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Cine Braille

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Todos estos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia

LA SIRENITA, UN WESTERN CON KITANO, UN JESÚS RUBIO Y UN HITLER NEGRO

Las guerras culturales de nuestro siglo XXI se disputan casi siempre en escenarios marginales, deliberadamente.
Quienes se inquietan de que la mujer o las disidencias sexuales alcancen la plena igualdad de derechos tienen bien claro que no pueden dar abiertamente la discusión principal, porque se expondrían como retrógrados aterrorizados por perder sus privilegios, y por eso suelen lanzarse a facilistas guerras santas contra el lenguaje inclusivo, o contra algún aislado delirio extremista al que, con toda perfidia, tratan de hacer pasar por representativo de toda una lucha.
Quienes quieren defender al terrorismo de estado pero saben que la sociedad argentina no los acompañará se ejercitan en la mala fe de cuestionar que los desaparecidos hayan sido 30 mil, haciendo responsables a las víctimas y sus deudos de despejar una incógnita que corresponde por completo a la fría determinación de los perpetradores.
Y los racistas, que saben que el racismo es públicamente indefendible, prefieren refugiarse en el supuesto chiste, que siempre da la posibilidad de retrucar un profundamente indigno, por cobarde, "¡pero ya no se puede ni bromear!" al menor señalamiento. O atacar por el flanco de los productos culturales: por caso, esa racialización del casting que, artificiosamente, intenta abarcar toda la gama de colores de piel de la especie humana y que expone, más que conjura, los conflictos irresueltos que Occidente tiene con la cuestión racial. Una de las últimas batallas de estas guerras, iniciada con esa sobreactuadísima indignación que en esta época triste pasa por tener convicciones firmes, se produjo alrededor de ¡la elección de una actriz de piel morena, Halle Bailey, para protagonizar una nueva versión de La Sirenita, de Disney! El excesivo tiempo libre de alguna gente es un problema de estado.
Con buen tino, hubo quienes señalaron la tontería esencial de hacer una cuestión del color de la piel de un ser con cuerpo de mujer y cola de pez. (Las guerras culturales en la red son una manera de inventarse una vida, de actuar unas pasiones y una personalidad: de negar, aunque sea por un momento, que todos somos fundamentalmente nadie). Coleridge hablaba, hace apenas unos doscientos años, de la suspensión de la incredulidad, de que el espectador acepta las premisas sobre las cuales se basa una ficción, aunque sean fantásticas o imposibles; tal vez se hacía eco de una idea aún anterior, del doctor Samuel Johnson, de que en un drama que comience en Atenas y continúe en Alejandría el espectador siempre tiene claro dónde está: en una sala teatral. Que la Sirenita sea negra hasta subrayaría la idea de un amor que tiene que sobreponerse a las diferencias entre los enamorados: tal vez eso es lo que molesta, más que el color de la piel de Halle Bailey. (Sí, negra, no afroamericana, porque en este rincón del sur tenemos nuestra propia lucha contra el racismo, pero escaso favor le haríamos si damos la pelea en los términos que se plantea en el remoto Norte y que para nosotros son absurdos, como lo prueba la ridícula sanción que recibió en Inglaterra el futbolista oriental Edinson Cavani por llamarle negrito a un amigo. Ay su mala conciencia, amigos ingleses).
En el teatro griego y en el isabelino, ambos fundacionales para la dramaturgia moderna, todos los roles eran representados por varones, porque las mujeres tenían prohibido subirse a un escenario. ¡Hablame de patriarcado! Ahora bien ¿por qué los espectadores de Atenas de hace dos mil quinientos años, o los de Londres de hace cuatrocientos, podían suspender su incredulidad ante un hombre representando el papel de una mujer y nosotros, hijos de todo un tercer milenio, no podremos sobreponernos al sin dudas tremendo desafío de una sirena de piel oscura? Al Jolson podía pintarse la cara de negro, claro, y Marlon Brando representar a Emiliano Zapata, y Charlton Heston podía oscurecer con maquillaje su rostro de guerrero escandinavo para aparecer como un policía mexicano en Sed de Mal, como si no pudiera haber mexicanos de piel clara. Actores rubios han representado a Jesús de Nazaret, un campesino galileo de hace dos milenios a quien, casi seguramente, no podríamos distinguir de cualquiera de los desesperados inmigrantes árabes o kurdos a los que Europa deja ahogar en el Mediterráneo. Pero eso sí, La Sirenita negra, imposible. ¡Subamos la apuesta! ¿Y una Cenicienta negra, o con rasgos apaches? ¿Por qué no un Hamlet o un Rey Lear negro, o con ojos rasgados? ¿Por qué no un western protagonizado por Takeshi Kitano? Espartaco provenía de Tracia y por ello bien podría haber sido rubio, pero que en una ficción acerca de su vida lo representara un actor negro aportaría un sentido adicional, y fuertemente político, a su rebelión de esclavos contra Roma. ¡Adivinen qué país tal vez no pudiera digerir una obra así!
Postulo estas aventuras con el casting como recursos artísticos para enriquecer las tramas o las interpretaciones de una obra, a la Pierre Menard, autor del Quijote. Como todo recurso artístico, su empleo bien puede ser contraproducente. Un Josef K perteneciente a una minoría étnica o sexual arruinaría El Proceso, una pesadilla acerca de un castigo incomprensible y que no es inocente de interpretación metafísica. Peor aún si se lo utiliza para dramatizar una hipótesis histórica insostenible, como las obras que intentan reivindicar la condición afroamericana presentando una Cleopatra negra. Que probablemente fuera más morena de lo que Hollywood nos acostumbró a creer pero muy difícilmente fuera negra, dada su estirpe griega.
¿Y un Hitler negro? Algo que sólo podría suceder en una temporada de Curb your Enthusiasm, en la que Larry David quisiera subir la apuesta de La Sirenita y producir una versión musical de La Caída, con Chris Rock como el Führer. Pero el Hitler original ya era asexuado, vegetariano y hasta ecologista, y al hacerlo negro se convertía muy fácilmente en un símbolo de la Gran Sustitución, un delirante mito de la ultraderecha norteamericana acerca de un supuesto plan para causar la extinción de la raza blanca en beneficio de las demás. ¿Cómo saldrá Larry de este enredo? ¡Cómo saldrá Estados Unidos! ¡Cómo saldrá el mundo! Esperemos que pretty, pretty, pretty good.