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PERÓN Y SU TIEMPO. TOMO I: LA ARGENTINA ERA UNA FIESTA. 1946-1949.

Félix Luna - Editorial Sudamericana. Buenos Aires, primera edición 1984, quinta edición 1987.

Más allá de que existen motivos muy válidos para criticar sus obras, Felipe Pigna es usualmente denostado en forma rigurosamente proporcional a las cifras de ventas de sus libros e inversamente proporcional al tiempo dedicado a su lectura; Pacho O’Donnell suele ser desagradablemente acomodaticio y cultivar la errata con una pasión digna de mejor causa; Jorge Lanata a menudo parece menos interesado en contar nuestra historia que en escribir el tango lacrimógeno de nuestra perpetua desventura. Félix Luna, sin embargo, ha sabido ganarse el respeto general, y no es difícil entender por qué.

En lo estrictamente literario, Luna es superior a los mencionados, algo que no debiera sorprender: además de divulgador de temas históricos, es novelista, poeta y dotado letrista de canciones de géneros populares. En lo estrictamente histórico, a Luna nunca lo anima el propósito de proponer anacrónicos altares o patíbulos post-mortem para las figuras de nuestra historia, sino el de ayudar a comprender los procesos en los que se vieron envueltos (enfoque que a veces sobreactúa y suele hacerlo parecer condescendiente). Esto no implica que rehúya el juicio: ya veremos que, al menos en esta obra, no podría estar más distante de la asepsia.

La Argentina era una fiesta: 1946- 1949” se ocupa de la primera mitad del primer gobierno de Juan Domingo Perón. Con una probidad infrecuente, Luna aclara de entrada desde qué lugar va a relatar los hechos: desde el de un antiguo militante universitario de la opositora Unión Cívica Radical que, como tal, sufriera cárcel y tortura bajo dicho gobierno. El tono general de la obra es, como podría esperarse,  desaprobatorio, pero es perceptible el honesto esfuerzo del autor por brindar una visión razonablemente imparcial de una época compleja. Es notable cómo intenta balancear aciertos y errores, aunque también es notable cómo cada tema siempre comienza con una exposición de los aspectos negativos de la obra del movimiento peronista: para enterarse de sus logros, el lector deberá esperar invariablemente hasta que aparezca en el texto la conjunción adversativa que le sirve de introducción usual (”pero”), como si el autor hiciera una concesión de mala gana.

En otras cuestiones, Luna es más sutil: cuando se ocupa de las compañías estatales que prestaban servicios públicos, dedica mucho más espacio a aquellas que presentan flancos discutibles (ferrocarriles, teléfonos) que a aquellas que sólo le merecen elogios (gas). Cuando reconoce uno de los logros más importantes de la época (la erradicación de la plaga de langosta) no puede reprimir la tentación de adosarle un reproche: "millones de hombres de campo [le] agradecieron íntimamente, tal vez compensando las exacciones que sufrían en otros aspectos...". Se parece demasiado a una injusticia el escasísimo espacio concedido al secretario de Salud Pública Ramón Carrillo, a quien, en la descripción del gabinete (pág. 367) se le dedican sólo diecisiete palabras, menos que las que se emplean para contarnos que el secretario de Comercio e Industria era un industrial que fabricaba los sombreros Flextil. En la página 401, Luna parece acordarse de Carrillo y reconoce que, durante su gestión, la mortalidad infantil y las enfermedades infecciosas se redujeron "notablemente", que aumentó la capacidad hospitalaria y que en pocos años se logró erradicar una enfermedad endémica como el paludismo. En suma, Carrillo alcanzó más logros que todos sus antecesores y sucesores pero el relato de estos éxitos, para Luna, no llega a merecer una página entera…

También resulta discutible el tratamiento condescendiente que se da a la UCR y, en especial, a Arturo Frondizi, o el tono nostálgico y casi elegíaco con que Luna se refiere al país anterior a 1945, o su idea de que el peronismo representa una solución de continuidad en el grado de intolerancia política vivido en el país (como si la década del ’30 hubiera sido un ejemplo de civismo). Luna también carga las tintas en los errores de Perón que complicaron la relación con Estados Unidos durante toda la década del ’40, cuando  Carlos Escudé ya había dejado en claro la existencia, en esos años, de una deliberada estrategia norteamericana para debilitar a Argentina. Y (esta observación tal vez sea excesiva para un libro de divulgación) se extraña la presencia de una contextualización latinoamericana, o dicho de otro modo, algún tipo de paralelismo con experiencias de nacionalismo populista parcialmente comparables al peronismo, como las de Lázaro Cárdenas en México o Getulio Vargas en Brasil.  

Hasta aquí los puntos que nos invitan a discrepar, o al menos matizar los puntos de vista de Luna; pasamos a lo mucho de bueno que tiene el libro: al detalle con el que se cuentan los tremendos (y a menudo olvidados) conflictos entre las líneas internas del justicialismo entre 1946 y 1950, que ayudan a explicar la imposición del férreo verticalismo que caracterizó a los años ’50. A la perspicacia con que se apunta al sustrato ideológico y cultural común del peronismo y la intransigencia radical, razón por la cual muchas de las leyes importantes del período se aprobaron por una amplísima mayoría en la Cámara de Diputados. Al agudo señalamiento de que la influencia del fascismo en la conformación del peronismo dista de ser exclusiva, y a que el original movimiento heredó también características del laborismo británico, el New Deal norteamericano, el socialcristianismo, el falangismo español y hasta el cantonismo sanjuanino y el lencinismo mendocino. A permitirse algunos respiros anecdóticos que ayudan a darle dimensión humana a la historia, como esta divertida viñeta que tiene como protagonista a un "increíble caradura", el diputado peronista José Emilio Visca, antiguo puntero conservador de la provincia de Buenos Aires: "se hablaba de la compra de los ferrocarriles; Visca transitaba por el tema con una seguridad pasmosa. Frondizi le pide una interrupción y le pregunta a qué se debía la diferencia de precio en moneda nacional entre los contratos firmados y el mensaje del Poder Ejecutivo. Visca comenzó a dar vueltas al asunto, alejándose de la pregunta - cuya respuesta, obviamente, no sabía. Frondizi lo sigue acosando y finalmente le dice si la diferencia no se debería a que las libras se habían tomado, en los contratos, en su valor comprador, y en el mensaje presidencial, por su valor vendedor. Era la explicación correcta. Entonces Visca, sin inmutarse y ante las carcajadas de todos, disipa el efecto de la precisión del diputado opositor apuntando: 'quiere decir que usted, que siempre habla de lo que no sabe, ahora pregunta lo que sabe...".

En resumen, puede decirse que “ La Argentina era una fiesta” es un muy buen libro para acercarse al primer tramo de la primera presidencia de Perón, y si el lector no lo hace su única lectura sobre el tema sino la primera de una serie, entonces puede decirse que es excelente.

(N. del E.: se recomienda leer esta crónica de "Peronismo: filosofía política de una obstinación argentina" de José Pablo Feinmann).

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