SÁBADO
- ¿Me podés explicar en qué mierda estabas pensando, pedazo de boludo? Sí, ya sé en qué estabas pensando, en las tetas y el culo de la Graciela ¿Cómo vas a embarazar a la hija del comisionado municipal? Encima vos, que te tienen apuntado por peronis… por política.
- Qué sé yo. Pasó, Pedrito, pasó…
- No me digas Pedrito. Acá adentro soy el comisario Iglesias ¿entendiste, boludo?
- Dejate de joder, hace…
No pudo terminar la frase, porque el comisario lo tiró de la silla de un cachetazo.
- Hay que ser boludo, Ricardo. Duggan te quiere matar. El hijo de Duggan te quiere matar. Hoy a la tarde fueron a buscarte a la casa de tu vieja. Boludo, el hijo de Duggan fue comando civil en Córdoba. Estos tipos no son chiste. Y vos vas y le llenás la panza de huesos a la Graciela.
- Vos me conocés, Ped… comisario. No, Pedro. Pedro, dejate de joder que somos amigos desde pibes, desde que éramos monaguillos y vos jodías con que de grandes íbamos a ser curas para tomarnos el vino de misa. Sabés que ni fumo, ni tomo, ni juego, ni nada, que mi única debilidad son las minas, y la Graciela es un camión con acoplado. Por algo fue Reina de Carnaval el año pasado. ¡Cómo estará de buena que la eligieron pese a ser hija del contrera mayor del pueblo!
- Y el contrera mayor del pueblo ahora es comisionado municipal y te anda buscando para cortarte los huevos, gil. No sé si no te haría un favor: así te dejarías de meterte en quilombos de polleras, pelotudo. ¿Sabés en qué compromiso me ponés? ¿Te parece que no me tienen apuntado porque soy comisario desde la época de Per… del Fulano?
El comisario caminaba nerviosamente por la oficina, mientras Ricardo, que se había vuelto a sentar, se limpiaba la sangre de la comisura de los labios con un pañuelo. El comisario abrió la puerta de la oficina y le gritó a un cierto agente Valdez que se apurara con el mate. Cerró la puerta, se alisó el cabello renegrido y volvió a mirar fijamente a Ricardo.
- ¿Sabés lo que vamos a hacer? Te voy a dejar preso. No, calladito la boca, escuchame. Si yo te dejo ir, éstos te queman a balazos. Si yo ahora te dejo a la sombra, puedo decir que estoy haciendo una investigación, dejamos correr unos días y vemos cómo salimos de ésta. Podría decir que te metí en cana por agitador, o por violación del Decreto 4161. Sí, vos reíte. Así al menos ganamos algo de tiempo. Encima estos Duggan son muy católicos, ésta no te la perdonan más… ¿Tenés algún lugar adonde rajar un tiempo?
- Para prófugo, Panamá – dijo Ricardo, con una media sonrisa.
- ¡Dejá de tomarme el pelo, boludo, que estás en un quilombo serio, y yo también! – gritó furioso el comisario - ¡Te quieren cagar a tiros y vos todavía te lo tomás a la joda!
En ese momento, un agente entró con la pava y el mate, y eso ayudó a que el comisario se calmara. Al menos hasta que probó el primer mate.
- ¡Está caliente, Valdez! ¡Qué quiere, quemarme vivo! ¡Vaya y haga el mate de nuevo y como se debe, porque sino lo mando al calabozo con este boludo que tengo enfrente!
Ricardo reía por lo bajo, hasta que el comisario lo miró a los ojos y se puso serio de golpe.
- ¡Y vos, de qué te reís, decime!
- Nnnada, oí la radio, parece que ganamos 4 a 2.
- Te quieren colgar de los huevos y vos atento al resultado de San Lorenzo… ¿El señor no querrá escuchar a la noche la pelea de Lausse también? ¿No querés un whisky? ¿Solo o con hielo?
- Dale, Pedro, aflojate un poco, tenés razón en todo lo que dijiste de mí. Pero no te pongas así... Acordate de que me debés el ascenso a comisario. Apenas eso. ¿Quién fue a la gobernación a recomendarte, viejo? – decía esto mientras se emprolijaba los bigotitos, esos bigotitos que se usaban tanto y a los que llamaban de partido de fútbol, porque los pelos eran once y once de cada lado. De pronto se puso serio y dijo:
- Y aparte, el whisky que tenés es ese Mac Pay uruguayo horrible…
El comisario bufó, volvió a abrir la puerta de la oficina y volvió a llamar a Valdez.
- Valdez, lleve al señor al calabozo y después vuelva, que tenemos que llenar el papeleo de la detención ¡Y apúrese con ese mate de mierda!
Valdez cumplió la orden, no sin antes llevarse por delante el marco de la puerta y arrancarles una risotada tanto al detenido como al comisario. A lo lejos, un comentarista radial hablaba de la rehabilitación de San Lorenzo tras su derrota de la semana previa ante Boca. El comisario pensaba en qué se podía hacer para rehabilitar a su amigo cuando Valdez golpeó la puerta de su despacho.
La tarde de sábado continuó con esa languidez insípida de todo sábado en un pueblo de provincias. A eso de las ocho, el comisario se fue a su casa, dejando a cargo de la comisaría al oficial Brizuela. Se dio un baño rápido, cenó lo que le preparó su esposa como quien firma el libro de novedades, y se sentó en el sofá del living a escuchar la pelea de Lausse. Se sirvió un whisky. Era un Mac Pay, y esta vez le pareció horrible. El whisky, el cansancio y el silencio de la casa lo fueron conduciendo al sueño, del que lo sacó violentamente el sonido de la campanilla del teléfono. Atendió su esposa. Sintió que algo andaba mal por el tono agitado de la voz del interlocutor, al que reconoció al instante. Para cuando su mujer le pasó el tubo ya estaba totalmente despierto.
- Sí, Brizuela, dígame… No importa, si me llama es por algo serio, hable... ¿Cómo, qué radiograma…? ¿Recién? ¿Quién, coronel…? Sí, del regimiento de… Sí, claro. ¿Así que revolución? Bueno, en un rato estoy allá.
Colgó, se lavó la cara, se vistió con el uniforme y partió. Agradeció que su esposa no hubiera escuchado, porque seguramente se habría asustado mucho. Agradeció también que los chicos estuvieran acostados, agradeció que en la calle principal del pueblo no hubiera casi nadie. Era sábado a la noche, pero también era junio, y hacía bastante frío.
Se sorprendió al ver en la puerta de la comisaría a tres camiones de soldados y un jeep del Ejército. Se preguntó qué interés militar podía tener el pueblo, fuera del cruce de rutas que estaba a cinco kilómetros del centro. Cuando entró a su despacho, se encontró con que un oficial con insignias de coronel estaba sentado en su silla, y que lo acompañaban tres militares más y Brizuela, que lo vio llegar con alivio.
- Comisario Iglesias, disculpe que lo haya hecho llamar – dijo el coronel, poniéndose de pie y tendiéndole la mano derecha – pero estamos en una emergencia. Soy el coronel Eugenio Padilla, y mis órdenes son tomar control del pueblo y, en especial, del cruce, y luego seguir camino hacia un punto que no puedo revelarle. Así que le solicito que llame a todo su personal para hacerse cargo de la seguridad del pueblo, mientras yo dejo a algunos de mis hombres a cargo del cruce.
Iglesias asintió gravemente. En realidad, el coronel Padilla no le había dejado otra posibilidad que asentir; su tono de voz era el de una persona que no está acostumbrada a que se discutan sus disposiciones. El comisario se limitó a pedirle a un agente que llamara a quienes estaban de franco y que preparara café para todos.
- Comisario, lo creo un hombre de ley – le dijo el coronel, mientras lo miraba analizando hasta su mínimo gesto – y cumpliré en imponerlo de las novedades. Supongo que usted no está al tanto del alzamiento protagonizado por acólitos del tirano prófugo. Al parecer, ha habido levantamientos en Santa Fe, en La Pampa, en La Plata y en algunas localidades del Gran Buenos Aires. La situación no está clara, y parece que ha habido muertos de ambas partes. Los muertos de los fanáticos de la dictadura depuesta me importan un pito; los muertos de quienes luchamos por la libertad me agravian de manera personal. Es por eso que he pensado en tomar medidas ejemplarizadoras. Me han dicho que en una celda de esta comisaría está un tal Ricardo Elio Valenti.
- Así es – respondió secamente Iglesias, al tiempo que odió con toda su alma el día en que decidió cambiar el seminario por la escuela de policía.
- Usted le ha hecho un gran favor a la causa de la libertad al detener a ese agitador. Probablemente ha evitado que esa runfla de negros patasucias tomara el pueblo y controlara el cruce. Voy a informar de esta inteligente acción preventiva a mis superiores, comisario. Este Valenti ¿era el que estaba a cargo de la unidad básica local, no?
- Bueno, este es un pueblo chico, coronel. La unidad básica, la verdad…
- ¿Le parece poco una unidad básica? – interrumpió el coronel, irritado – ¿Le parece poco haber sido partidario de una dictadura infame? Ya sé que usted es comisario del pueblo desde hace muchos años – agregó, sonriendo de forma amenazante – pero una cosa es eso, y otra muy diferente es haber sido personero del dictador.
- Acá no hubo nunca grandes problemas por cuestiones políticas, no fue como en otros lados. Éste es un pueblo de campo, de gente tranquila. El comisionado actual, Duggan, es consignatario de hacienda y pudo trabajar normalme..
- Duggan es quien me advirtió de la peligrosidad de este sujeto.
- Coronel, acá hay cuestiones privadas de por medio – dijo el comisario nerviosamente – Valenti dejó embarazada a la hija de Duggan, pero yo le aseguro…
- Esas cuestiones no nos incumben – respondió, ruborizado – Le ordeno que me entregue a Valenti para fusilarlo en aplicación de la ley marcial.
- ¡Pero Valenti no tenía armas en su poder! ¡Si ni siquiera se ha dictado el estado de sitio! ¡Si Valenti es un buen muchacho! ¡No lo va a fusilar apenas por ser partidario de Perón!
El coronel se puso de pie de un salto.
- ¡No nombre a ese tirano, no nombre a ese tirano! – gritó Padilla - ¡No vuelva a nombrar al tirano o lo mando a detener por violación al Decreto 4161! ¿Me entendió, comisario?
- Sí, coronel. Yo…
- ¡Sargento Gauna! Acompañe al comisario Iglesias al calabozo, y hágase cargo del prisionero que le será entregado. Luego llévelo acá enfrente, a la plaza, y espere mis órdenes.
Gauna acompañó al comisario a la celda de Valenti. El sargento tenía la cara y el porte físico de quien lleva al cadalso a un condenado; Iglesias, por su parte, estaba pálido.
La lámpara fluorescente del pasillo de las celdas no funcionaba. El comisario buscaba la celda de Valenti tanteando la pared.
- Esto no puede ser real, esto no puede ser real – repetía, mientras él y Gauna se hundían en la oscuridad.