aguas de Madagascar el derecho de visita que británicos y norteamericanos aplicaban en África desde 1812, persiguiendo barcos negreros y liberando a los esclavos transportados. Luego puso proa a Oriente en busca de navíos enemigos. Nuevamente debió afrontar tempestades, y durante la travesía del Océano Índico buena parte de la tripulación enfermó de escorbuto. Los alimentos empezaron a escasear: sólo quedaban galletas, demasiado duras para ser masticadas por los enfermos, que debían mojarlas para poder comerlas. No había día que no arrojaran un muerto al agua. El 18 de octubre, el capitán de un buque norteamericano les informó que hacía más de tres años que las naves españolas de la Compañía de Filipinas no traficaban con los puertos de la India. Hipólito Bouchard supo que debía llegar a dichas islas si quería encontrar españoles. [Imagen de la derecha: itinerario de La Argentina].

El 7 de noviembre, con una tripulación diezmada, La Argentina fondeó en la isla Nueva de la Cabeza de Java (actual Joló). Desembarcaron a los enfermos y armaron tiendas de campaña. Tras unos días, fray Bernardo de Copacabana, sacerdote betlemita que hacía de médico a bordo, decidió probar con un singular método para recuperar a los enfermos: los enterró hasta el cuello en la arena. En palabras del propio Hipólito Bouchard: "el que era pasado totalmente del escorbuto murió al cabo de una hora desde que se hallaba en la tierra y los demás consiguieron mejorarse. Esta operación se repitió muchas veces hasta que los pobres podían servirse de sus miembros".

Tras repeler un ataque de piratas malayos, Bouchard, siguiendo los usos y costumbres del mar, convocó un consejo de guerra que juzgó a los prisioneros y los sentenció a muerte, con excepción de algunos menores que fueron recibidos como grumetes. Los piratas malayos fueron devueltos a su nave, a la que se le aserraron sus palos. Luego, Bouchard ordenó el fuego. Los piratas desaparecieron bajo las aguas gritando: "¡Alá! ¡Alá!".

Tras esta aventura, La Argentina soportó la calma de un mar sin vientos en el pasaje del estrecho de Macasar hacia el Mar de las Célebes. Luego enfiló hacia la isla de Luzón y, más allá, Manila, la joya del imperio español en Oriente. Durante dos meses La Argentina bloqueó Luzón, hundió dieciséis barcos, abordó otros dieciséis y apresó a cuatrocientos realistas. Sus operaciones causaron en Manila una inflación del 200 % en dos meses. Hipólito Bouchard decidió luego ir a China, en busca de más navíos españoles.

En el viaje a Cantón, la nave corsaria estuvo a punto de zozobrar por las fuertes tormentas que debió sobrellevar, con la consecuencia de que varios tripulantes convalecientes murieron. Como agravante, los víveres volvieron a escasear. Bouchard revió su plan y puso proa a las Islas Sandwich, las actuales Hawaii, para reaprovisionarse y recuperar a su tripulación.

Julián Manrique, grumete de La Argentina, aseguró en su madurez a Mitre que, en esos días, el corsario francés meditó atacar la isla británica de Santa Elena y liberar a su admirado Napoleón. La inconveniencia política del gesto y la presión de la tripulación para dirigirse a Hawaii le habrían hecho renunciar a esa aspiración. Manrique es la única fuente de la historia, hecho que, en mi opinión, no invalida su relato.

NUESTRO HOMBRE EN HAWAII

El 18 de agosto de 1818, La Argentina fondeó en la bahía de Kealakehua, en una de las islas del archipiélago hawaiano. Hawaii era entonces un reino independiente, gobernado por Kamehameha I, quien había creado una pequeña flota con la que comunicaba las islas del reino y comerciaba con China. Se había rodeado de asesores europeos, que lo aconsejaban en su trato con las potencias. Hawaii también era una especie de paraíso mahometano: se caracterizaba por la desinhibición sexual de sus mujeres, bellas morenas de senos descubiertos, que siempre hicieron las delicias de los marinos que arribaron a sus tierras.

Apenas llegó, Bouchard se encontró, atracada en el puerto, una nave que había sido comprada por el rey. Tras prudentes averiguaciones, Bouchard descubrió que era la corbeta argentina Santa Rosa, o Chacabuco, que se aprestaba a partir, también en afán corsario, cuando La Argentina dejó Buenos Aires. La tripulación de la Santa Rosa se había rebelado frente a la costa de Chile y, tras desembarcar a sus oficiales, navegó por el Pacífico hasta Hawaii. Los hombres se dispersaron por la isla, habían tomado mujer y estaban adaptados a las costumbres locales. Ante la falta de tripulación, el capitán le vendió el buque al rey Kamehameha y partió sin que se supiera más de su suerte.

Entonces, una ley del mar, que se aplicaba estrictamente, establecía que cualquier capitán que encontrase marineros amotinados debía ejecutarlos sin dilación, para escarmiento y para evitar que el ejemplo cundiese. En esa época los oficiales eran pocos; la mayoría de la tripulación de cualquier barco estaba formada por levados, esclavos, condenados y capturados. Bouchard apresó a un grupo de hombres del Santa Rosa que estaban escapándose de las islas. Comprobó que la corbeta estaba totalmente desmantelada, varada en el puerto, y decidió efectuar el reclamo ante el propio monarca. Finalmente ambos llegaron a un acuerdo: el rey devolvía la nave, aportaría hombres a la tripulación de Bouchard (unos cien) y éste indemnizaría a la corona por los gastos de compra del buque.

En las memorias del capitán montevideano José María Piris, integrante de la expedición de Bouchard, se afirma que Kamehameha firmó un Tratado de Comercio, Paz y Amistad con Hipólito Bouchard, en el que reconocía la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata. De haber sido así, Hawaii sería el primer país no hispanoamericano en reconocer la independencia argentina, ya que recién en 1821 Portugal haría lo propio, un año antes que Brasil y Estados Unidos y cuatro antes que Gran Bretaña. En 1906, Robert Lydecker halló en Hawaii un documento firmado a bordo de La Argentina por el Rey y por Bouchard, fechado el 11 de setiembre de 1818, y cuya copia fue entregada al capitán de la Fragata Libertad al tocar puertos hawaianos en 1965. Si bien el texto menciona la celebración de un "tratado de unión para paz, guerra y comercio", el documento es formalmente ineficaz y carece de toda validez. (Fuente: aquí).

Bouchard prosiguió la captura de los amotinados del Santa Rosa en Kaouai. En Oahu, la isla más grande y rica de Hawaii, cargaron provisiones y atraparon a los últimos amotinados que se habían escondido en los bosques: uno fue condenado a muerte, y el resto a recibir azotes. Tras otorgar grados militares al rey Kamehameha y nombrar algunos cónsules, decisiones para las que no estaba facultado, Hipólito Bouchard partió hacia el este. Junto a La Argentina iba la nueva nave de la flota, la Santa Rosa, al mando de Peter Corney, un marino inglés a quien Bouchard conoció en Hawaii, regenteando la taberna del pueblo.

(Continúa aquí)

 

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