CON LA EXCUSA DE SELLING ENGLAND BY THE POUND
El
rock irrumpió en los años ’50 como la música de fondo de la adolescencia;
la misma carga hormonal que le daba frescura y vitalidad lo hacía también simplote,
y a veces hasta un poco
tonto. En los ’60 lo retomaron los Beach Boys, los Beatles, los Rolling Stones,
y al llevarlo más allá de sus (estrechos) límites, lo hicieron pedazos: entre
“Blue suede shoes” y “A day in the life” media una década
que parece un siglo. Por cierto que no quedaba otro camino: crecer es perder
una inocencia tras otra. Pero ese alejamiento del punto de partida no iba a
resultar gratis…
Calma, que ya entramos en tema. Entre fines
de los ’60 y comienzos de los ’70 empezó a tomar forma el llamado rock sinfónico.
No surgió de la nada: sus raíces estaban tanto en la psicodelia más colgada (Hendrix, Cream) como en las experimentaciones de los Beatles
con arreglos propios de la música clásica (Bach
para "Penny Lane", Beethoven para "Because"). Sus
grandes nombres (Yes, Genesis,
Pink Floyd, Emerson Lake & Palmer, el primer King Crimson) son todos ingleses: llamativamente, nunca
prendió en Estados Unidos, donde pasó casi desapercibido a la sombra del funk,
del glam,
del rock pesado y de
los grandes solistas folk.
Para aquellos que llegamos al rock entre comienzos
y mediados de los años '80, tras el punk,
tras
la New Wave
, el rock sinfónico suele
ser no mucho más que una oportunidad para el sarcasmo. Aún sin haber escuchado
mucho de él (¿por no haber escuchado mucho de él?), aún reconociendo
que la Guerra del Cerdo que los punks desataron contra el estilo tenia mucho de operación de
marketing, nos parece un estilo pomposo, lleno de firuletes superfluos que bordean
la autoparodia, a menudo carente de adrenalina y de sentido del humor (¡se
toman el rock tan en serio!), y con temas cuya duración supera en mucho nuestra
capacidad de atención. Sobre todo nos choca la sensación (¡pecado capital!)
de que la música parece ser apenas un medio para lucir las (por lo general impactantes)
capacidades técnicas de los ejecutantes. Citando a Charly García: demasiado
ego.
Esto es, en buena medida, una racionalización:
en mí coexisten esa visión sarcástica del estilo con, por ejemplo, absoluta
admiración por la capacidad de Peter Gabriel para montar un espectáculo
en vivo que vaya más allá (¡mucho más allá!)
de ver y oír a una banda interpretando canciones. Por no hablar de mi amor por Pink Floyd, o
por La Máquina
de Hacer
Pájaros. (El sinfonismo de
La Máquina
era bastante
tramposo: temas como "Bubulina"
o "Ruta perdedora"
son canciones pop, pero eso sí, arregladas hasta la exasperación. En eso, Charly
demostraba estar más cerca de Steely Dan que de, digamos, Yes). En parte por esa contradicción,
en parte porque admiro la obra solista de Peter Gabriel, hace poco busqué y
conseguí la que se supone que es la mejor obra del Genesis sinfónico: "Selling England by the pound", editada
en el remoto 1973 del Pinochetazo,
la primavera camporista, el Huracán
de Menotti, Watergate y el embargo
petrolero que siguió a la Guerra
de Iom Kippur.
"Selling..."
no resolvió mis contradicciones, porque contiene tanto lo mejor como lo peor
del estilo: es a la vez una cumbre y un anuncio de dónde terminaba ese camino.
Brilla con luz propia "Firth of Fifth", por más que tenga una letra a la
que su propio autor, Tony Banks, hoy mira con sorna: un tema épico, con
diversos tempos, hermosos cambios de acordes, inolvidables interpretaciones
de órgano Hammond y guitarra (responsabilidad, respectivamente, del propio Banks y de Steve Hackett) y la característica
voz de Gabriel. (Si la introducción de piano y la parte intermedia del tema,
antes del solo de guitarra, te recuerdan mucho a
La Máquina
de Hacer Pájaros…
es así. ¿No, Charly?). "I
know what I like (in your wardrobe)" es la otra
cumbre del disco, y nada casualmente, es también su tema más pop. Y también
destacaría al tema inicial, "Dancing with the moonlit knight", con su lírica evocativa de mitos de la campiña
inglesa, que arranca con Gabriel cantando a capella, y de a poco progresa hasta
desatarse en un rock furioso.
A estos tres temas les sucede una balada acústica menor, “More fool me”, cantada por el baterista de la banda, Phil Collins, no sé si ubican… Los
problemas comienzan ahí. Con la extensa "The battle of Epping Forest" (¡11:49!) tenemos, por un lado, un festival
de cambios de tempo y de voces, partes de una complejidad infrecuente y dignas
de ser estudiados por cualquiera que se dedique a la música pero… si antes de
llegar a la mitad del tema, uno espía la pantalla para ver cuánto falta para
que termine… Mala señal. El instrumental “After the ordeal” no está mal, pero tal vez baste decir que Gabriel
y Banks no querían incluirlo, y que aparece en el
disco por insistencia de uno de sus autores, Hackett.
En el final, otro tema extenso, “The
cinema show” y el breve “Aisle of plenty”, terminan convergiendo en la línea melódica
de la primera pista y redondean la idea del disco. Los once minutos y pico de
“The cinema show” abundan en métricas infrecuentes y cambiantes, pero se nota
demasiado que las partes instrumentales están como injertadas; no suenan a desarrollos
del tema principal. Tal vez se perjudique por estar al final del disco: después
de las tres brillantes primeras obras, pareciera que lo que sigue ya estaba
expresado antes, con mayor concisión y destreza. Al Genesis sinfónico (y vaya esto como modesta conclusión) parece pasarle lo que a todo
arte barroco: el fatigoso virtuosismo de los detalles atenta contra la armonía
del cuadro, si se me permite la metáfora pictórica. (El Genesis pop de los ’80 tendrá el mismo nombre y algunos mismos integrantes, pero
haríamos mejor en considerarlo un grupo diferente).
El rock había comenzado en los ’50, acompañando
los primeros besos y las primeras copas de la generación de posguerra; a mitad
de los ’70, esa misma generación trabajaba en un banco o una zapatería, pensaba
cómo pagar la hipoteca y llevaba a sus hijos a la escuela en su auto. En el
camino escuchaba… rock. Pero no, a ese rock le faltaba algo que se habia perdido
en el camino (crecer es perder una inocencia tras otra). Había que una raíz
con la que se había perdido contacto. Fue entonces cuando aparecieron
los Ramones en Nueva York
y los Sex Pistols en Londres.
Pero ésa es otra historia.