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Cine Braille

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Todos estos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia

LA INVASIÓN DE LOS HONGOS DEL ESPACIO EXTERIOR

El omnisciente sitio Wikipedia, en su versión de lengua inglesa, postula que Terence Kemp McKenna fue un "etnobotánico, místico, psiconauta, conferencista y escritor norteamericano". El dato de su nacimiento, 1946, nos ubica en la generación a la que perteneció, la del rock, los hippies y la Nueva Izquierda; el de su muerte, el 3 de abril de 2000, nos advierte que se fue de esta vida tempranamente, como el rock, los hippies y la Nueva Izquierda..

 

McKenna escribió acerca de alquimia, I Ching, metafísica, shamanismo, cultura, ambientalismo, inteligencia artificial, tecnología y los orígenes de la consciencia, pero su especialidad era el uso responsable de drogas psicodélicas naturales: datos que nos predisponen tanto a simpatizar con McKenna como a recelar de todo lo que afirme. El que lo llamaran "Timothy Leary de los noventa", "una de las principales autoridades acerca de las bases ontológicas del shamanismo", "la voz intelectual de la cultura rave", nos preparan para la alarma que nos causará enterarnos de que fue uno de los principales propagadores de la seudoteoría de que el mundo acabaría en un cataclismo en diciembre de 2012, como supuestamente profetizaran los mayas. La tentación de tomarse en solfa a McKenna es grande, pero pienso resistirla porque algunas de sus ideas, aún erróneas, brillan como provocativas muestras de genio. Que es mucho más de lo que podemos decir varios.
McKenna afirmaba que las drogas psicodélicas permitían que la mente se desplazara a dimensiones paralelas y encontrara "entidades dimensionales superiores", así como puertas de acceso a la mente de la Tierra, porque "el planeta tiene una especie de inteligencia, puede abrir un canal de comunicación con un ser humano" a través de las plantas psicodélicas, claro. La panspermia es una hipótesis de trabajo muy seria en astrobiología: la posibilidad de que formas de vida como microbios o esporas puedan desplazarse por el espacio interplanetario y colonizar otros mundos. McKenna, la delicada psiquis invadida por los alucinógenos que llamamos McKenna, le encontró una vuelta genial, que hubiera deleitado a William Burroughs o Philip Dick: el hongo psilocybin, el vulgar cucumelo, "es una especie de gran inteligencia, que puede haber arribado a este planeta en forma de esporas, migrando a través del espacio", y "está intentando establecer una relación simbiótica con los seres humanos". ¡Algo así como una versión fúngica, dopada y pacífica de La invasión de los usurpadores de cuerpos!
Otra de las teorías flasheras de McKenna es la teoría del "mono drogado" (stoned ape). En su libro Food of the Gods ("'alimento de los dioses") McKenna propuso que la evolución de nuestros ancestros en la especie Homo Sapiens tuvo básicamente que ver con la adición a su dieta del hongo Psilocybe cubensis, un hecho que, acorde a su teoría, sucedió hace 100 mil años, el momento en el cual nuestra especie apareció. (En realidad fue al menos otros 200 mil años antes). McKenna basó su teoría en los principales efectos, o supuestos efectos, producidos por el consumo del hongo, según los estudios de Roland Fischer. McKenna afirmó que los ancestros de la humanidad se vieron forzados por la desertificación del continente africano a buscar nuevos recursos alimenticios. Creía que habrían seguido grandes rebaños de ganado salvaje, cuyas deposiciones alimentaban a los insectos que, propone, eran parte de su nueva dieta, y nuestros antepasados prehumanos habrían reconocido y comenzado a ingerir Psilocybe cubensis, que prospera en los excrementos bovinos.
McKenna sostenía que dosis bajas de hongos mejoraban la agudeza visual, con lo que nuestros antepasados que los consumían eran mejores cazadores que los otros, con lo que se alimentaban mejor y dejaban más descendencia. Con dosis mayores, McKenna afirmaba que los hongos promovían la comunión grupal y activaban la región del cerebro responsable del lenguaje, además de disolver el ego y potenciar estados de consciencia propios de la experiencia religiosa. Así, los hongos habrían sido los "catalizadores de la evolución" de la humanidad, dándonos el lenguaje, la imaginación, el arte, la filosofía, la religión y la ciencia, en suma la cultura. Todo ello muy hermoso, inmediatamente convincente, y completamente falto de apoyo en la evidencia, cuando no opuesto a ella: en otro trabajo, el mencionado Fischer afirma que el consumo de hongos "puede no ser favorable para la supervivencia del organismo" que los consumiera. En suma, para el conocimiento científico, estas teorías de McKenna son un fracaso; para la fantasía, una bendición.
McKenna tiene otras teorías llamativas acerca de la cultura del siglo XX o de la evolución futura de la tecnología, y su estudio del consumo responsable de sustancias psicodélicas es una referencia obligada, pero dejo esos temas a la indagación del eventual y acaso inexistente lector de estas líneas.