LOS MEJORES MOSQUITOS DEL MUNDO
Tan luego a mí hablarme de fútbol. Cuarenta años en este club. Cuarenta años. Se dice fácil. Claro que esto no es Primera División, ni siquiera Primera Nacional B. Ahora la cancha está muy linda ¿la vio? Después lo acompaño a verla, si quiere. El césped lo corto yo. ¿Pero sabe los años que se jugó sin una matita de pasto? ¿Con los jugadores cambiándose atrás de un árbol, a veces bajo la lluvia, corriendo un pantaloncito porque se lo lleva el viento? Ahora hay vestuarios, es otra cosa, pero todo se hizo bien de abajo, a pulmón. ¿Estaba bien la milanesa de pollo a la napolitana? ¿Las papas fritas? Buena calidad la milanesa, buena calidad. Pollo de campo. ¿Le voy trayendo un postrecito? ¿Flan, helado, café? Ya se lo hago marchar.
Una vez fuimos a jugar a otro pueblo por un campeonato regional. El presidente del otro club… me acuerdo que recién habían clausurado el ramal ferroviario. Le decía que el presidente del otro club nos vio llegar en un Ford 1948 y dijo “ganamos los puntos, no juntaron los once y no se presentan”. Y empezaron a bajar del Ford los jugadores nuestros y no terminaban más de salir, hasta un par de suplentes llevamos. Es el día de hoy que no sabemos cómo entraron todos. El baúl iba abierto y ahí viajaron sentados cuatro. Llegaron todos contracturados, pobres, pero llegamos. ¿Y quién manejaba ese Ford? Yo. Empatamos uno a uno y pasamos de ronda. Eso sí, nos tuvimos que volver a dedo porque el Forcito no quiso más después del esfuerzo, el Ford de mi finado suegro, Dios lo tenga en Su Santa Gloria... y no lo suelte. Lo único que no hacía ruido en esa catramina era la bocina, que estaba rota. "Fútbol chacarero", le dicen ustedes allá en Buenos Aires. Bien a pulmón.
Ahora no andamos bien en la liga. Hay chicos en las inferiores que juegan bien, pero se van a estudiar a la universidad, a otras ciudades, y los perdemos. Otros prueban suerte en algún equipo del Torneo Federal o Primera B, y si andan bien tienen un videíto que mostrar y se tiran el lance para jugar donde pagan bien. El ascenso de Italia o España, México, lo que sea. A un chico bueno de acá por ahí no le da para jugar en la primera división argentina, pero le sobra para alguna liga del montón. Un pibe que jugaba de defensor central acá, hace tres temporadas, el Turco Bein, ahora está en Eslovenia haciendo guita. ¡Eslovenia! Que ni podríamos ubicarla en un mapa. Todo ha cambiado mucho, mucho. El Turco Bein, muy buen cabezazo y muy buen anticipo, poco dominio del balón. Yo decía que no era zurdo ni derecho sino todo lo contrario. El Fulero Bein, le decían también, porque era muy feo el pobre. Cómo sería de feo que el apodo El Fulero se lo puso la madre.
Perdóneme, sírvase un vasito de agua. Se lo puso la madre ¡qué risa! Igual hay una idea equivocada de que todas las anécdotas tienen que ser como cuentos de Landriscina. ¿Conoce a Landriscina, joven? Luis Landriscina, después búsquelo en el telefonito, me lo va a agradecer. Culpa del Coco Basile, o del Bambino Veira. Ahora se adornan mucho las historias, se inventan sucedidos o contestaciones. Le hacen Photoshop a la anécdota… Photoshop se dice, ¿no? Le hacen Photoshop, o le ponen un filtro de Instagram como bien dice usted… A mí no me gusta, más si yo conozco la historia y me doy cuenta de que la están contando cambiada. “Anécdota”, ahora, quiere decir “algo que no pasó nunca y que se cuenta para hacerse el gracioso, o sumar puntos ante la muchachada”. Se miente mucho, no haga caso. A mí tampoco me haga mucho caso. Menos que menos le diría, jaja.
Acá está el flan con dulce de leche, que lo disfrute. No lo molesto con mi charla ¿no? Acá nos damos cuenta enseguida cuando alguien viene de afuera. El otro día le decía a la directora de la escuela de acá enfrente que un detective privado no podría trabajar en un pueblo: alguien que viene de afuera se nota a la legua, es como si fuera fosforescente. Cosas que se me ocurren, vio. A esta hora, un día de semana, está todo el mundo durmiendo la siesta. Si no nos entretenemos con nuestras ocurrencias…
Una vez teníamos que jugar una final y el centrodelantero nuestro, que ese año estaba bendito, hacía goles de todos los colores, nos dice que no va a poder jugarla porque caía un sábado a la tarde, y ese día justo tenía que cubrir un turno en la estación de servicio donde trabajaba, la Shell de la entrada del pueblo, seguro la vio. Siempre pensamos que nos pusieron la final un sábado a propósito, para que no jugara. Y no lo podíamos convencer de faltar, un chico muy responsable. ¿Y sabe qué hice? Le dije “andá, jugá, que yo te cubro el turno, si total a esa hora no va a ir nadie”. La mujer lo tuvo que convencer, amiga mía desde la escuela primaria. Hicimos eso: jugó, ganamos dos a cero, hizo los dos goles y salimos campeones. Y yo me pasé esa tarde escuchando el partido por la radio y atendiendo la estación de servicio. Le vendí dos alfajores a un pibe, eso fue todo el trabajo esa tarde. ¡Mire si nos íbamos a perder al goleador en una final por dos alfajores!
Pero, como le dije, este año no andamos bien en la liga. Estamos jugando muy mal, muy mal. El último partido fue terrible. Si lo televisaban elegían como mejor jugada del partido el pitazo final del árbitro. Era para pedirle a un juez una perimetral para proteger al fútbol, y que ninguno de esos jugadores se pudiera acercar a menos de 300 metros de una pelota. Si ganamos fue gracias a que tuvimos pasajes de buen rugby. ¡Sí, de buen rugby, no se ría! ¡Patada a cargar y todos a correr para adelante! Ahora que no me ve nadie, que está usted solo en el restaurante, se lo digo: tenemos dos o tres titulares a los que sólo falta pasarles barniz, porque son de madera. Y así y todo le ponemos el pecho. Aunque la mano que ligamos este año sea dos cuatros y una sota, vamos al frente igual. Así se hizo grande este club, tantos campeonatos ganados jugando al fútbol, y ahora en la mala no vamos a aflojar.
Los que van primeros en la liga local tienen suerte de que un consignatario de hacienda de la zona pone guita, bastante, y este año les está saliendo bien. Trajeron unos muchachos que jugaron en Quilmes y en Estudiantes de Caseros, y otro que hizo inferiores en Ñuls y juega bastante bien. Que nosotros decíamos que venía acá para dejar de ser joven promesa y convertirse en triste realidad, pero nos cerró la boca. Es bueno, muy vivo para desmarcarse y juega siempre de primera. Era hora que la pegaran con alguno porque venían de años y años de tirar la plata. Acá decíamos que les habían regalado un kilo de bifes de chorizo y lo habían picado para hacer albóndigas. Porque el consignatario tiene ínfulas de Bilardo o Menotti y quiso ser entrenador también. Decía que en realidad él era “conductor de un grupo humano”, el agrandado ése. “Conductor de un grupo humano”. Tendría que haber salido a la cancha con un cartel con una letra P grande en la espalda, de “conductor principiante”. Aparte lo copiaba al profe Alfaro, el que fue entrenador de Boca, de Arsenal, de Huracán... el que después dirigió a Ecuador en el Mundial ¿lo ubica? Y entonces hablaba con ejemplos ridículos. Jesús hablaba en parábolas pero para que lo entendieran, no para hacerse el piola.
Ya le traigo la cuenta. ¿Quiere un cafecito? Invita la casa. Entre la siesta y que ahora se largó a llover acá no va a venir nadie, y charlando con usted paso la tarde, si no tiene problema, joven. En media hora vienen unas primas mías porque organizan acá reuniones de Tupperware, imagínese lo que es eso. Ahí la cajera me trae la lista de precios. A ver... bomberos, cien pesos. ¡Ah no, ésta es la lista de los teléfonos, qué me trajiste, Lucila! Esta chica… No diga que no se divirtió este rato, señor. Qué risa, “bomberos cien pesos”. Viene bien reírse un rato, más a mi edad. La ciática me está dedicando mucha atención este tiempo, no me deja ni un rato. Ando mal, a media asta, como las banderas un día de duelo. Ya no estoy para hacer presencia en boliches. ¿Vio cómo sé, a esta edad y todo? Sé porque hace unos años vinieron unos de Gran Hermano a hacer eso al boliche del pueblo. Cómo está de loca y desorientada la gente, señor: es más triste que la película Ladrones de Bicicletas. ¿La vio? Véala, hágame caso.
A veces uno charla… los viejos charlamos, sobre todo, como forma de vinculación. Por ahí la conversación es puras pavadas a sabiendas, pero no importa. Sirve para acompañarse. O para olvidarse un rato de las voces de adentro de la cabeza, esa charla continua que uno tiene adentro dele y dele y a veces es un problema. “Algo tenías adentro que te hizo meter la pata”, cantaba Edmundo Rivero en Tortazos. Igual a veces hay conversaciones que son peores que esas voces, le juro. Pero hablar de fútbol es sano. Se pasan las tardes recordando partidos o formaciones mientras se toma mate, mirando jugar a los chicos en la vereda y vigilando que no se lastimen. ¿Se acuerda de Chocolatín Castillo, un morocho boliviano de juego muy criterioso, que acá estuvo en Argentinos Juniors y en River en la época de Passarella? Bueno, una tardecita acá, a la hora del vermucito y la picada, estaba la muchachada y no podían acordarse de él, de cómo se llamaba. Se acordaban de todos los clubes donde jugó pero no del nombre, así es la memoria. De Bolivia lo trajo Instituto, creo recordar. Y justo llego yo, que venía a traer las camisetas recién lavadas, impecables como siempre, y no tardé ni cinco segundos. Chocolatín Castillo. Una hora habían estado ellos y yo me acordé enseguida. No le voy a negar que un poquito de orgullo sentí. Una mujer. Mujer mayor y todo, vio.
Mi marido es el presidente del club y el entrenador del equipo, fue jugador también, y la gente lo quiere mucho. Es el héroe de todos. Imagínese: al estadio le van a poner su nombre. Es muy lindo el reconocimiento, pero no hay que hacer las cosas buscándolo. ¿Cuál es el mérito de hacer lo que está bien si uno lo hace sólo porque espera recompensa? Yo a mi marido lo seguí para acompañarlo y ayudarlo, y acá me ve. Cuarenta años acá, todas las santas tardes. Y cuarenta años vendiendo huevos y pollos a la mañana en el negocio, acá a la vuelta, que es de lo que vivimos. Ahora a la tarde atiende mi marido, hasta que se hace la hora del entrenamiento. En estos cuarenta años yo parí y crié tres hijos y les di estudios, atendí el restaurante, corté el pasto de la cancha, lavé los baños del club, lavé las camisetas después de cada partido. Hice de psicóloga y consejera sentimental de los jugadores charlando con sus novias o esposas. Les pagué los premios: un pollo por cada victoria, media docena de huevos por cada empate. Yo de chica quería ser arquitecta, me gustaba escribir, tenía mis lecturas ¿sabe? La vida me llevó por otro lado. ¿Usted es casado, joven? Cásese, hágame caso. Una mujer le cambia el aire a una casa. Es como un sahumerio o una piedrita purificante en persona. Mil veces le recomendé eso a los más calaveras que jugaban para nosotros.
Discúlpeme si lo aburrí con tanta cháchara, me puse sentimental al final. Tuvo suerte si va a seguir viaje de vuelta a Buenos Aires, porque paró de llover y está saliendo el sol. Los mosquitos que va a haber con este tiempo. No sabe lo que son los mosquitos de este pueblo. Los eligieron los mejores del mundo.
Para mis viejos.